CRISTALAZO por RAFAEL CARDONA

La desgracia de Tlahuelilpan, Hidalgo, compañera de muchas otras con las cuales México se viste de luto con frecuencia intolerable, ya sea por malas práctica en el manejo de explosivos, el robo de combustibles, la impreparación en las maniobras para alojar residuos tóxicos, la contaminación de ríos y suelos, nos ha traído además otro fenómeno altamente nocivo: la polarización en torno de las víctimas del accidente.

Víctimas propiciatorias, diría alguien si le diera a las palabras su peso exacto. Víctimas de un sistema injusto cuya pobreza los orilla a la temeridad excesiva a cambio de cualquier chisguete en el comercio negro.

Personas cuya vida se carbonizó por una codicia de poca rentabilidad (para acabarla), las cuales han sido señaladas como ladrones de hidrocarburos, cuando muchos de ellos no eran sino casuales beneficiarios de la rapazada, conducta incomparable con la de los grandes capos del “huachicol”, cuya actividad –dicen– le cuesta al país 65 o 70 mil millones de pesos anuales.

Pero mientras por una parte hay quienes suponen merecido el destino de quienes por su aventura (ni siquiera por su necesidad, como dicen otros); participaban en el baño peligroso del aprovechamiento ocasional de un bien derramado, considerado a partir de la ordeña dispersa, por ese sólo hecho, como un bien mostrenco, otros le achacan la culpa a un sistema injusto cuya mala distribución nos ha llenado de pobres hasta el extremo de la temeridad del desafío incendiario.

Si la pobreza fuera una muestra de la bondad, este país sería desde hace mucho el paraíso en la tierra, poblado por seres arcangélicos cuya condición de penuria les impediría pecar, robar, matar secuestrar o cometer cualquier delito. La sacralización de la pobreza, su consagración como condición para la bondad, manchada a veces por la disculpable falta de oportunidades, es un exceso demagógico.

En sentido contrario, negar la injusticia en casi todos los ámbitos de la sociedad, es cerrar los ojos a la realidad de un cuerpo social atrofiado por su disparidad, afectado por sus desniveles y condenado a cargar con masas de desposeídos cuyo mejor destino sería incorporarse actividades productivas, previo paso por instituciones educativas favorables para ellos y no para la continuidad de la élite.

Pero hoy las ponzoñosas redes sociales salpican mierda a diestra y siniestra. Es una vergüenza el uso de los más notables y avanzados medios de transmisión de información, usados para la repetición de estupideces en colmena. Pero es el signo de los tiempos.

Unos y otros, los de un bando y los del otro, se cruzan por el ciberespacio divulgan sus verdades a media s sus mentiras completas. La polarización nacional ya se expresa hasta en este campo cuya tétrica condición de cadáveres acumulados, nos debería mover más al respeto y menos a la polémica estéril sobre culpas y disculpas.

Y esa polarización, esa expresión de una sociedad bipolar y maniquea, se extiende al análisis sobre el comportamiento de las fuerzas armadas.

El Ejército ahora ha sido usado para todo. Para cuidar los petrolíferos y las instalaciones de PEMEX y los ductos y hasta las pipas del transporte carretero; para hacer un aeropuerto, formar a la Guardia Nacional; construir condominios y rescatar dinero de donde se pueda para compensar el dineral de los programas

socio-electorales.

Hoy se ha visto, a los ojos de todos, la enorme dificultad de controlar multitudes rapaces con el auxilio de policías y soldados. Simplemente no pudieron; se replegaron con prudencia y dejaron a los hidalguenses bañarse en el chorro y los charcos de gasolina.

Pero mientras se desarrollan las investigaciones y se fincan las responsabilidades (de las irresponsabilidades están llenos hospitales y panteones), lea esto:

“Hidalgo (20 de enero).- Con varios impactos de arma de fuego, fue ejecutado un sujeto quien –según autoridades – se encontraba identificado como uno de los líderes de huachicoleros de la región del Valle del Mezquital.

“El sujeto fue identificado como Julio Cesar Z. C., conocido por su sobrenombre como “La Parka”, quien fue baleado a las afueras de una tienda de conveniencia, ubicada en el municipio de Mixquiahuala.

