A dos años de la sacudida de las urnas

por José Buendía Hegewisch 

A dos años de su triunfo, la sacudida y aspereza de las palabras de López Obrador le abren múltiples frentes, con notables excepciones entre la clase política priista, incluso su enemigo “innombrable” por décadas, Carlos Salinas. El Golem se esfumó del mapa, pero puede ver con tranquilidad la continuidad de su proyecto de integración con EU a través del T-MEC. El icono de la tecnocracia neoliberal demonizada por la 4T ha sido de los pocos que escapan a la polarización que siguió a su aplastante victoria en las urnas en 2018.

El T-MEC es el principal logro, hasta ahora, de su gobierno. Salinas podría sonreír al ver que su enemigo jurado salvará su viejo TLCAN de 1994, que hoy es el principal salvavidas ante la tormenta económica que, sin embargo, podría sufrir con las “nuevas reglas” del acuerdo; incluso que apoye a su antiguo candidato a la OMC, Jesús Seade. No así otras figuras priistas del gobierno de Peña Nieto que pueden perder su “manto protector” con las investigaciones de corrupción por Odebrecht, como Emilio Lozoya, próximo a ser extraditado de España para colaborar con la Justicia, o Luis Videgaray, en el corazón de varias tramas; así como otros afectados por el caso Iguala, con 46 nuevas denuncias que rehacen la búsqueda de responsables de la desaparición de los 43 de Ayotzinapa.

Bajo la máxima juarista de dar a enemigos ley sin gracia como a los amigos, el Presidente lleva al país en direcciones contrapuestas entre el apoyo y rechazo a su gestión, con tensión fija en la confrontación, aunque conserva un importante respaldo en los sondeos. El recurso de la división para remover resistencias opositoras ha caracterizado a su 4T, junto con un estilo personal de operación política que los tecnócratas del PRI y del PAN habían olvidado. Por eso, hoy, el PRI se siente más a gusto con el PRIMOR que antes en el PRIAN. Con una conducción basada en el perdón de antiguos enemigos y alianzas pragmáticas con liderazgos priistas de distintas generaciones con que comparte matriz histórica, y con los “hombres del poder” más ricos del país. En una política de mano abierta con viejos adversarios y rijosidad, muchas veces innecesaria, con cúpulas empresariales vistas como poco representativas, periodistas y medios, y la derecha política o los conservadores, a los que devuelve el estigma del “peligro para México” que le endilgaran en la derrota electoral de 2006.

Hay dosis de revancha en la confrontación selectiva, pero el mayor peligro de la polarización es la desconfianza y lo ilusorio de pensar que el “huevo de la serpiente” sólo anida en otros y que los demás somos indemnes a la plaga. Al recordar su victoria, destacó que su mayor satisfacción de gobierno es luchar contra la pobreza y la corrupción, aunque sin reconocer escándalos dentro de sus filas, como los de Bartlett y en Morena con denuncias a Polevnsky por operaciones inmobiliarias. Los casos de corrupción se amplifican con opositores para desviar la atención pública y se silencian con los amigos.

Pero en su combate también tiene aciertos, como poner en “capilla” la evasión fiscal de grandes empresas y al negocio de los factureros. Respecto a la pobreza, no. La profundización de la política de austeridad por covid conduce a la pauperización general y caída del nivel de vida de clases medias, de cara a la peor recesión en un siglo sin una estrategia que reduzca su impacto y falta de inversión por su confrontación con la IP. No obstante, AMLO reivindica la atención a los pobres a través de programas sociales que no dejan de tener tinte electoral, incluso en la pandemia, la que dejará 12 millones de desempleados y devolverá a 9 millones a mayor pobreza.

Para todos ellos la oferta de futuro es devolver al Estado la centralidad que tuvo en el viejo régimen con el rescate de Pemex y el control del mercado energético, pero es insuficiente para recuperar la inversión pública como motor de la economía o evitar endeudar más al país. La oposición ve en esas fórmulas el camino a la decadencia, pero sin un nuevo diagnóstico y propuestas de futuro más allá de criticar los nimios resultados contra la inseguridad o la crisis económica. Ésa es la mayor ayuda a la 4T desde que arrasó en las urnas, aunque pocos se atreverían a reconocerlo sin aceptar la falta de contrincantes y proyectos alternos.

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