Un teatro en mil pedazos para Antonin Artaud

REDACCIÓN

México estuvo presente en el pensamiento del actor, dramaturgo y poeta francés Antonin Artaud antes de que pisara estas tierras. En 1932, escribió La Conquista de México, una obra acerca de aquel hecho histórico, con la que inauguró la corriente del Teatro de la crueldad.

“Con esa manía de rebajarlo todo, que es hoy nuestro patrimonio común, tan pronto como dije ‘crueldad’ el mundo entero entendió ‘sangre’. Pero Teatro de la crueldad significa teatro difícil y cruel ante todo para mí mismo”, apunta Artaud en su pieza teórica más conocida: El teatro y su doble.

“En el plano de la representación esa crueldad no es la que podemos manifestar despedazándonos mutuamente… sino la crueldad mucho más terrible y necesaria que las cosas pueden ejercer en nosotros. No somos libres. El cielo se nos puede caer encima. Y el teatro ha sido creado para enseñarnos eso ante todo”, explica.

Nunca llegó a montar La Conquista de México. Una pieza en cuatro actos que abarca desde la premonición del país que sería conquistado, hasta el trágico final de Cortés y sus hombres, sobre quienes cae una maldición.

Enemistado con los surrealistas, Artaud fue quizá el más surrealista de los surrealistas y persiguió el sueño de cruzar el Atlántico para encontrarse con el país que representaba un idílico lugar donde encontraría la esencia de la creación.

En 1924, por su libro Tractac del ciel, André Breton lo nombró director de la Oficina de Investigaciones Surrealistas. Luego se distanciaron y Artaud fundó una compañía de teatro con la que hizo cuatro espectáculos que fueron un rotundo fracaso. Entonces decidió venir a México. Lo logró más de una década después.

“Vino buscando las raíces, con una imagen idealizada de un México indigenista, pero se encontró con un país cosmopolita, del cual se quejaba en sus colaboraciones para el periódico El Nacional”, cuenta el director Claudio Valdés Kuri, quien el 8 de febrero estrenará una nueva versión del montaje Artaud En mil pedazos, con Rodrigo Carrillo Tripp. La puesta será escenificada en distintos espacios del Teatro de la Ciudad, sólo para 50 espectadores por función.

Aquí Artaud pasó nueve meses, en los que tuvo un apasionado romance con la pintora María Izquierdo y vivió varias semanas en la sierra de Chihuahua.

“Caminó como un mes para llegar con los tarahumaras y esperó 12 días para ser atendido. Ya venía con grandes problemas de adicción, porque de joven lo trataron con opio en el siquiátrico y sufrió una crisis de abstinencia en la sierra; además, vivió una experiencia ritual de varios días dentro de una caverna y todo eso lo marcó”, comparte Valdés Kuri.

La revolución individual

“Podría pensarse que Artaud ha dejado de pertenecer al movimiento surrealista por la fecha en que llega a México”, escribe Luis Mario Schneider en el prólogo de México y Viaje al país de los tarahumaras (1975), de Antonin Artaud, que el Fondo de Cultura Económica editó en 1984.

Por su negativa a afiliarse al Partido Comunista, el artista nacido en Marsella en 1896 fue expulsado del movimiento fundado por André Breton. “La condición intrínseca de Artaud, su desesperada enfermedad y su soledad medular no le permiten creer en una acción revolucionaria y en una salvación política”, continúa el poeta argentino.

“Su búsqueda es amorfa, también desesperada; en esta búsqueda permaneció fiel al surrealismo, a sus postulados esenciales, a esa verdad que los otros surrealistas intentaron atrapar por medio de la acción política”, puntualiza Schneider.

La obsesión de encontrar la realidad en otra realidad más profunda, pura y primitiva, lo trajo a México. Luego de varios meses de planearlo, con apoyo de Jaime Torres Bodet, quien era agregado cultural en Francia, partió el 11 de enero de 1936 de Amberes rumbo a La Habana, donde pasó tres días antes de embarcarse hacia la tierra anhelada.

“El viaje de Artaud a México era una convulsión, un espasmo deliberadamente provocado, cuyo punto extremo debía permitirle llegar, como cercenado, a una realidad –la de los tarahumaras- de la cual jamás se había separado”, apunta el escritor y periodista francés Georges Charbonnier en su libro de Antonin Artaud: un ensayo, de 1959.

Charbonnier asegura que Artaud veía en los tarahumaras una cultura encarnada en la cual los mitos no habían dejado de ser animados por las fuerzas subterráneas que los habían engendrado y el hombre volvía a encontrar su Yo profundo.

Para Claudio Valdés Kuri, Artaud, quien en su juventud intentó ingresar al Seminario, nunca dejó de ser religioso, en el sentido de la palabra religare (volver a unir).

“Eso es lo que quiso recordarnos, la necesidad de regresar al origen. Las respuestas profundas de la vida están dentro de uno mismo y eso está implícito en él”, señala.Sobreviviente de ocho hijos, se cree que Artaud padecía neurosífilis, por lo que desde muy joven sufrió fuertes depresiones.

“Lo trasladaron de Marsella a París y ahí, paralelamente a su estancia en el siquiátrico, estudió teatro. Participó en películas como la Juana de Arco, de Carl Theodor Dreyer, o Napoleón, de Abel Gance”, dice el director escénico. Después de su estancia en México, el artista regresó a París, donde vivió entre hospitales y recibió 58 terapias de electroshocks.

“Escribió mucho en esa época, pero era un místico rebelde y muy incomprendido. Los doctores pensaban que lo que escribía era producto de una alucinación, aunque me parece que era una mezcla de sus orígenes multiculturales, más las experiencias con el mundo indígena, que lo hicieron ver otras realidades que no eran aceptadas en ese entonces”, comenta Valdés Kuri.

 “Fue uno de estos visionarios que cambian el mundo, pero a un precio muy alto en su persona. Es un autoinmolado; si viviera ahora formaría parte de esta corriente en la que el mismo artista es la pieza de arte: él decía que el cuerpo del actor tenía que desaparecer en pro de la obra y lo hizo de algún modo”.

Poco antes de su muerte unos amigos lo sacaron del manicomio y supo que El teatro y su doble se leía en el mundo entero y estaba revolucionando las artes escénicas.

“Todavía dio algunas conferencias sobre el texto y finalmente ingresó a un siquiátrico donde murió solo, abrazado a su zapato. Tenía 52 años, pero parecía de 80”, concluye el director.

 

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