“El crimen fue confirmado por el secretario de Seguridad de Hidalgo, Mauricio Delmar Saavedra…

“…el sujeto se dedicaba (según Delmar), a la extracción de hidrocarburos en la zona de Mixquiahuala, localidad donde si bien no atraviesan ductos de Pemex, sí se encuentra identificada como una zona de alto tráfico de hidrocarburo, que limita con localidades como Tlahuelilpan…”

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El primer acto de gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador ha sido crear una comisión para esclarecer los hechos de Iguala (errónea y tendenciosamente llamados de Ayotzinapa, donde nada ocurrió aquella noche fatal), y conocer finalmente la verdad verdadera de todas las verdades históricas, histéricas; totales o relativas.

Nunca se habían sabido tantas verdades en torno de un hecho sobre el cual no se conoce la verdad definitiva, porque cuando esta se asoma, los interesados en conocerla la niegan.

Esquivo juego el de la verdad, la cual parece ser la obsesión de nuestro pasado, sin importar lo remoto de los tiempos. No en balde la historia de la conquista de la Nueva España necesitó el título y la explicación: Bernal Díaz del Castillo nos regaló una memoriosa crónica de la historia verdeara; con lo cual sugirió desde su retiro en La Antigua, cuando ya muchos de los mencionados en su bellísimo relato estaban muertos, falsedad en cualquiera otra de las versiones, incluyendo la de López de Gómara. O especialmente ésta, hecha más para defensa de Cortés y muy poco para conocer los hechos y sus detalles.

Desde entonces nos andamos peleando por la verdad.

No hemos hecho de ella los mexicanos (Y quizá ningún pueblo del mundo, es cierto), la materia prima de la historia sino la herramienta de los vencedores para mirar los espejos de la vida anterior. Del tiempo pasado.

Aquí en México, sobre todo, hemos tratado de indagarlo todo para sepultarlo todo. Así ha ocurrido con todos los episodios de nuestra vida. Las crónicas revolucionarias son un nido de patrañas. Y las llamadas “verdades oficiales”, son tan falsas como las correctivas versiones del anti oficialismo histórico. Cada quien miente de su lado, según masque la iguana o se fatigue el ganso.

Pero hoy vamos en pos de la verdad y para ello trataremos primero — o tratarán quienes candorosamente (en apariencia); trabajan con Alejandro Encinas en este órgano recientemente creado en el inicio de la Cuarta Transformación, desde el cual queremos transformarlo todo, hasta el color del cielo y el agua de los ríos—de resolver la enorme cantidad de hilos cruzados en las investigaciones ya realizadas y cuya exhaustividad no es desdeñable. En especial la de la CNDH y hasta la inicial de la PGR; cuyas lagunas y omisiones, no significan nada en la esencia de los hechos, por más y los abogados y los grupos patronos insistan en lo contario para mantener viva la llama de una investigación infinita.

Yo le pondría nombre a esta inconstitucional comisión (en los hechos sustituye al Ministerio Público en el monopolio de la persecución del delito). La llamaría comisión Sísifo.

Cuando sus resultados, si alguna vez llega a tener algunos satisfactorios para las partes (especialmente los padres de los muertos), lleven a la misma conclusión, con diferentes detalles y pequeñeces, se van a rehusar a recibirlos y entonces pedirán otra investigación en la cual intervengan ya no solo la ONU, la OEA, la Comisión Interamericana, la Corte Interamericana; los argentinos, los chilenos, los toreros, los peruanos, los chilenos, los agentes del MP, los visitadores de la CNDH; los altos y menores comisionados de la para todo tipo de violaciones, los expertos en los protocolos de Estambul o el Síndrome de Estocolmo (mientras los jueves liberan a los asesinos de aquella hornaza) y así en un larguísimo etcétera de “metemano”, cuya confusión de líneas, pistas y contradicciones ya hace absolutamente imposible llegar a nuevas conclusiones.

