por Rafael Cardona
El telón de acero, utilizado inteligentemente como mampara para la exposición de los feminicidios, convertido en efímero memorial de las víctimas de la violencia contra las mujeres, sirvió para varias cosas más.
Una; demostrar la inutilidad de una barda para evitar inscripciones en un edificio histórico y simbólico porque se puede “grafitear” con luces y dejar para la posteridad fotográfica la leyenda: “México feminicida” en los venerables balcones y ventanas y la otra, para dejar los campos bien definidos: los de adentro y los de afuera, o mejor dicho, las burócratas comprometidas y las simples ciudadanas.
Por eso la conferencia matutina de ayer comenzó con una pertinente aclaración del Señor Presidente quien quiso dejar muy claras las cuentas y muy espeso el chocolate.
“…como nunca en la historia están participando en la administración pública y en la política las mujeres.
“Nunca una mujer había desempeñado el cargo de secretaria de Gobernación, ahí eran hombres y esa secretaría se caracterizaba, durante el periodo neoliberal y desde antes, desde la época posrevolucionaria, por ser una secretaría encargada de la represión, eso era Gobernación; ahora, esa secretaría está a cargo de una mujer.
“Lo mismo, por primera vez una mujer es secretaria de Seguridad Pública y, como consta, la mitad del gabinete son mujeres, tampoco nunca esto había sucedido, no se había visto en México”
A estas alturas ya no es importante si la secrtetaria de Gobernación, pieza mayor en el tablero del ajedrez presidencial y el chocolate o el atole espesos, se ha quejado de menosprecio y ninguneo en el Gabinete de Seguridad o si Rosa Isela está o no habilitada (en el sentido militar) para el cargo más allá de la obediencia ilimitada.
Eso ya no importa. Lo notable es la reacción ante las protestas de afuera –en todo el país–, y el perdurable disimulo de todas las mujeres presentes ayer en la conferencia en la cual se anunció el rimbombante encuentro de las “Mujeres al centro de la transformación”, lo cual equivale a confiscar para el oficialismo una fecha mediante un apabullante despliegie de medios. Fue una adjudicación, pero también una separación.
En ese sentido el valladar del Zócalo, no solo limita el movimiento, sino distingue la pertenencia.
Mujeres importantes, las de adentro, las corrreligionarias, las empleadas del gobierno, las servidoras de la Nación; las sectetarias, las subsecretarias, las militantes de la Transformación, a quienes el líder presenta y exhibe como prueba de su feminismo de provecho quincenal; las seguidoras de Leona Voicario. Las demás, revoltosas al servicio de la reacción adversaria.
Las de adentro fueron éticamente elevadas; las de afuera, mortalmente derrotadas.
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