En el catálogo contemporáneo de las conquistas de diversas minorías (étnicas, culturales, sociales, sexuales y demás), hay temas absolutamente intocables.
Uno de ellos es la condición de los homosexuales o cualquiera de los diversos individuos (y hasta individuas, según la nueva gramática de lo correcto), cuyas preferencias quedan dentro del amplísimo arco (iris) de la diversidad, conocido por las interminables siglas LGTB… etc.
Ellos, sus formas de organización, su vida matrimonial, su capacidad reproductiva por subrogación o sustitución; sus adopciones, sus transformaciones quirúrgicas y demás son sagrados. Criticarlos o dudar siquiera de esos derechos viene siendo un nuevo sacrilegio.
Hablar de ellos, si no es para alabarlos y reconocer los motivos de su orgullo, resulta siempre condenatorio. Guarde el altísimo a quien ose mencionarlos siquiera con una alusión fuera de la irreversible condición de sus derechos. Le caerá encima la ira de todos los buenos del mundo, de los bien portados, de los siempre correctos.
Es como si alguien habla mal de los ciclistas o los perros de la Condesa.
Y algo así le acaba de ocurrir al candidato del PRI al gobierno de la Ciudad de México, Mikel Arriola, quien ha cometido un gravísimo error en su campaña: revelar su pensamiento. Decir “su” verdad.
—¿Quién le dijo a Mikel Arriola sobre la verdad como un valor de la política? ¿Nadie estuvo ahí para aconsejarlo?
Lo ignoro, pero el cardenal Mazarino le habría dicho:
“—Cuando quieras obtener de corazón algo, que nadie lo descubra hasta que lo hayas obtenido efectivamente”. Recordemos.
“Mikel Arriola, candidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI) a la jefatura de Gobierno de la Ciudad de México, afirmó que está en contra de la adopción entre personas del mismo sexo y de la legalización de la mariguana.
“La familia será mi prioridad, la Ciudad de México será la ciudad de los valores, de la familia. Claramente les digo: Mikel Arriola está en contra de la adopción entre parejas del mismo sexo”, dijo el abanderado priista durante el cierre de su precampaña en el Teatro Metropolitana.
“Durante el evento, el candidato del PRI también aprovechó para dar su postura sobre el uso recreativo de la mariguana.
“La familia será mi causa y el eje de mis acciones. Los gobiernos del PRD y Morena han impuesto la idea de que la legalización de la mariguana para fines recreativos va a ayudar a los jóvenes, postura que nosotros habremos de combatir bajo un principio de prevención de las adicciones y blindaje al núcleo familiar”.
Colocar a la familia como eje de una política en la ciudad de México tiene un insostenible tono arzobispal. No importa si es éticamente sustentable; es políticamente impresentable, en especial en una ciudad cuya consagración de los derechos de todos es bandera irreversible y hasta constitucional.
Efectivamente la única constitución habida en esta ciudad está sustentada en la vigencia de todos los derechos reales e imaginarios, pero establecidos de modo legal y por lo visto inamovible.
De nada sirve ante esta circunstancia plantear convicciones personales y menos en una contienda electoral en cuyo desarrollo las mujeres contra las cuales compite Arriola, se van a deshacer en promesas de respaldo a lo ya logrado y de lo aún pendiente, si algo queda por hacer en esa materia.
En cuanto a los niños adoptados por parejas del mismo sexo, no se sabe con certeza cómo se asimila, con el paso del tiempo, su condición con la de los demás niños, cuyos padres tienen distinto género (por ejemplo en las escuelas), pero ese no es el tema ahora. A fin de cuentas en los casos de adopción, todo mundo opina menos los adoptados (sería imposible por su tierna edad). Y cuando pueden opinar, ya han pasado muchos años. Sin embargo ese debate no encaja (aunque debería) en una campaña electoral.
Mikel Arriola ha emitido un “voto de conciencia” sobre su propia campaña electoral. Se le debe reconocer su sinceridad, por encima de su conveniencia, pero esos no son los méritos de un político profesional cuyo mayor talento debe ser la capacidad de engañar o al menos de disimular.
Como dijo uno de mis cardenales favoritos, Mazarino:
—“Ten siempre presentes estos cinco preceptos: Simula. Disimula. No te fíes de nadie. Habla bien de todo el mundo. Piensa antes de actuar”.
Muy diferente ha sido el caso de Enrique Ochoa, presidente del CEN del PRI, quien intentó un chistorete cuyo efecto le salió por la culata (sin albur).
Su defectuoso juego de palabras entre la prieta y la morena; lo ajustado, lo apretado y todo lo demás, sólo le valió para recibir la catarata de exageradas censuras por discriminación y racismo.
La verdad no es para tanto, pero las buenas conciencias no conocen límite alguno, especialmente cuando se trata de enemigos políticos.