EL PODER DE LAS PALABRAS

Ángeles Mendoza

Las palabras se someten a cada instante al filtro de nuestros pensamientos, los cuales identificamos e intuimos y buscamos racionalmente darles forma a nuestras ideas a través de las palabras, así como la forma en que se dicen, el momento, el lugar, las personas y la circunstancia.

Se habla permanentemente de todo tipo de poderes:

El poder en la política, de la tecnología, del armamento militar, el poder de la prensa, a la que el estadista inglés Edmund Burke definió, justamente, como el “cuarto poder”, detrás de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial de las democracias occidentales. Y todavía se puede hablar de más poderes: el poder de la espiritualidad, el poder de la imaginación humana que no tiene límites y hasta el poder de la naturaleza.

Sin embargo, hay un poder que sobrepasa a todos los anteriores:

El poder de las palabras; toda acción humana, desde la articulación del pensamiento, su cultura, sus quehaceres diarios, etc, todo aprendizaje comienza como enseñanza de los verdaderos nombres de las cosas o así lo hemos creído y termina con la revelación de la palabra, piedra angular donde se soporta todo el saber, y pone al descubierto nuestra ignorancia.  Aún el silencio dice algo, pues trae consigo signos que revelan y expresan.

De tal forma que nos damos cuenta que no podemos huir del lenguaje, siempre comunicamos, incluso en estados de inconsciencia, el poder de las palabras son la cristalización de los pensamientos.

Las palabras no viven fuera de nosotros, nosotros somos su mundo y ellas el nuestro.

La conducta del hombre al hablar responde a ciertas necesidades de las apetencias humanas, es así que la palabra soporta al ser humano parámetros fundamentales y contribuye a que se conozca a sí mismo, a que encuentre placer, a que investigue su entorno y a que pueda comunicarse con los demás.
Y aunque suene tan simple la manera como se ordenan las palabras y se dicen, también marca y determina la diferencia. Independientemente de que sea justo o no, se nos juzga por la forma en que hablamos. “Saber Hablar” se convierte en un recurso estratégico correlacionado con la riqueza, el prestigio, el poder y el conocimiento.

Siendo conscientes del daño que puede causar pronunciar una sola de ellas, cuando se dan de manera instintiva, son utilizadas para construir o destruir.

Todo lo que una persona diga en los diferentes momentos y áreas de su vida, es una proyección clara de lo que es en realidad, lo que piensa, la clase de ser humano en que lo convierten sus palabras, si es una persona confiable, si es honesto, si tiene valores, si sabe respetar la opinión ajena, si tiene frustraciones, resentimientos, amargura, simplemente es feliz o infeliz con su propia vida, si sabe lo que quiere,  las intenciones que tiene para con sus propias decisiones dejan a la luz, muchas de las veces inconscientemente en el supuesto de que este molesto y indignado por lo que pasa a su alrededor, es notable la incongruencia de lo que dice y hace, sobre todo ignora el daño que puede hacer a los demás y así,  es definitivo que una vez que las palabras salgan jamás podrán regresar.

Por ello lo ideal es cuidar lo que se dice, de quien se dice, como y donde se dice.

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