En todo caso esta comisión será complementaria de lo hecho por la otra comisión (la CNDH, rebatida por la CIDH) y así los veremos descalificar las investigaciones sobre las cuales investigue para negar la investigación anterior, pero eso sí, con mucho material para escribir en los periódicos, en los libros, en las crónicas falsificadas, en las versiones mal intencionadas.

La noche de Iguala ya rindió los frutos requeridos: ser uno de los arietes para derrumbar al gobierno de Enrique Peña Nieto.

Lo, demás, será matar a un muerto

¡ALELUYA!

Si usted creyó alguna vez en el infinito, le regalo esta lambisconería interminable: Es obra del gran Porfirio Muñoz Ledo y se recomienda leerla mientras suenan los versículos del villancico: y beben y beben, y vuelven a beber…

“Desde la más intensa cercanía confirmé ayer que Andrés Manuel @lopezobrador_ ha tenido una transfiguración: se mostró con una convicción profunda, más allá del poder y la gloria. Se reveló como un personaje místico, un cruzado, un iluminado…

“…La entrega que ofreció al pueblo de México es total. Se ha dicho que es un protestante disfrazado.

“Es un auténtico hijo laico de Dios y un servidor de la patria. “Sigámoslo y cuidémoslo todos.”

 

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El nuevo gobierno, cuya propaganda nos ha prometido la inminencia de una Cuarta Transformación, una revolución Pacífica, el cuarto estadio histórico de la Nación de historia estancada; una etapa feliz de concordia, honestidad, paz, justicia y amor, se acerca ya de manera inexorable y sus actos visibles, sus modos, su estrategia, sus habilidades, en la etapa de transición entre un tiempo en desvanecimiento y un futuro en ilusión, nos hacen imaginar, con ciertas bases, un porvenir lejano del idilio prometido con una realidad intransigente.

Como parte de los nuevos modos y la habilidad natural del líder del movimiento para mantener la dinámica como fórmula de mantener la atención del público, a la manera del funámbulo en la cuerda, transitamos ahora por un tiempo de contradicciones, equívocos y tropiezos (conjunto al cual algunos irrespetuosos llaman ocurrencias), cuya persistencia, de llegar a ocurrir, nos llevará a un gobierno sin médula o desvertebrado.

Si el asunto del aeropuerto se pudiera usar como ejemplo del método futuro de gobernar, las cosas no parecen que obedecerán a un plan, sino a una manifiesta capacidad de adaptación.

Los ciudadanos amanecemos cada día con una nueva posibilidad para resolver un problema cuya solución ya se conoce. Dicho de otro modo, un asunto ya resuelto, se presenta como un problema recientemente visibilizado. Así podemos ­llegar al infinito.

Si la campaña de Morena tuvo como una de sus ofertas electorales más llamativas la cancelación del aeropuerto de Texcoco, por su origen peñista priista, no por su viabilidad técnica o la exactitud del proyecto en desarrollo, ya no habría sido necesario fingir una consulta a la cual a cada momento le brotan tartajosas explicaciones por parte del señor secretario (futuro) de Comunicaciones y Transportes, Javier Jiménez Espriú, quien se da tiempo para exhibir una charola aun no existente y amenazar a Azucena Rodríguez, la abogada de los concesionarios de una mina de la cual se extraen materiales para la obra del NAIM, durante un recorrido de inspección acompañado de doña Josefa González Blanco, también en la exhibición de su ­futura condición de intocable de gabinete presidencial. El otro fuero.

Por lo pronto el “influyentismo” ya ha sido modificado por la Cuarta Transformación. Antes los diputados de chamarra y sombrero tejano le decían a cualquiera:

—Usted no sabe quién soy. No sabe con quién se mete.

Hoy los futuros secretarios del gabinete presencial ­advierten, avisan o amenazan, con el preventivo discurso de:

— Usted no sabe quién seré. Usted nos está corriendo— dice Jiménez Espriú.

— No lo estoy corriendo, le digo nada más que se retire de una propiedad privada.

— Es lo mismo. Pero aquí nos vemos el dos de ­di­ciembre.

