Miremos, como en una interminable sucesión de imágenes contrapuestas entre sí, el país de la redentora democracia electoral (hasta ahí ha llegado) en medio de un paisaje teñido, cada vez más, con el escarlata de la violencia y la sangre.
Estamos, señores, diría el gran orador de la triste ceremonia, en plena democracia electoral en los tiempos del horror.
Nada puede hacerse contra la sangre derramada, pero sí se puede hacer algo contra la blandura ineficaz de la política. Quizá no ahora, pero sí algún día, cuando con sensatez se pongan las cosas en su sitio y los procesos electorales sean nada más eso y no imposibles sucedáneos de la organización nacional entera.
La democracia debe ser un sistema equilibrado y justo de convivencia y no —gracias, Thomas Carlyle—, “el caos provisto de urnas electorales”, como hasta ahora sucede en México. Ese mismo pensador dijo de la democracia (al menos en el anhelo de su tiempo), “es la desesperación de no encontrar héroes para dirigir al pueblo”.
Pero el pueblo, dicho así, como la indefinible masa de conciencia sin conciencia, la multitud irreflexiva y urgida nada más por las acuciantes necesidades del día a día; la masa sin ideas ni pensamientos, es quien eleva al demagogo y otorga poder al miserable. La culpa es de la masa, no de quien la amasa.
Vuelvo a Carlyle:
“…El peor pecado es el diletantismo, la hipótesis, la especulación, la búsqueda de ‘la verdad’, como pasatiempo, jugando y tomándola a broma, raíz de todos los pecados imaginables, que se agarra al corazón y al espíritu del hombre que nunca veneró la verdad, sino que vive de apariencias, que no sólo dice y origina falsedades, sino que es una falsedad todo él…”
Las palabras de los políticos —como lo hemos visto entre la resignación y la burla— forman interminables ríos de aire. La palabrería vacua, insulsa, sin mérito más allá del tiempo radiofónico, los spots o la nada expuesta como nueva ideología. Humo, vaho sucio en el espejo de cada mañana.
Nadie aporta algo, cuando más señala vicios ajenos, virtudes propias. Vituperios en la boca de cada quien, lanzas de verbo sin calidad en los momentos actuales porque las precampañas (prepatrañas) no permiten abrir la capa de la frase o la oración, pero mucho menos evitan el escudo de la apariencia.
La forma como se ha estructurado la ley electoral es un bodrio absoluto.
Y todo se debe a la mentira original: todo fue una moneda de cambio, cuando el Pacto por México no era un acuerdo constructivo de voluntades políticas en un sentido estricto, sino un casino donde las monedas de la ruleta fueron chantajes abiertos a los cuales el gobierno cedió para lograr sus fines, sin reparar en el costo de entregar por una parte cuanto por la otra se lograba. Así nació la nueva ley con todo y el Instituto Nacional Electoral. Una maniobra; no una obra.
Pero si el sistema electoral es defectuoso, no guarda responsabilidad en los defectos congénitos de los competidores.
Las tres alianzas son francamente inexplicables e impresentables. Quizá la menos antinatural sea la del PRI con el Verde y Nueva Alianza, pues éstos dos nacieron, desde el poder, como parte de una estrategia atomizadora del voto. Uno en tiempos de Salinas y la otra después, pero con una inspiración cupular de la maestra Gordillo.
Pero los maridajes y los injertos de variedades, la cruza de burras y caballos, nos dará las mulas con cuyo cansado trote debemos arar o bogar en el mar de las ilusiones mientras la realidad habla con pistolas y granadas.
Los defectos de la vida se quieren reparar en los tribunales y ya vemos sentencias por aquí y controversias por allá.
