Partidos electorales, ya no por ideas

El principal problema de los partidos políticos no es nuevo en su planteamiento. Aquí en artículo anterior me he referido a ello: formados por ciudadanos aglutinados en torno a un membrete o a una propuesta, los partidos han quedado atados a los intereses de direcciones oligárquicas. Esta advertencia la hizo desde 1912 Robert Michels en el primer acercamiento teórico a la configuración de los partidos.

La teoría de los partidos es amplia: Maurice Duverger y Giovanni Sartori, entre los clásicos, y Otto Kirchheimer y Angelo Panebianco, entre los nuevos. Y hay nuevas teorías en curso: partidos atrapatodo, partidos cártel y hasta partidos pirata; desde luego, los partidos-no-partidos; los partidos-coaliciones que giran en torno a la propuesta electorera de ganar el poder para servir a los marginados.

Si los partidos nacieron para organizar a la ciudadanía en militancia en torno a una idea política y/o a una propuesta de gobierno, estas dos metas han perdido consenso social: la ideología se ha subordinado al mero acto de gobernar para aprobar programas asistencialistas. Un caso típico es Brasil, donde los presidentes progresistas deben lograr coaliciones entre diez partidos y por tanto lo primero que sacrifican son las ideas-fuerza para definir programas sociales electoreros.

Nuevas formaciones sociales, nuevos electores, nuevas demandas y menos filosofía política dibujan el perfil de la sociedad electoral. En España nuevos activismos sociales se organizaron después del 15-M del 2011 y produjeron la reactivación de Ciudadanos y el nacimiento de Podemos. En los EE.UU. la crisis de legitimidad ha comenzado a generar corrientes que han creado opciones electorales no bipartidistas. En otros países las coaliciones han logrado avances sustanciales, pero a condición de soslayar las ideologías como elementos aglutinadores.

La crisis de los partidos en México tiene sus características, pero al final del día no presentan diferencias con otros casos. Y alcanzan sus datos para análisis de fondo. El Partido Acción Nacional (PAN, de centro-derecha) nació en 1939 y sólo en el 2000 tuvo alianza para las elecciones presidenciales, pero su debilidad militante lo lleva a buscar hoy una alianza electoral-política con el Partido de la Revolución Democrática (PRD, de centro-populismo) para alcanzar competitividad en las elecciones presidenciales del 2018.

El partido Morena (movimiento de masas populistas de López Obrador) ha logrado hacerse de una alianza con el Partido del Trabajo (PT, medio laborista, pero sin ideología fija, y con tendencias electorales de máximo 2%), aunque en los hechos el PT le sirvió a López Obrador para construir una bancada parlamentaria diferente al PRD y antes de obtener su registro legal.

El PRI es un caso más complejo: nació como apéndice de los jefes revolucionarios y construyó un sistema de partidos a su imagen y semejanza, aunque con membretes sin coherencia. El PRI asistió a elecciones presidenciales en 1958, 1964, 1970, 1976, 1982 y 1988 aliado al Partido Popular Socialista (de definición marxista-leninista pero siempre aliado al PRI) y el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM, formado por algunos generales revolucionarios del grupo de Venustiano Carranza, 1913-1920). A partir de las elecciones presidenciales de 1994 el PRI perdió esas alianzas y sólo mantiene una con el Partido Verde Ecologista de México (PVEM, sin ideología y apenas con retórica ecológica elemental).

El problema radica en que la crisis de los partidos ha conducido a una disminución de militantes, El PRI acostumbró a militancias no verificables de hasta 25 millones de ciudadanos, producto de la organización corporativa del partido: todos los obreros, los campesinos y las clases medias estaban afiliados casi en automático al PRI y eran contabilizados como militantes, aunque en los hechos el PRI ha tenido alrededor de 17 millones de militantes desde las elecciones de 1976. En la actualidad el PRI ha registrado ante las autoridades electorales un padrón de militantes de 5 millones de personas.

La votación efectiva de los partidos no es la de militantes sino la de ciudadanos convencidos, por muchas razones, de las propuestas partidistas. En términos promedio la militancia en función de la votación del PRI es de un tercio. Los demás partidos andan en menos: el PRD acreditó 2.5 millones de militantes, el PAN apenas 400 mil, Morena sólo 500 mil. En total, la militancia total de los nueve partidos registrados es de 10 millones de ciudadanos, contra un padrón electoral de 87 millones.

Por tanto, los partidos han tenido que olvidarse de las ideologías y entrarse en las propuestas inmediatas de gobierno, y más aún: en programas asistencialistas específicos. La confusión ideológica ha llevado también a una aglomeración en el centro político, porque definiciones específicas de izquierda o derecha disminuyen los votos.

Lo que estamos viendo en México es el modelo de partido profesional-electoral de Angelo Panebianco: profesionalización administrativa de políticos, activismo sólo en fechas electorales y propuestas de programas de gobierno con destinatarios concretos. La dirección política de los partidos es la del modelo Michels: la oligarquía, porque los dirigentes deciden sin contrapesos ni consensos las candidaturas. Así, los partidos también caen en el modelo de Kirchheimer de partidos escoba o atrapa-todo, lo que implica el salto de militantes y aspirantes a candidaturas de un partido a otro, sin preocuparse por el asunto ideológico. Del militante convencido se ha pasado al militante chapulín, ese animalito de los jardines conocido porque no camina sino salta de un lado a otro.

Lo malo de todo es que estas deformaciones ideológicas en militantes, partidos y ciudadanos deriva en funcionarios electos por pragmatismo y por tanto en gobiernos sin coherencia ni compromiso y corrupciones crecientes por falta de compromiso con la ética que sólo da la ideología.

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