Aunque más allá de ese episodio anecdótico y quizá intrascendente (pero significativo para quien quiera en él hallar indicios del porvenir, o la radiografía actual de todo este embrollo innecesario sobre el aeropuerto o los muchos aeropuertos), es parte de una política errática y desvertebrada.

Primero fue la cancelación definitiva de una obra ejemplar de la corrupción, el despojo, el autoritarismo y todo cuanto se dijo en favor de la propaganda electoral.

Después ya fue la posibilidad de hacer una obra similar, a cincuenta kilómetros de distancia, en la base de Santa Lucía, en el municipio de Tecamac, Estado de México, cuya planicie es idónea para un aeródromo y ­hasta para una enorme terminal. Luego una consulta para decidir entre ambas opciones a pesar de las complejidades y dificultades técnicas de convergencia de las ­trayectorias aéreas.

Y uno se pregunta si la cancelación sustentada en la fuerza moral era como la patria, “impecable y diamantina”, ¿cuál es la necesidad de compartir la responsabilidad de decidir, mediante una consulta metodológicamente, hasta ahora, sin pies ni cabeza?

Ninguna, excepto mantener el movimiento en movimiento.

Y si todo eso no fuera poco, ahora le ha brotado otro capullo al espinoso rosal: mejor le metemos dinero bueno al deficiente y carcachoso aeropuerto de la ciudad de México, cuya segunda terminal se hunde en el cieno, y otro tanto al aeropuerto de Toluca (cuya altura es un impedimento para ciertos aviones), y dejamos las cosas para mientras, porque de todos modos no vamos a terminar antes del 2024.

Y como vivimos en un país de frases rimbombantes, sustituimos todo este infinito rollo del interrogatorio colectivo, por una nueva pregunta al aire: el Sistema Aeroportuario del Valle de México.

Mucho mejor sería cumplir con la promesa inicial: se cierran las obras del NAIM, se opta por las pistas de Santa Lucía y se le ordena a la realidad un severo ajuste a los dictados de la promesa.

O bien, ante la imposibilidad de cumplir con una ­promesa mal informada, se prosiguen las obras del NAIM, con inversión privada como le corresponde a todo gobierno antineoliberal, y Sanseacabó.

Pero todo este manoseo solamente nos conduce a un final previsible: se va a tomar la peor decisión. Quizá la mejor justificada, la mejor admitida por chairos y zombies; la más correcta políticamente, la más satisfactoria para macheteros y campesinos sin campo, pero la peor en términos funcionales y de crecimiento aeronáutico para el país.

Y eso será así, sin remedio, porque cuando se ­meten demasiados cucharones en la sopa, y no siempre de cocineras con talento, los potajes salen incomibles. Y así va a ocurrir en este caso.

LEVA

James Montgomery Flagg fue un artista prodigioso.

A los 14 años de edad ya le vendía sus dibujos a las revistas Life Magazine y The Judge, en los lejanos albores del siglo XX, durante el cual engalanó las paginas de Photoplay, McClure’s Magazine, ­Collier’s Weekly, Ladies’ Home Journal, Cosmopolitan, Saturday Evening Post y Harper’s Weekly.

Se trata, indudablemente de uno de los más grandes ilustradores de la vida americana. Como ­Norman Rockwell, quizá. O en otro plano, Edward ­Hopper. En fin.

Montgomery Flagg, durante la Primera Guerra Mundial, hizo un cartel de propaganda para el reclutamiento. El índice firme del Tío Sam con sus blancas barbas de derviche y su estrellado sombrero de copa, sus ojos de fuego persuasivo y el eslogan:

“Te quiero a ti para el Ejército de Estados Unidos”, ya ha sido replicada pero con el rostro de don Andrés Manuel, quien ha anunciado una campaña de inscripción al ejército, al cual piensa incorporar a 50 mil jóvenes, sin otra condición excepto su juventud. Hasta ahora.

Tan difusa (¿patidifusa?) propuesta de parte del próximo presidente de la República, ha sido (como sucede con casi todas sus ideas), insuficientemente explicada.