Un puñado de señores con togas y palabras doctas, solemnes y doctorales, nos va determinar si tendremos o no una Ley de Seguridad Interior, mientras en la obra cotidiana la Marina nos regala (o le regala al gobierno de los Estados Unidos, soplón con derecho de mando), con la captura del Z-43 (como si fuera “Ayotzinapo”), José María Guizar Valencia, quien a pesar de sus beatos apellidos (como don Rafael Guizar y Valencia, de incorruptibles despojos, dicen), es un feroz asesino, jefe de la pandilla criminal de Los Zetas, formada desde la deserción de militares en Tamaulipas, hace ya muchos años.
Activos los jueces en el México de nuestros días y más lo estarán cuando ya no sólo cesen ayuntamientos enteros o desplacen por incumplidos de sus mandatos a jefes delegacionales en la Ciudad de México, sino califiquen los cientos de procesos electorales en curso, pues muchos expedientes deberá resolver el Tribunal Electoral cuya molicie cotidiana se verá interrumpida con los febriles acosos del tiempo, el implacable tiempo de calificación y solución de impugnaciones.
Ya un juez le concede amparo a tres vivillos cuya audacia los lleva a renegar de la “toma de nota” de Juan Díaz de la Torre (en la torre), el sucesor de Elba Esther Gordillo al frente del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación; pero la SEP les dice: con calma y vemos el amanecer, pues la relación queda clara para nosotros, y nada más falta ver si el juez tijuanense, en cuyas manos y sabiduría quedó esta decisión de negar legitimidad a Juanito, cesa en masa a la SEP por no respetar el amparo concedido.
Chistoso se vería Otto Granados con una cajita de cartón con sus tijeras y su engrapadora, a la mitad de la plaza de Santo Domingo, junto a la Josefa, expulsado del escritorio de Vasconcelos por una autoridad judicial.
Pero los jueces en nuestro país son —paradójicamente— cada vez menos necesarios. Han sido sustituidos por el Twitter o las redes, y si no, pues pregúntele usted al filarmónico Enrique Bátiz, cuya vida se acaba con la sentencia ya pronunciada por el inapelable tribunal de los medios y el murmullo chismoso.
Una joven violinista lo acusa, tardía pero memoriosamente, de haberla violado en un hotel de Suiza hace ya muchos años, y sin más, el mundo se le viene encima al director de orquesta, quien no tuvo ni siquiera oportunidad de explicar las cosas, pues cuando llegan sus dichos defensivos, ya se ha puesto en marcha la maquinaria del “me too” por todo el mundo y lo cuelgan de los tobillos (a falta de otra parte de donde colgarlo) y le retiran honores, homenajes, conciertos y hasta el saludo.
Las denuncias de este tipo ya son una epidemia.
Los colectivos defensores de las mujeres, quienes en otras cosas pugnan también por la vigencia de los Derechos Humanos, incurren en una abierta violación de muchos principios. Nadie debe defender a un culpable, pero todos debemos juzgar con objetividad e imparcialidad. Eso, si alguien nos hubiera dado el derecho de juzgar.
—¿Es culpable Bátiz del abuso denunciado por la señora Silvia Crastan?
Quizá lo sea; quizá no. La correspondencia exhibida, registrada posteriormente a los hechos denunciado, más parece propia de una relación cordial y no de resentimiento por un atropello. Pero eso no es materia de análisis cuando la sentencia se pronuncia a priori.
¿Hace cuánto en verdad vivimos en este país un tiempo de canallas, como dijo alguna vez Dashell Hammet? Hace mucho.
Una esquela nos dice de la muerte de John Gavin, embajador de los Estados Unidos y feroz enemigo de México desde el bunker del Paseo de la Reforma.
Gavin, otro canalla, fue el promotor de las presiones contra este país, cuyo efecto derivó después en la dominación de la DEA. Y sin ese dominio “metadiplomático”; no se entienden ni la guerra de Calderón ni sus consecuencias hasta ahora.
John Gavin fue un procónsul; no un simple embajador en los tiempos de Reagan, y le cobró a México, muy cara, la ejecución del doble agente, “Kiki” Camarena. Ojalá Dios lo juzgue.
Nos veremos, Jack, en el infierno, cuando todos seamos polvo al viento, como Pedro Páramo…