Redacción
Para determinar la ubicación de cada objeto en su entorno, los murciélagos utilizan el sonar: con sus chillidos producen ondas sonoras que golpean los objetos y se reflejan de vuelta al murciélago. Los murciélagos pueden calcular la posición del objeto basándose en el tiempo que transcurre entre el momento en que se emite la onda sonora y el momento en que el eco de esta llega al murciélago.
Este cálculo depende de la velocidad del sonido, que puede variar bajo diferentes condiciones ambientales, como la composición del aire o la temperatura. Por ejemplo, puede haber una diferencia de casi el 10% entre la velocidad del sonido en pleno verano, cuando el aire está caliente y las ondas sonoras se propagan más rápido, y la estación de invierno. Desde que se descubrió el sonar en los murciélagos hace unos 80 años, los investigadores intentan averiguar si los murciélagos adquieren la capacidad de medir la velocidad del sonido mediante la experiencia o, por el contrario, nacen conociendo ya de modo innato esta información.
En un estudio reciente, Yossi Yovel, de la Universidad de Tel Aviv en Israel, y Eran Amichai, ahora en el Dartmouth College de Estados Unidos, han conseguido resolver este enigma.
Los investigadores realizaron un experimento en el que pudieron manipular la velocidad del sonido. Enriquecieron la composición del aire con helio para aumentar la velocidad del sonido, y en estas condiciones criaron crías de murciélago desde su nacimiento, así como murciélagos adultos.
Ni los murciélagos adultos ni las crías de murciélago fueron capaces de ajustarse a la nueva velocidad del sonido y aterrizaban sistemáticamente delante del objetivo, lo que indica que percibían que el objetivo estaba a una distancia que no era la real, es decir, que no ajustaron su comportamiento a la mayor velocidad del sonido.
Como esto ocurrió tanto en los murciélagos adultos que habían aprendido a volar en condiciones ambientales normales como en las crías que aprendieron a volar en un entorno con una velocidad del sonido superior a la normal, los investigadores han llegado a la conclusión de que el conocimiento de la velocidad normal del sonido en los murciélagos es innato.
Dado que los murciélagos necesitan saber volar poco tiempo después de nacer, una posible hipótesis, tal como expone Yovel, sería que la evolución ha conducido a favorecer a aquellos murciélagos que poseen este conocimiento instintivo desde siempre, en detrimento de aquellos murciélagos que deben aprenderlo con la experiencia y sin duda tras cometer muchos errores.
El estudio, titulado “Echolocating bats rely on an innate speed-of-sound reference”, se ha publicado en la revista académica PNAS (Proceedings of the National Academy of Sciences).