La gramática de la política mexicana puede jugar bromas pesadas. Luego de la derrota presidencial en el 2000 y el regreso a la presidencia en el 2012 –ambas con el ascenso del neopopulista PRD–, el PRI puede decir que cumplió con el anatema –¿maldición?– del que fue durante medio siglo el jefe del todopoderoso sector obrero, Fidel Velázquez: el partido era inmorible y no inmortal.
La diferencia es política, pues al final los dos conceptos podrían decir lo mismo; sólo que hay una diferencia de matiz; el inmortal es el que vive por siempre como deseo y el inmorible es el que no puede morir… aunque lo maten. Las razones se localizan en que el PRI no es estrictamente un partido político sino un pensamiento histórico y una estructura de poder y es el Estado. Poniéndonos hegelianos, podemos decir que el PRI es una idea histórica, es decir: es la historia de México.
Por eso en los noventa hubo un analista crítico del PRI –Luis Javier Garrido, autor de una biografía crítica del PRI: El partido de la revolución institucionalizada– que afirmó que en México –se respeta el tiempo verbal histórico– “todos somos priístas hasta demostrar lo contrario”. Y la razón es sencilla: los aparatos ideológicos del Estado –la cultura, la educación, la historia, los libros de texto obligatorios en todas las escuelas– construían el inconsciente priísta de la sociedad. Y si a ello se agregaba el funcionamiento del Estado como PRI –la dictadura perfecta que señaló Mario Vargas Llosa en 1991–, entonces se explica que el PRI es un modo de vida, una cultura, una forma de ser.
Lo malo del sistema de partidos radica en el hecho de que reproduce la estructura ideológica-cultural del PRI: el único partido de oposición real al PRI fue el Partido Comunista Mexicano (1919-1989), legalizado en 1978 y en 1989 se auto disolvió y le cedió su registro legal al PRD –Partido de la Revolución Democrática– fundado por… priístas para reconstruir el viejo PRI populista-cardenista.
El PAN nació en 1939 para edificar una oposición espejo del entonces Partido Nacional Revolucionario –abuelo del PRI– pero como guardián ético del Estado de la Revolución Mexicana que el PNR había pervertido con cacicazgos, caudillos y control del poder. El fundador del PAN, Manuel Gómez Morín, había sido funcionario financiero del gobierno de Plutarco Elías Calles, el fundador del PNR; y a pesar de las bases católicas del PAN, en realidad siempre quiso ser un partido demócrata-cristiano sin objetivos del destruir al PRI; hasta 1982, el PAN fue –dice la investigadora Soledad Loaeza– una “oposición leal” que no pensaba en la alternancia y menos presentaba una oferta alternativa. En 1988 el candidato presidencial priísta Carlos Salinas de Gortari presentó un programa de gobierno panista.
El PRI ganó elecciones porque sus colores oficiales eran los de la bandera nacional –verde, blanco y rojo–, porque era parte de la estructura del Estado y porque la Constitución legitimaba el Estado de bienestar del PRI. El pensamiento histórico dominante era la interpretación histórica de México como producto del PRI, y así se enseñaba en las escuelas. El pensamiento crítico liberal que rompió la dominación cultural lo fijó en 1968-1970 el intelectual Octavio Paz con tres obras: sus cartas a la cancillería en septiembre de 1968 para decirle al presidente mexicano que la rebelión estudiantil exigía democracia, su conferencia en la Universidad de Texas en Austin en octubre de 1969 para señalar que el PRI estaba llevando a México a una dictadura y su celebrado ensayo Posdata que denunciaba –ciencia política comparada– los parecidos del sistema priísta con los sistemas autoritarios de la Union Soviética, Cuba y China.
Estos datos permiten explicar la permanencia del PRI en el poder de 1917 a 1929 como caudillismo, de 1929 a 2000 como partido en el poder presidencial, de 2000 a 212 como partido dominante que gobernó desde el legislativo y del 2012 al 2018 de nuevo en la presidencia. Para el 2018 se tienen los elementos políticos que permiten adelantar que el PRI tiene muchas posibilidades de permanecer en la presidencia, pero que también hay datos que señalan su derrota. En el 2000-2012 fue la primera minoría en el Congreso y desde ahí co-gobernó con el PAN. El problema fue que el PAN no presentó una alternativa de gobierno sino sólo una alternancia de élite en el poder.
Y por primera vez hay ya una alianza PAN-PRD-Movimiento Ciudadano que ha registrado una propuesta de reforma alternativa al PRI: de sistema, de régimen y de Estado, lo que significaría –ahora sí, claro de ganar– el fin histórico del PRI.
El PRI ha ganado a pesar de tres señales de una grave crisis social: PIB promedio anual de 2.2% de 1983 a 2017 (contra 6% de 1934-1982), 80% de mexicanos con problemas de marginación, pobreza y restricciones y un tipo de cambio que pasó en el largo dominio histórico de la élite priísta de 1917 a 218 de 3 pesos por dólar a 19 mil pesos, con efectos nocivos sobre el bienestar.
Y en términos electorales, la crisis es similar: en 2012 Peña Nieto ganó las elecciones con 32% de votos por el PRI –subió a 38% por 6 puntos aportados por su aliado el Partido Verde–, en la actualidad el PRI tiene sólo quince gubernaturas –47% del total– y en las elecciones legislativas ganó apenas el 29% de los votos.
En las elecciones de julio del 2018 habrá tres alianzas fuertes: PRI-Verde y dos chicos, Morena-López Obrador con su propuesta neopriísta-populista y el PAN-PRD-MC con su programa de reforma de sistema/régimen/Estado. Es decir, sólo dos opciones: más PRI con el PRI o con López Obrador y la reforma anti-PRI de la coalición derecha-izquierda que podría, ahora sí, terminar con el dominio del PRI.