Si yo me hundo…

por Rafael Cardona

Posiblemente sea una fórmula avanzada en la impartición de justicia, pero en el fondo no es sino un premio al delator.

No es producto, nunca, de una súbita conversión por cuya magia el defraudador, abusivo; autor de peculado o bucanero de los negocios públicos se siente en la obligación de moralizar a destiempo su pasado —empujado por la sobrevivencia, no por la ética—, y resarcir a un erario agraviado o a una sociedad herida por sus felonías, fechorías, robos. No; es el paso siguiente.

Es la salvación del pellejo a cualquier precio, especialmente poniendo en la guillotina el pescuezo de otro.

La ventana de oportunidad por la cual un delincuente (presunto delincuente, dicen los correctos), reduce o evita su condena si ofrece a los fiscales información y probanzas suficientes para entregar a los responsables mayores de los delitos cometidos por él.

El pez chico no se come al grande, pero en estos casos, como extraviados “pilotos” (esos pececitos cuya vibración cerca de la nariz de los tiburones los conduce rumbo a los bancos de alimento seguro), los pequeños nadan directo a las almadrabas para regocijo y ufanía de los pescadores de la corrupción, quienes se tomarán la foto en el muelle con el felón alzado de la cola con una grúa, mientras muestran, en un brazo poderoso, la caña de la virtud.

Si yo me hundo, te hundes conmigo, decían las viejas cintas de mafiosos y pandilleros; gánsteres quienes hicieron de la ley del silencio, la indispensable “omertá” de camorras y mafias sicilianas.

Romper esa ley no escrita para hacer cumplir la ley formal, vigente y válida en códigos y libros doctos, es a veces herramienta singular y necesarísima para buscar la justicia, dama esquiva si las hay, como nos enseña Mario Puzo en su obra Omertá, en la cual Kurt Cilke persuade a los miembros de la vieja familia, a delatar y sacar del buche toda su criminal sabiduría; abrir su cartapacio de secretos y soltar datos, cifras y nombres, para acabar de una vez por todas con el imperio del decadente “Don”, Raymonde Aprile.

Pero el asunto por el cual esta figura de negociación con criminales o delincuentes ( si no lo fueran carecerían de la información de los hechos delictuosos en los cuales fueron cómplices), no se necesita ir a Sicilia, sino un poco más cerca. Esta trama se desarrolla en España y en Alemania; México, los Estados Unidos y Brasil.

Cuando en la mafia alguien habla de más (o de menos, pero habla) tarde o temprano su cadáver aparece con un pájaro metido en la boca, tan muerto, como él. Es la advertencia para las aves canoras, los canarios, los comunicativos jilgueros cuyo trino cambió la loa por la traición.

En muy poco tiempo los mexicanos vamos a ver en los noticiarios una serie insuperable. Junto a ella se va a quedar enanita la persecución de Ernesto Zedillo contra Raúl Salinas de Gortari, quien se pasó diez años en la cárcel sin pruebas del asesinato por el cual lo imputaban con ayuda de brujas, videntes y charlatanes, encabezados por el entonces procurador Antonio Lozano Gracia.

La compra fraudulenta de un conjunto petroquímico de fertilizantes y la recepción de dádivas para la campaña electoral de Enrique Peña Nieto, por parte de los corsarios brasileños de Odebrecht, cuya inmoral munificencia salpicó de mierda a medio continente americano, hasta ingresar expresidentes a la tumba o al suicidio, son los asuntos centrales de la prolongada y accidentada investigación contra Emilio Lozoya.

“No actuaba sólo”, es la frase con la cual su defensor inicial, Javier Coello Trejo, le marcó el único camino posible: la “Operación Pavarotti” o si se quiere (por aquello de la ceguera) el “Método Boccelli”.

Cantar y cantar hasta lograr el “NO” de pecho.

Yo no fui, yo seguí instrucciones, yo previne, yo dije, yo estaba acorralado. Yo no…

Y en medio de esa aria; con un coro enorme junto al cual los de Verdi quedarán pálidos, Lozoya comprometerá a quienes a él lo comprometieron.

Pero si las escaleras se barren de arriba para abajo, dice el Señor Presidente, la corrupción (lo sabemos todos), es una cascada con flujo ascendente. Siempre termina más arriba de donde se comienza a investigar.

Por lo pronto, agotados temáticamente Trump y la rifa del avión, nos entretendremos con el Netflix local contra la corrupción. Una serie con muchos capítulos, para distraernos de la epidemia. Para entonces ya tendremos 50 mil muertos.

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