Avanza supremacismo en Brasil

Redacción

Brasil, que en la década de 1930 tuvo el partido nazi con mayor número de afiliados fuera de Alemania, registró en 2020 un avance del neonazismo por la decisión del presidente ultraderechista, Jair Bolsonaro, de colocar en puestos federales claves a herederos de la dictadura militar que gobernó en ese país de 1964 a 1985 y que exaltó las políticas racistas de Adolfo Hitler.

El proceso se sumó a factores que ahondaron la tormenta institucional, como el choque de Bolsonaro con los Poderes Legislativo y Judicial, las denuncias de presunta corrupción de parientes y amigos del mandatario, y la turbulencia socioeconómica. Los defensores del gobernante rechazaron los ataques y los atribuyeron a una campaña de difamación de opositores deseosos de recuperar la Presidencia. Bolsonaro respaldó en abril pasado la intervención militar del Parlamento y proclamó: “¡Se acabó la vieja política! Ahora es Brasil lo que está por encima de todo y Dios por encima de todos”.

Al explosivo cóctel se unió el coronavirus, con Brasil como la nación con la mayor cifra de contagios en América Latina. Frente a una hoguera de creciente tribulación, el ministro Celso de Mello, magistrado o juez decano del Supremo Tribunal Federal (STF) de Brasil, lanzó una inquietante alarma.

“Hay que resistir a la destrucción del orden democrático, para evitar lo que ocurrió con la República de Weimar”, advirtió, al aludir al sistema que se instaló en Alemania tras su derrota en la Primera Guerra Mundial y prevaleció desde 1919, pero que fue desmontado por Hitler y su movimiento nacionalsocialista en 1933 para gobernar hasta 1945 con el final de la Segunda Guerra Mundial.

Con el ascenso de regímenes nazifascistas en varios continentes, en el decenio de 1930 en Brasil fue creado el Partido Integralista como versión del ideal nazista y que, por membresía, llegó a ser el segundo mayor partido con esa ideología en el orbe y superado solamente por su original alemán.

“Buena parte de sus afiliados eran militares, principalmente del Ejército”, explicó el brasileño Antonio Jackson, científico político y profesor de Educación y Tecnologías de la (estatal) Universidad Federal de Ouro Preto, del suroriental estado de Minas Gerais.

“A lo largo de los años, personalidades originalmente vinculadas al integralismo siguieron en la política brasileña y fueron protagonistas en el golpe civilmilitar de 1964, dentro o fuera de las Fuerzas Armadas”, relató Jackson.

Desde el inicio del gobierno en enero de 2019, con un presidente como capitán en retiro y un vicepresidente, Hamilton Mourão, como general retirado, nueve de los 22 ministerios quedaron a cargo de militares y unos 100 miembros de las Fuerzas Armadas dirigen instituciones estatales. El dúo presidencial alabó repetidamente a la dictadura. El gobierno fustigó un fallo de mediados de este mes del STF que limitó la tarea castrense y en febrero de este año peleó con el Congreso Nacional por líos con el presupuesto federal y desde marzo por minimizar el Covid-19. El 15 de marzo anterior en una marcha en Brasilia, el presidente y sus seguidores pidieron el cierre del STF y del Congreso.

“Bolsonaro trajo piezas de la historia del fascismo como la marcha hacia el STF que recordó a la marcha sobre Roma”, dijo la brasileña Deysi Cioccari, politóloga, comunicóloga y académica. En una entrevista con este diario, Cioccari mencionó la marcha de octubre de 1922 en la capital de Italia que aceleró el paso a la dictadura fascista en ese país, marcó el principio del fin del sistema parlamentario y llevó al poder al italiano Benito Mussolini y a su régimen nacionalista que gobernaron hasta 1945.

“Bolsonaro puede considerarse de extrema derecha, autoritario y lleno de elementos del fascismo, pero sin ultranacionalismo ni apoyo de la Iglesia Católica. Es autoritario, pero no es fascista. En un contexto global de radicalismo y xenofobia, es la elección de los supremacistas en América Latina”, aclaró.

“La cantidad de páginas en internet que predica la supremacía blanca ha crecido desde 2019 y se alimenta de discursos y gestos del presidente y otros partidarios, potenciados por el mensaje racista, anticomunista, armamentista y de odio”, narró.

Ante los nubarrones que asedian a la democracia brasileña, alegó que “por ahora, no está amenazada. Aunque es atacada, sí, las instituciones han respondido a cualquier racha autoritaria de Bolsonaro. Nuestra democracia es joven, imperfecta, pero ha reaccionado fuertemente”.

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