Además, dada su aversión por las Fuerzas Armadas —la desintegración del EMP es una muestra de ello, junto con el proyecto de desaparecer el aeródromo militar de Santa Lucía y los hospitales militar y naval, entre otras cosas—, resulta un tanto extraño el intento de “inyectar” 50 mil efectivos a un ejército cuyo destino es asimilarse con las fuerzas (inexistentes) de una policía eficaz.

Por si usted no registró esa nueva idea de nuestro futuro Ejecutivo, reproduzco esto:

“…El presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, aseguró que el próximo 1 de diciembre convocará a 50 mil jóvenes para que formen parte de la Policía Federal, el Ejército y la Marina.

“Después de la reunión que sostuvo con Alfredo del Mazo, gobernador del Estado de México (10.10), el próximo mandatario dijo que pedirá a estos jóvenes apoyo para tranquilizar al país…

“…Voy a hacer yo la convocatoria para que nos ayuden jóvenes que quieran formar parte (…) pidiéndoles su apoyo para que entre todos serenemos el país…

“…Explicó que será a partir del primer día que asuma el cargo como presidente que realizará la oferta, misma que incluirá condiciones laborales y prestaciones de seguridad social… el llamado es para la participación, no me gusta la palabra reclutamiento…” Leva, suena peor.

Pero tan castrense oferta, necesariamente se asocia con esta otra del pasado mes de julio:

“…Se les va a contratar (a los jóvenes ninis, entre otros), como aprendices para que tengan trabajo. Los empresarios van a actuar como tutores. El gobierno va a transferir a las empresas recursos del Estado para ­pagar la nómina de estos jóvenes. Se va a atender a dos y­ ­medio millones de jóvenes”.

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“LA GRAN OBRA DE LA CIUDAD, EL METRO”

La política siempre está llena de paradojas. Los habitantes de la Ciudad de México por ejemplo, le deberíamos vivir eternamente agradecidos a Gustavo Díaz Ordaz por haber iniciado las obras de Metro y puesto esta capital, tardíamente, como todo en este país, en una ruta de modernidad al menos en el transporte público.

Pero, lejos de eso, a nadie se reprueba más. La noche de Tlatelolco lo perseguirá, justamente, tanto como a Enrique Peña lo seguirá por la vida —injustamente— la noche de Iguala.

Ayer, según nos recuerdan las efemérides, se cumplieron 49 años del primer recorrido en la primera línea, apenas de Zaragoza a Chapultepec.

“…El tramo inicial de la Línea 1 fue inaugurado el 4 de septiembre de 1969 y contaba únicamente con 16 estaciones (Chapultepec-Zaragoza). Juan Cano Cortés fue el primer conductor del metro que partió de la estación Chapultepec mientras que Salvador Terrón lo hizo desde Zaragoza. Desde su fundación, el convoy anaranjado se convirtió en ícono de movilidad de la Ciudad de México. En nuestros días, miles de personajes, historias y experiencias se desarrollan en este laberinto que también resguarda joyas arqueológicas, científicas y culturales”.

Más allá de la discutible prosa oficial en el párrafo memorioso arriba citado, vale la pena citar este otro fragmento de historia.

“…En julio de 1969, Armstrong y el piloto del módulo lunar Buzz Aldrin descendieron a la superficie de la Luna y caminaron por esta durante dos horas y media, mientras Michael Collins los esperaba orbitando en el Módulo de mando y servicio. Los tres astronautas fueron galardonados con la Medalla Presidencial de la Libertad por el presidente Richard Nixon. En 1978, el presidente Jimmy Carter le concedió la Medalla de Honor Espacial del Congreso y en 2009 le entregaron la Medalla de Oro del Congreso de los Estados Unidos”.

Aparentemente, los dos hechos carecen de relación entre sí. Y es cierto hasta un punto. Lo notable es la distancia tan grande entre la Tierra y la Luna y entre la capacidad de tecnológica de Estados Unidos y México. Mientras aquellos ya habían llegado al infinito y más allá, como dice el otro Buzz, nosotros apenas estábamos cubriendo los trenes subterráneos metropolitanos, inaugurados muchos años atrás en Francia o Inglaterra.

