REDACCIÓN

Aunque a decir del propio José Saramago el “Quinto Cuaderno de Lanzarote” sería la última de las memorias anuales que publicaba, también prometió a sus lectores un “Sexto cuaderno”, que para sorpresa de todos surgió 20 años después de que lo escribió, en 1998, y a ocho años de su muerte, tras ser descubierto en su computadora.

“El tiempo tiene razones que los relojes desconocen, para el tiempo no existe el antes ni el después, para el tiempo sólo existe el ahora”, escribió Saramago el 14 de enero de 1998. Justo ahora, ocho años después de su fallecimiento, esos textos vieron la luz.

Nombrado por su editorial Alfaguara como “El cuaderno del año del Nobel”, ya que corresponde al diario del año en que recibió ese galardón por su Literatura, el libro surgió como una herencia a sus lectores ávidos de conocer más sobre el escritor portugués.

El “Cuaderno 6” no fue publicado mientras vivía el también novelista, poeta, periodista y dramaturgo por lo apretado de su agenda.

De ahí que su divulgación se fue posponiendo hasta que el ensayista Fernando Gómez Aguilera, autor de su cronobiografía, indagó en los ordenadores de Saramago con la misión de recopilar conferencias y discursos.

Fue así que en una carpeta nombrada “Cuadernos”, en la que imaginó sólo se encontraban los cinco volúmenes de “Cuadernos de Lanzarote” (isla española en las Canarias donde pasó sus últimos años), halló el sexto, que salió en febrero de 2018.

El ejemplar fue impreso en octubre del año pasado como lo dejó el autor e inclusive en algunas páginas se mantienen sus apuntes en los que enuncia el asunto a abordar antes de entregarlo a los editores, como explica su esposa Pilar del Río en el prólogo.

“El cuaderno del año del Nobel” congrega los textos escritos casi a diario, algunos breves como telegramas, de sólo cinco palabras, y otros más extensos, como os discursos y entrevistas que dio, o artículos que escribió para diarios o revistas.

“Puso el coche en movimiento, se marchó y me dejó pensando que cuando llegue mi hora podré irme de este mundo con la pequeña seguridad de no haber mucho mal. Al menos…”, escribe Saramago tras el encuentro con uno de sus lectores, como muchos otros de los que comparte en el texto.

También dan cuenta de las reuniones que sostuvo con amigos y colegas, y la muerte de gente cercana, como el caso de su ex esposa Ilda Reis, así como pequeños percances, sus ideologías y opiniones sobre cuestiones financieras, políticas, económicas e históricas.

José Saramago, quien visitó varias veces México, hace diversas referencias en torno a Chiapas, estado del que destaca lo asombroso de sus paisajes montañosos, pero sobre todo aborda las injusticias a los indígenas y el levantamiento en armas congregados en el Frente Zapatista de Liberación Nacional para reclamar sus derechos, así como la matanza de Acteal.

Para el novelista 1998 transcurre entre las presentaciones por su libro “Todos los nombres”, las adaptaciones, reediciones y transcripciones de otras novelas, y la noticia sobre la entrega del Premio Nobel de Literatura, el 8 de octubre, pese a lo cual apenas dos líneas le merecieron en ese momento, y diversas anotaciones sobre entrevistas a lo largo del mes en relación con ese hecho.

“En Frankfurt, el día 8 de octubre, las primeras palabras que pronuncié fueron para agradecer a la Academia Sueca la atribución del Premio Nobel de Literatura. También se lo agradecía a mis editores, a mis traductores y a mis lectores. A todos ellos vuelvo a agradecérselo”, rememora el 10 de diciembre.

Además de los apuntes del 1 de enero de 1998 y hasta dos días de 1999, transcribe la carta de una lectora y en otro describe cuando como cualquier ciudadano común acude sin compañía a comprar calcetines y es sorprendido por otro lector. Ambos se incluyen en un apartado de Intervenciones de Saramago.

“Descubramos los unos a los otros”, se deriva de la conferencia que pronunció el 22 de septiembre en Cáceres, que se transcribe.

En “El cuaderno del año del Nobel” además se incluye “Verdad e ilusión democrática”, impartida en la Universidad de Guadalajara, y “El narrador omnisciente es el autor”, en el Colegio Nacional, en México, al igual que un texto leído en un coloquio en Amberes.

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