La revuelta estudiantil según Revueltas

Cuando se inició el movimiento de 1968, José Revueltas prácticamente se fue a vivir a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional: la revolución no debía únicamente pensarse, había también de vivirse. El escritor duranguense se convirtió en el gurú intelectual de los jóvenes universitarios, quienes hicieron todo para resguardarlo cuando el Ejército ocupó Ciudad Universitaria en septiembre de 1968. Durante dos meses lograron su propósito, pero el 15 de noviembre lo aprendieron las fuerzas de seguridad en la colonia Narvarte.

Aquella tarde el autor de Los días terrenales había dictado en Filosofía y Letras una conferencia sobre “autogestión académica y universidad crítica”. Los textos dedicados a estos temas muestran desplazamientos conceptuales interesantes. Sin abandonar la problemática de la enajenación que recorre toda su obra y sin hacer de lado el objetivo de la revolución, Revueltas “carga” los nuevos conceptos con el contenido previamente dado al partido (“cerebro colectivo”). Sin embargo, no será esta entidad “históricamente inexistente”, el Partido Comunista Mexicano (PCM), el que tenga el cometido de fungir como la “conciencia organizada” de la clase obrera: el nuevo espacio será transitoriamente la universidad. Pero no el claustro habido hasta entonces, sino la universidad crítica prefigurada por el movimiento estudiantil.

La reflexión crítica instituida durante aquellas jornadas y la democracia horizontal del movimiento estudiantil constituyeron para el novelista el embrión de la sociedad futura, la nueva práctica (autónoma, crítica y plural) en la que esta debería fundarse. Por tanto, el sujeto del cambio no sería en lo inmediato un movimiento obrero sometido por el régimen autoritario, lo conformarían los estudiantes dentro de un espacio universitario no alienado. De esta manera Revueltas aseveró: “La juventud no son los jóvenes sino los cambios que en la sociedad propugnan los jóvenes”. Sugerente contrapunto con su antiguo mentor Lombardo Toledano, quien consideraba en ese momento que “los jóvenes se deben de preparar (estudiar) para contribuir mañana al advenimiento de la sociedad socialista”. Frente a esto Revueltas propuso que la autogestión académica, alimentada por una conciencia crítica, dejara atrás a la universidad en cuanto “almacén donde se depositen los conocimientos” que, liberados por la praxis autogestiva, asumirán el contenido revolucionario “al transformar lo que conoce”.

Revueltas caracterizó el movimiento de 1968 como una “revolución estudiantil”, el preámbulo de un cambio radical en el “horizonte histórico de México”, esto es, la superación dialéctica de la Revolución mexicana, con la cual la burguesía asumió “el poder desde 1917”. En reacción en cadena, el concepto y práctica de la autonomía traspasó las fronteras universitarias convirtiéndose en patrimonio común del estudiantado en su conjunto. Asimismo, extendió la crítica de la institución educativa hacia “los planos del cuestionamiento político de la sociedad y de sus estructuras”. De allí permearía hacia el resto de la sociedad, pues, en una segunda fase, cristalizaría en la “autodeterminación política de todos los sectores del pueblo, con la clase obrera a la cabeza, o sea, la nueva revolución que ha de cambiar en México el rumbo de la historia”. Con salvedades, trotskistas, maoístas y marxistas independientes, presentes en los “círculos dirigentes de la masa estudiantil”, podrían integrarse y contribuir a conformar el futuro partido de la clase obrera que encabezara la segunda gran Revolución mexicana del siglo XX.

Cuando Revueltas abandonó la prisión “bajo protesta” —ya que continuaba sujeto a proceso— el 13 de mayo de 1971, intentó promover la autogestión académica entre los estudiantes universitarios, además derivó dos conceptos de aquélla: “conciencia libre” y “democracia cognoscitiva”. El primero implica que la conciencia es una sola, por lo cual es erróneo —producto de la “beatería seudomarxista”— escindirla maniqueamente en “conciencia burguesa” y conciencia proletaria”, una mala y otra buena, aquella ideológica, esta científica, contrarrevolucionaria y pura, respectivamente. Únicamente existe una conciencia racional y esta es necesariamente crítica de acuerdo con Revueltas. Para su desarrollo pleno, la “conciencia libre”, esta suerte de ciudadanía de las ideas, se ejerce dentro de la “democracia cognoscitiva”, la cual supone “la confrontación de tendencias”, la impugnación de situaciones, la lucha de ideas”. Este cuestionamiento libre, crítico y democrático constituyó para el escritor duranguense el legado mayor del movimiento juvenil de 1968 en todo el mundo. Ante la mediatización de la clase obrera —en Occidente, el bloque socialista y el Tercer Mundo— la conciencia proletaria había quedado depositada en los intelectuales críticos “cuyo objetivo esencial no es sustituir a la clase obrera, sino influir sobre ella y hacerla retomar su papel dirigente”.

Noticias

Síguenos en redes