El Metro de la Ciudad de México demoró su construcción por una simple razón: la politiquería. Los camioneros y sus intereses, pugnaron por evadir la solución más racional y útil. Postergaron la construcción con un pretexto estúpido, gemelo del obstáculo de hoy contra el Nuevo Aeropuerto Internacional de México: la blandura lodosa del suelo.

La verdad es otra: las decisiones se toman de acuerdo con el avance de los grupos pugnaces que se verán favorecidos con los contratos y las construcciones. Eso es todo.

Por eso en México no tenemos ferrocarriles desde el tiempo de Porfirio Díaz: primero, por la necesidad simbólica de no hacer cuanto el tirano derrocado (en verdad nunca lo fue, simplemente se largó a París), hacía, y segundo por la competencia entre dos negocios, tender vías o hacer carreteras.

Ganaron éstas y como dijo anteayer el Presidente Peña en su último mensaje: hemos desarrollado una red sexenal de caminos asfaltados, suficiente para llegar de aquí a Alaska, pero no pudimos hacer ni el tren de Querétaro ni acabar el de Toluca. Como si estuviera tan lejos.

Pero esas son divagaciones. Lo importante es el Metro cuya red, a pesar de todo, ha crecido notablemente. Podría ser mayor, pero en esto, como en otras muchas cosas de la vida, sólo tenemos lo visible. Esto es y los aguacates se ofrecen a ese precio y se los estaban llevando. No hay más leña que la que arde, dice el cacofónico refrán y con estos bueyes aramos, porque otros no tenemos.

Los viejos revolucionarios del estilo de don Alfonso Corona del Rosal, cuyo busto, por cierto, desapareció como los boleros, de la remodelada glorieta de Insurgentes, símbolo y ornamento del Metro con su gran cúpula de plástico, igual a la del Museo de Arte Moderno y sus paredes decoradas con glifos recientes, hacían las cosas cuando la política se los permitía y lograban —sin consultas, ni zarandajas—, transformar la realidad.

Nunca se les habría ocurrido mirar como una solución para el transporte, la reducción de carriles de autobuses y automóviles, para dejar veredas exclusivas para uso de inexistentes bicicletas o gozo de tres o cuatro hipsters con pedales.

En la reciente contienda electoral el candidato del PRI, Mikel Arriola, ofreció la construcción de cien kilómetros de Metro para aliviar la fatiga circulatoria de esta ciudad, cuya esclerosis la tiene al borde del infarto masivo. Perdió.

La ganadora y cercana jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, quien es ingeniosa y fantasiosa, ha propuesto lo mismo. No lo podrá hacer.

Y quizá tampoco pueda con la graciosa idea de hacer un “Cablebús”, de 50 kilómetros de longitud (como el funicular de Eruviel), para alimentar a un saturadísimo Metro; cuya ampliación debería ser cotidiana, incesante, interminable y no a pausas, como sucedió cuando gobernaba Andrés Manuel, quien no le añadió ni un centimetrito

 

“…Querido Lupe:

Como te habrás enterado por los periódicos,

gané las elecciones por una mayoría aplastante.

“Creo que esto es uno de los grandes triunfos de la ­Revolución. Como quien dice, estoy otra vez en el candelero. Vente a México lo más pronto que puedas ­para que platiquemos. Quiero que te encargues de mi Secretaría Particular.

“Marcos González, General de Div. (Rúbrica).”

Con estas líneas comienza la maravillosa sátira de Jorge Ibargüengoitia, Los relámpagos de agosto. Cualquier similitud con personajes repentinamente elevados hoy a las altas cimas de la burocracia nacional, es una simple coincidencia. Aquello era una farsa. Esto es el comienzo de una historia real.

En México pueden ocurrir cosas muy extrañas, como por ejemplo el caso de un coordinador de los senadores de un partido, al cual jamás ha pertenecido, ni ha militado ni ha llegado al cargo legislativo por esa organización, sino por otra con la cual hubo una alianza de pipiripau.

Y sin ser ni de uno ni de otro, ahora coordina a un grupo de ocho patricios, los cuales podrían sesionar en una camioneta y les sobraría espacio. No son minoritarios, son “microritarios”.

