Redacción
Desde 1957, con el lanzamiento del Sputnik, la basura espacial no ha hecho más que aumentar. Ya decía el teórico francés Virilio que cada tecnología conlleva un nuevo tipo de accidente. Es decir, antes de los aviones no había accidentes de aviación. La carrera espacial y la posterior era de los satélites comercial son un ejemplo perfecto de tal aseveración. Si bien la tecnología espacial ha abierto un campo infinito de posibilidades, los miles de satélites que hoy orbitan la Tierra corren el riesgo de convertir el espacio exterior inmediato en un verdadero basurero. Si se tiene en cuenta que cada fragmento viaja a 27 400 kilómetros por hora y que toda esa chatarra tiene el potencial de permanecer siglos flotando en la baja órbita terrestre, es fácil imaginar las consecuencias catastróficas para la investigación científica y las redes de comunicaciones. Por suerte, dándole la vuelta al razonamiento de Virilio, cada tecnología trae también una nueva solución. Es el caso de ClearSpace 1, un proyecto tecnológico de limpieza de chatarra espacial en la línea de RemoveDebris que mencionamos hace algún tiempo.
La propuesta tecnológica de ClearSpace 1 llevaba un tiempo en las pizarras de los ingenieros, pero este año por fin se ha firmado un acuerdo con la Agencia Espacial Europea. La misión tendrá lugar en el año 2025 y su objetivo consistirá en retirar un fragmento del cohete Vega lanzado en 2013. Se trata de una pieza voluminosa, de unos cien kilos y un tamaño similar al de muchos satélites en órbita, motivo por el que se ha seleccionado. El concepto es relativamente sencillo: se lanzará un vehículo con varios brazos mecánicos que abrazarán la pieza en órbita. Una vez capturada, se iniciará una maniobra de descenso con el que la nave y la pieza de chatarra se desintegrarán debido a la fricción de la atmósfera. Es decir, una misión “suicida”.
La ESA invertirá setenta millones de euros en el proyecto y pretende convertirlo en una nueva plataforma para la retirada de objetos de gran tamaño en la órbita baja de la Tierra. La preocupación es que los grandes satélites fuera de servicio puedan impactar con pequeños fragmentos que generen una verdadera de nube de chatarra. Estos fragmentos, a su vez, podrían impactar con otros satélites, lo que multiplicaría la basura espacial de forma imparable. Este fenómeno se conoce como efecto Kessler, en honor a Donald Kessler, un investigador que lo formuló por vez primera en 1972. Por suerte, ClearSpace 1 no es la única tecnología que se está probando para solucionar el problema.
Además del sistema de brazos mecánicos se han probado otras estrategias: desde redes eyectables que atrapan fragmentos flotantes y los lanzan a la atmósfera hasta arpones de titanio que recolectan las piezas. Sin embargo, parece que la clave, igual que la basura aquí abajo en la Tierra, reside en que los dispositivos en órbita se lancen con un plan de recuperación previo. Así, se espera que la nueva generación de satélites vaya equipada con diversos dispositivos como las velas Dragsail que se despliegan al final de la vida útil del satélite. Estas velas inducirán el descenso gradual del satélite hasta su caída y desintegración definitiva. Otra opción es que incluyan una placa de anclaje magnética que facilite la recogida por medio de un hipotético “camión” de basura espacial.
Estas estrategias serán esenciales, ya que para el año 2029 se calcula que habrá 57 000 satélites en órbita. Afortunadamente, a diferencia de procesos de industrialización previos, esta vez contamos con el conocimiento y las herramientas para resolver la situación antes de que la acumulación de basura espacial sea insostenible.