EL DINOSAURIO CASI NONAGENARIO

Hace muchos años, en una de las redacciones iniciales de mi vida profesional, conocí a un hombre –ya entrado en años– cuyo mérito en la vida fue escribir una de las canciones más tristes del mundo, en cuyas letras de amargura hoy veo el retrato actual del Partido Revolucionario Institucional, cuyos aedos podrían cantar ahora “… inmensa nostalgia invade mi pensamiento; y al verme tan solo y triste…”, porque ni siquiera con los mejores ojos se le podrían ver los músculos de antaño, ni la agudeza de los reflejos en cuya eléctrica respuesta anticipada hubo siempre un destello de genialidad y una prolongada sabiduría en el ejercicio del poder.
Hoy nadie podría suscribir, cuando más recodar, palabras como estas:
“…las ideas y los hombres de la Revolución Mexicana tienen la fuerza que les permitirá enfrentarse a cualquier competencia electoral, como si fuera la práctica requerida para mantenerse en forma. ¡Ni siquiera el prolongado ejercicio del poder ha gastado la fuerza de la Revolución Mexicana!”
Eso dijo en momentos de euforia el gran Jesús Reyes Heroles quien en tono de advertencia ante lo inminente, alcanzó a mirar con los ojos de la clarividencia, el porvenir ineludible. Y presagió envuelto en la humareda de su tabaco azul:
“…debemos estar en contra de aquellas fuerzas que rebasan el encuadramiento político, que actúan como grupos de presión, distorsionando el cuadro social, dificultando la correcta articulación de la sociedad e intentando mediatizar la supremacía estatal. Por ello, al mismo tiempo que ayudamos a nacer una nueva vida política, tendremos que aplicar la eutanasia a los grupos de presión encaminados a rebasar los partidos …”
Hoy ya nada de eso es siquiera imaginable.
La corriente ideológica sin ideología llamada “modernidad” expresada en la infalible supremacía de los disfraces sociales enquistados en organizaciones no gubernamentales, ha logrado sabotear al estado, lo ha deshecho en términos de operatividad y lo ha dejado todo en el cuchicheo corrosivo de las redes sociales la política presumiblemente correcta.
El mundo se gobierna (o se desgobierna) por tuiter, como nos lo ha hecho saber y probado a casa paso, el vergonzoso habitante de la Casa Blanca.
Por esa desideologización, esa desvertebración, los partidos han devenido en membretes indefinibles, por eso es posible hoy ver el maridaje de la izquierda (falsa) con la derecha (falsa) en el olvido de sus (falsos) principios, pues éstos se han quedado allá, en el principio; no en la actualidad.
No podría el PRI, en esta fecha del cumpleaños número 89, con artrosis y sin capacidad para engendrar un candidato, reflexionar sin nostalgia en palabras como estas:
“…Nuestro partido nació como instrumento de unidad entre facciones de una Revolución triunfante, facciones que frecuentemente contendían entre sí, no por razones personalistas, como vulgarmente se cree, sino por diferencias en el enfoque de los problemas en un momento en que la ideología de la Revolución aun no lograba su integración cabal.
“Esto es, eran más que facciones, corrientes …
“…con el transcurso del tiempo la ideología se fue integrando hasta llegar a nuestros días, en que no puede, en serio, decirse que la revolución carezca de un cuerpo de ideas básicas fundamentales para llevar a la acción a fuertes núcleos de la población mexicana. Esto explica el que nuestro partido sea un partido de clases y no de clase; que no tengamos que estar nunca en busca del hombre providencial (como los partidos “carismáticos”), dotado de características sobrenaturales, pues solo necesitamos fieles intérpretes de las ideas que profesamos”.
Pero hoy esa profesión ideológica se ha desvanecido y el hombre providencial no ha aparecido.
La Revolución triunfante le dio paso a la Revolución interrumpida y luego traicionada. Los bandazos en la realidad hicieron imposible el respaldo de las mismas ideas para Adolfo López Mateos o Ernesto Zedillo; ni para Lázaro Cárdenas o Enrique Peña Nieto.
Una idea no es un ideal.
