Como de antemano me imagino los reproches por esta columna, les digo a quienes se tomen la molestia de insultarme, por favor, no me mienten la madre. Primero, por respeto a la difunta, quien nada sabe ahora de mis opiniones.
Y después, por lo sexista de esa conducta.
¿Por qué cuando queremos insultar a alguien lo mandamos a violar a su madre (ese es el sentido profundo de la chingada, según nos han dicho los sicólogos y otros estudiosos del simbolismo nacional)? Mejor a su padre o su tío. No sean así.
Como abundan los casos de sexismo al revés, yo propongo abolir en todas las sinfonolas (si algunas quedan) o del servicio de “Spotify” o “AccuRadio” o cualquiera otra plataforma similar, la canción de “La chica de Ipanema” porque su letra machista y sexista cosifica a las mujeres.
Deberíamos nada más recordar como Antonio Carlos Jobim escribió:
“…Mira que cosa más linda, más llena de gracia, esa niña que viene y que pasa, con su balanceo camino del mar. Bella de cuerpo dorado del sol de Ipanema con su movimiento que es más que un poema… es la cosa más linda que he visto pasar…”.
¡Eso es el colmo!, la mujer convertida explícitamente en una cosa. ¡COSA!, o sea,(diccionario):
“…Objeto inanimado, por oposición a ser viviente… En el régimen de esclavitud el esclavo era una cosa….
…Objeto material, en oposición a los derechos creados sobre él y a las prestaciones personales”.
Ni siquiera con decirle linda en extremo se justifica cosificarla (del neo verbo cosificar, así como cuando a alguna de ellas se le dice mi alma, todo se reduce a “almaficar”). Y eso de ponerle niños a las roscas de reyes; nunca una nunca, nunca… Machismo de Natividad.
Pero en el mundo del feminismo delirante, ese cuyas máximas expresiones son idiomáticas y por cuya aportación ahora todos dicen mexicanos y mexicanas, niños, niñas y adolescentes (ahí sí se jodieron porque no hay “adolescentas”), en abierta contradicción con los dictados gramaticales, los excesos son notables, por eso se ha presentado, en agravio de un posible remedio o al menos una reparación, la “moda” (o el modo) de quejarse, con estoicismo retardado, por insinuaciones, acosos o francos hechos de violencia, ocurridos… hace dos décadas, sin cómo probar ni las agresiones invocadas, ni para hacer una verdadera justicia más allá del linchamiento de las chismosas redes sociales.
Los excesos distorsionados anulan los méritos serios en favor de la indispensable igualdad de los derechos de todos (y de todas, güey) y en muchos casos hasta caricaturizan la sensatez de frenar el machismo pernicioso.
Todo esto me ha venido a la cabeza por dos cosas.
Una de ellas es el domingo y la otra la lectura de un texto de Mario Vargas Llosa sobre el ataque de estas radicales a la cultura. El Nobel escribe en su artículo semanal de El País del ataque a la literatura con pretexto de los derechos femeninos.
Dice Mario:
“…Ahora el más resuelto enemigo de la literatura, que pretende descontaminarla de machismo, prejuicios múltiples e inmoralidades, es el feminismo. No todas las feministas, desde luego, pero sí las más radicales, y tras ellas, amplios sectores que, paralizados por el temor de ser considerados reaccionarios, ultras y falócratas, apoyan abiertamente esta ofensiva antiliteraria y anticultural. Por eso casi nadie se ha atrevido a protestar aquí en España contra el “decálogo feminista”.
Estas mujeres quieren pasar por la criba de sus argumentos radicales (hembrismo a ultranza, inconsistencia intelectual, prejuicios al revés y demás tarugadas), las obras de la literatura y en ello han hallado eco de otras en el mundo, quienes la han emprendido contra el arte cuyo criterio “falócrata” las ha convertido en cosas desnudas.
Ya algunas opinan hasta contra la versión de una Helena de cascos ligeros por cuya cornamenta Menelao desató la guerra de Troya. Se quejan por el rol de doña Josefa Ortiz, quien de chismosa ha pasado a ser nada más la esposa del Corregidor y hasta pretenden hacer una hoguera con los libros “Lolita”, de Nabokov; “Memorias de mis putas tristes”, de García Márquez y “La casa de las vírgenes dormidas de Kawabata”, entre otras por su contenido estimulante de la pedofilia.
“…Naturalmente que, con ese tipo de aproximación a una obra literaria (MVLL), no hay novela de la literatura occidental que se libre de la incineración. Santuario, por ejemplo, en la que el degenerado Popeye desvirga a la cándida Temple con una mazorca de maíz ¿no hubiera debido ser prohibida y William Faulkner, su autor, enviado a un calabozo de por vida?”.
Pero ni modo, el feminismo exacerbado y fanático, y el “whatsApp” son dos de los peores enemigos en el mundo contemporáneo. Uno nos priva de la racionalidad; el otro, del arte de conversar frente a frente.