Como secuela calcada, cada matanza de estudiantes o de personas por asesinos de masas en los EE.UU. lleva siempre a la petición de controlar la venta de armas, de manera inevitable aparece la Asociación Nacional del Rifle y al final las cosas regresan a la situación anterior. Este escenario tiene sólo un punto importante: la percepción de que la responsable de las masacres no es la Segunda Encienda que permite la compra y posesión de armas, sino la realidad de la violencia imperial usada justamente para mantener el american way of life o modo de vida estadunidense.
Todo estadunidense, sea liberal, conservador o militarista, se forma en la excepcionalidad: los EE.UU. son el centro del universo; por tanto, cumplen la función de policía mundial contra todo lo que atenta contras “sus” valores. Ahora mismo se ha revivido la guerra en Vietnam por la película The Post y los Papeles del Pentágono y ahí se recuerda cómo Washington creó las condiciones para auto asumirse como defensor de Occidente e ir a combatir a los comunistas al sudeste asiático. Iberoamérica tiene vivos los recuerdos de intervenciones que llevaron a la Casa Blanca a ordenar, ocultar y patrocinar golpes de Estado contra gobiernos democráticos.
La mentalidad de superioridad violenta de los perpetradores de las masacres –como el último caso en Florida– es la misma de los militares estadunidenses que hoy ocupan Afganistán e Irak y sus razonamientos retorcidos son, vis a vis, igual a los usados por George W. Bush para inventar compra de barras de plutonio por Hussein para fabricar una bomba atómica que se usaría contra los EE.UU. y ordenar la invasión de Irak.
Y es, por cierto, la misma mentalidad conquistadora del siglo XIX que permitió la apropiación del oeste contra los indios y contra los territorios mexicanos; ahí, en ese escenario de conquista, nació el espíritu de la Segunda Enmienda Constitucional no sólo para la propiedad de armas, sino para la formación de milicias defensoras del territorio conquistado. Los grupos armados en Arizona que atacan a balazos a migrantes que cruzan la frontera del sur tienen su referente en esas milicias que se formaron para no sólo quitarles sus tierras a los indios y mexicanos, sino para echarlos de esos espacios conquistados.
El estadunidense promedio no regresa al pasado conquistador porque entonces estaría obligado a regresar todo lo conquistado por la vía de la violencia. Esa mayoría silenciosa –llamadas así por Richard Nixon– se conmueve cada matanza, hace vigilias, exige mayor control de armas, pero no se atreve a la reflexión más estricta: la violencia interna es expresión de la violencia conquistadora militar.
No se trata solamente de la poderosa Asociación Nacional del Rifle. Los EE.UU. son los principales fabricantes de armas, realizan funciones ilegales de venta de armas sin documentos a facciones de otros países que representan los intereses geopolíticos de dominación del establishment imperial. Si de veras los estadunidenses quisieran terminar con las masacres, entonces debieran de comenzar por exigirle a su gobierno el fin de todas las guerras, la disminución de su ejército, el fin del poderío militar nuclear y el traslado a las Naciones Unidas, con todo y su burocracia, de la responsabilidad del equilibrio geopolítico.
Detrás de las masacres de inocentes –estudiantes o ciudadanos, porque ha habido matanzas en lugares comerciales abiertos– se localiza la estructura de dominación de los EE.UU. como imperio: en 1961 el presidente Eisenhower alertó sobre la existencia de un complejo militar-industrial: la maquinaria de guerra de los políticos y sus aliados empresariales, debido sobre todo al detonador económico de las guerras.
La maquinaria actual del capitalismo estadunidense configura un verdadero establishment de grupos de poder: los funcionarios belicistas, la industria militar, el sector financiero, el sector bursátil donde cotizan las empresas fabricantes de armas, los medios de comunicación que justifican las guerras aun denunciándolas, la comunidad de los servicios de inteligencia y seguridad nacional, las empresas privadas contratistas que sirven al sector militar, el lobby legislativo militarista y los grupos de interés como la Asociación Nacional del Rifle que financia campañas. Esta estructura de poder influye sobre conservadores y liberales porque el asunto no es ideológico interno, sino de dominación imperial: los EE.UU. combaten a quienes quieren quitarle control geopolítico a la Casa Blanca. De complejo militar-industrial ha pasado a ser simplemente un complejo imperial sofisticado posterior a la derrota en Vietnam.
Se trata, pues, de una mentalidad violenta cotidiana llevada al nivel sofisticado de ideología. De poco servirá mayor control de armas si los estadunidenses son imbuidos por los medios de noticias sobre los que quieren aplastar a los EE.UU. Y los jóvenes son afinados en su mentalidad con videojuegos de violencia, de combate, de asesinar al otro. Y al final de cuentas, nada define la libertad en los EE.UU. como la compra de armas para uso individual, cualquier arma, cada vez más las armas de combate, el arma como instrumento de superioridad y dominación del otro.
De ahí que el problema de las matanzas de estudiantes es apenas un indicio de una mentalidad conquistadora, de una ideología social de agresión y de una historia que se hizo sobre la matanza de 10 millones de indios en el siglo XIX y de la conquista vía una guerra de dominación de la mitad del territorio mexicano del siglo XIX. Una mentalidad imperial detrás de la ocupación de países del medio oriente, de la exacción de África y de la explotación de Iberoamérica.
El día en que se anule la segunda enmienda veremos a un imperio derrumbarse.