En cualquier parte del mundo eso causaría revuelo, al menos. Aquí no, porque los mexicanos somos distintos de cualquier nacionalidad o etnia. Ya lo han dicho los investigadores del genoma humano: con los mexicanos se presentan diversidades muy complejas.

“…Esta diversidad se entiende como producto de la cantidad del componente indígena (hay más de 60 grupos en México), que a su vez presentan características distintas y que se estudian actualmente por su distinto comportamiento demográfico, y por las muchas diferencias que existen entre los mayas de la península de Yucatán, los tepehuanos de Durango o los zapotecos de Oaxaca:

“Estamos haciendo el análisis de esas poblaciones en contraste con las mestizas de las mismas regiones para hacer correlaciones más profundas”.

“Y aquí el punto importante: la población mexicana tiene apenas poco más de 500 años, muy inferior a los millones de años de la población africana, los cientos de miles de la asiática y las decenas de miles de la caucásica.

“De ahí la inspiración y la trascendencia de echar a andar el HapMap mexicano, pues, como explica el director de INMEGEN, hay regiones del HapMap internacional (HI) que no son aplicables a las poblaciones mestizas y amerindias, “no porque seamos tan diferentes, sino porque no se puede aplicar del todo a nuestros genes”.

Y si bien las aplicaciones del conocimiento de nuestro mapa genómico (HapMap) tiene como finalidad prevenir enfermedades y tratar males del cuerpo, también nos ayuda a deducir cómo también somos diferentes en lo psicológico, pues las funciones cerebrales, a fin de cuentas, sólo se producen dentro del cuerpo y el pensamiento, las reacciones y las motivaciones tienen influencias del comportamiento social.

Resultado: somos muy complicados.

En ese sentido hay algunos datos recientes muy reveladores de esto.

Así como en el telegrama del inicio de esta columna se avisaba del triunfo arrollador de Marcos González, hoy todos sabemos del altísimo porcentaje electoral del actual Presidente Electo. Eso ya fue una novedad, pues eso significa la obtención de los votos de quienes siempre lo quisieron (cerca de 15 millones de ciudadanos), pero ahora sumada a los sufragios de quienes no lo querían y hasta de algunos opositores recalcitrantes (30 millones en total).

Pero eso no es todo: de acuerdo con una encuesta levantada hace muy poco tiempo y publicada por El universal, la aceptación en el mes y días transcurridos, subió de manera significativa. Más de quince puntos al alza.

Y eso, solamente por la catarata de anuncios, proyectos, nombramientos e hiperactividad del futuro Presidente, lo cual nos hace creer en la ilusión confirmada de un espacio lleno de aire. No se conocen actos de gobierno, pero se acepta ciegamente a quien los va a cometer.

Si bien una campaña se nutre de ofertas, promesas y proyectos, estos días se han construido a partir de la repetición de esas ideas y la designación de los personajes escogidos para llevarlas a cabo. Pero el futuro gobierno ni siquiera actúa todavía y ya ha roto las marcas de aceptación.

El pescador no regresa al puerto con las redes llenas y ya nos comimos el huachinango.

Por eso ni siquiera los relativos tropiezos de la transición abaten el entusiasmo del primero de julio. Si en la campaña de prometía poner en activo a una Guardia Nacional para combatir a la delincuencia desatada y organizada, hoy el secretario (futuro) de Seguridad Pública, Alfonso Durazo nos dice muy orondo; no habrá guardia por ahora. Eso, lo vamos a dejar para después.

Y no pasa nada.

MACHETES

El machete, se llamaba el periódico del Partido Comunista Mexicano. Quizá Alejandro Encinas tenga una colección. Una reliquia.

Pero ese instrumento de labor campesina (o arma homicida de uso tan frecuente), es el símbolo de la resistencia contra el aeropuerto de Texcoco. Cuando el actual Presidente Electo era un activista, los hombres de Atenco lo seguían. Hoy le reclaman:

Una de dos: o se hizo una protesta pactada o se debe apaciguar a las bases más beligerantes y radicales, como los macheteros.

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