CAVILACIONES SOBRE LA SIMPATÍA

Obviamente no es éste el espacio para dirimir cuestiones etimológicas, ni explica cómo las palabras simpatíaempatíaapatíapatético y otras más vienen de la misma raíz, de pathos, cuya traducción del griego podría ser (o, mejor dicho, es) “emoción intensa asociada casi siempre con el sufrimiento”.

Por eso, cuando un orador quiere persuadir, (dijo Aristóteles hace miles de años en su insuperada retórica), primero debe emocionar. La emoción, la concurrencia de éstas, hace la simpatía; su apropiación la empatía, y así sucesivamente hasta llegar a la condición del simpatizante, cuya presencia en  el discurso político de nuestros días me ha traído vuelta y vuelta desde su consagración como mérito equiparable a la manifiesta solidaridad con  principios, plataformas y discurso. Al menos en un  partido político.

La noción misma de partido y partidario; parte, sección de algo, ya se nos viene desvaneciendo a la luz del pragmatismo absoluto.

Yo ignoro si en los laberintos del Partido Revolucionario Institucional, en esos salones quizá subterráneos en cuya penumbra silenciosa se fabrican las estrategias (quizá entre retortas y matraces burbujeantes con líquidos color lavanda o violeta de genciana), se haya logrado saber la diferencia entre un militante y un simpatizante.

Un militante es aquel cuya acción se orienta en favor de una causa. Proviene del término latino militaris, concerniente a todo lo relacionado con ejércitos y soldados. Un militante, dicho en términos simplones, es quien  junto a ti le dispara al de enfrente; un enemigo, quien dispara contra ti (y el otro), y un  simpatizante es quien ni siquiera va a al combinarte, pero te alienta a ganar la batalla sin exponer para nada su pellejo.

También se le llama oportunista. En los negocios se nombra como piggy bag esa conducta; o sea, quien se monta en los lomos de quien ha hecho el trabajo previo y sólo cosecha los resultados. Un  poco la historia de la mosca sobre el buey, quien  festeja cuánto polvo alzaban cuando el cuadrúpedo corría por la pradera.

Pero de vuelta un tanto a ese concepto castrense de la militancia, podríamos llegar a otro, el de la habilitación.

Cuando en una tropa el mando, por desgracia, fallece o queda inútil para el servicio, se habilita a alguien para desarrollar sus funciones. Así hay generales habilitados (como Durazo, por ejemplo), coroneles sin méritos ni medallas; capitanes de ocasión y advenedizos por doquier.

En México hubo un caso peligroso con los “habilitados”. Reproduzco este texto de la revista Proceso, sólo como una curiosidad y una advertencia sobre el riesgo de habilitar a quien no le habría merecido:

“En 1997, por acuerdo de México y los Estados Unidos, el Ejército Mexicano se prestó a realizar un experimento que a la postre derivó en una de las etapas más sangrientas de la historia de México. Oficiales de las fuerzas castrenses fueron habilitados para actuar como policías federales en la lucha contra el narcotráfico. Al cabo de algún tiempo algunos de ellos pasaron  a formare parte de las filas del narcotráfico…”.

Y todo eso proviene de un hecho sencillo: la militancia genera lealtad. O al menos eso se supone. La simpatía no genera nada. Nunca hubo compromiso previo ni entrega ni dedicación, sólo habilidad para cosechar lo nunca sembrado.

La similitud entre los políticos adheridos a un partido y los soldados enlistados en un ejército permite no sólo hablar de militancia, sino también de adhesión, compromiso, lealtad y sus opuestos, veleidad, egoísmo y traición, aun cuando viéndolo bien, un simpatizante nunca se coinvertirá en traidor. Sólo quien alguna vez fue leal puede luego traicionar.

Por eso se equivocaban quienes algún a vez llamaron traidor a Ernesto Zedillo. No pudo traicionar a quien no le había jurado lealtad. Y él no fue siquiera un simpatizante, siempre fue un “antipatizante”.

Pero esas son cosas del jurásico. Hoy ya ni siquiera se necesita ser mexicano para nada. Todos podemos tener doble nacionalidad, lo cual equivale a tener dos patrias, dos “matrias”.

O ninguna.

 

Morena

En menos de diez días se conocerá el nombre del candidato de Morena al gobierno de la Ciudad de México. El martes se inicia el asunto de las encuestas; una interna y dos abiertas podría ser el mejor método.

Cuatro personas van a ser evaluadas en esas encuestas. Monreal, Sheinbaum, Delgado y Batres.

Y cuatro van a ser consultados. Andrés, Manuel, López y Obrador.

La moneda está en el aire: ¿cuántas caras tiene?

 

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