Y una ideología debería superar a los sucesivos catálogos de oportunidad sexenal. Por eso resultó necesaria, en contra del análisis festivo, la tradición de coser u descoser.
Cada sexenio borraba los pasos del anterior y sobre la escalinata de la pirámide se echaban los colados de una nueva estructura a veces totalmente distinta de la anterior, hasta perder identidad, definición y compromiso.
El estatismo de la industria petrolera, por ejemplo, convertido hoy, por fin, en la subasta de zoco, para el retorno triunfante de las empresas expropiadas hace menos de un siglo, tras el fracaso de la empresa nacional.
Hoy, ya no pudo hallarse en las filas del partido un hombre, ya no digamos providencial, sino siquiera presentable frente al electorado más difuso y diverso de la historia moderna. Se habilitó (con poca habilidad) a un externo.
Aquellos grupos de presión cuyo empuje amenazaba los torreones de los partidos, hoy son quienes manejan la conciencia social. Y en la trampa ineludible cayeron las presas y pronto los mismos cazadores.
El PRI se “ciudadanizó” no ahora, sino desde la llegada de Ernesto Zedillo, el verdadero y orgulloso artífice de las graves derrotas y la gozosa entrega del poder. No fue una batalla perdida, fue una lucha traicionada.
Hoy se puede recordar un episodio.
El mismo Porfirio Muñoz Ledo cuya imprecación, fue respondida a golpes por los diputados priistas cuando interpeló a Miguel de la Madrid, en un informe presidencial, le espetó, años después, con la deliberadamente suave dicción de la venganza, a un cabizbajo Zedillo, los ecos del reino de Aragón:
“…Nos, que somos tanto como vos y todos juntos más que vos…”
Hoy el Partido Revolucionario Institucional llega a un aniversario más y quién sabe si para sus 90 años todavía se pueda reclinar en los mullidos cojines del poder para aliviar el ataque de ciática o los dolores de un “sordo lumbago”, como sufría aquel viejo león enjaulado en el inmortal poema de Lugones.
Pero lo grave de ese desdibujamiento del partido, de la corrupción cínica y soberbia, son los efectos en la vida nacional. La crisis no fue sólo del PRI, fue del país y de las fantochadas con las cuales se quiso sustituir –sin éxito– la claudicación de los viejos principios, no, por traicionados, equivocados.
Los doce años de la pantomima panista y los sucesivos desastres en la construcción monstruosa de la ciudad de México por parte del PRD (sin hablar de sus fracasos en gobiernos estatales) y ahora Morena con el arribo de sus feligreses de ocasión, son la advertencia del cataclismo por venir, gane quien gane las cercanas elecciones.
Al parecer el partido de hoy no tuvo tiempo de reflexionar cuando aun era oportuno, en las palabras de Daniel Cossío Villegas:
“…el único rayo de esperanza –bien pálido, por cierto–, es que de la propia Revolución salga una reafirmación de principios y una depuración de hombres. Quizá no valga la pena especular sobre milagros… si no se reafirman los principios y simplemente se les escamotea; si no se depuran los hombres y simplemente se les adorna con ropitas domingueras y títulos… entones no habrá en México autorregeneración y en consecuencia la regeneración vendrá de fuera y el país perderá mucho de su existencia nacional y a un plazo no muy largo…”
Hoy por desgracia la predicción de Cossío ya se ha cumplido: el país ha perdido mucho de su existencia y viabilidad soberana y no fue necesario esperar plazo muy largo.
Ya en 1943, en los célebres “Cuadernos Americanos”, Don Jesús Silva Herzog advertía la crisis moral de la política: “…la inmoralidad es sobre todo alarmante en la administración pública federal, de los Estados y de los Municipios; la gangrena ha cundido, no sabemos si desde muy arriba hasta muy abajo, o desde muy abajo hasta muy arriba…”
Pero hoy ha pasado mucho tiempo.
Y emulando a Renato Leduc, se le podría regalar este dístico al PRI en su cumpleaños:
“Mirando voto a voto, el fin del tiempo;
Porque el tiempo es fugaz, por eso es tiempo”.

Noticias

Síguenos en redes