Acompañar a un centauro en su metamorfosis cometaria

Redacción

El cinturón de asteroides entre Marte y Júpiter es el mejor conocido por la ciencia. Hay otro cinturón de pequeños objetos, someramente conocido, que abarca desde la órbita de Neptuno hasta una distancia al Sol que es casi del doble de la que separa a este de Neptuno.

Entre Júpiter y Neptuno, reside otra población menos conocida de pequeños objetos a los que se llama centauros y que parecen tanto asteroides como cometas. A los centauros se les dio este nombre en referencia a la mítica criatura, mitad humano y mitad caballo, llamada centauro. Con ello se hace alusión a la naturaleza dual de estos astros, en parte cometa y en parte asteroide.

De entre los miles de centauros, que son esencialmente bloques de hielo y piedra, ocasionalmente alguno de ellos ve su órbita perturbada por Júpiter de tal modo que acaba haciendo una incursión en la zona del sistema solar más cercana al Sol. Se cree que esta es la procedencia de algunos de los cometas que pasan relativamente cerca de la Tierra. En dicha incursión, el centauro se expone a temperaturas mucho más altas que las que ha experimentado durante toda o casi toda su vida previa, y pasa de ser un objeto básicamente inerte a exhibir la actividad y el aspecto típicos de un cometa.

El interés científico hacia los centauros radica sobre todo en que, por ser muy antiguos y no haber estado expuestos a temperaturas altas desde poco después de su formación, contienen hielo que data de la infancia del sistema solar, es decir que no se ha fundido nunca desde entonces. Eso hace de dicho hielo una especie de reliquia de la creación del sistema solar.

Un nuevo estudio ha profundizado en la dinámica de este proceso que desvía un centauro hacia la zona del sistema solar más cercana al Sol. Entre las conclusiones, destaca la de que técnicamente resulta viable para una nave espacial volar a la órbita de Júpiter, esperar allí hasta que uno de estos objetos pase lo bastante cerca del planeta como para que su trayectoria sufra una desviación del tipo explicado, y que entonces la nave se convierta en una especie de polizón del centauro, para seguirle en su recorrido y observar con todo detalle cómo se desarrollan en él las características típicas de un cometa.

“Sería una oportunidad increíble para ver a un cometa prístino ‘encenderse’ por primera vez”, explica Darryl Seligman, de la Universidad de Chicago en Estados Unidos y miembro del equipo que ha realizado la citada investigación. Tal como argumenta Seligman, ello supondría un tesoro de información sobre cómo se forjan las órbitas de los cometas y por qué, cómo se formó el sistema solar e incluso cómo se forman los planetas similares a la Tierra”.

Aunque la misión descrita parece complicada, la NASA y otras agencias espaciales ya disponen de la tecnología necesaria para llevarla a cabo, según los autores del nuevo estudio.

Incluso hay un posible objetivo. Hace un año y medio, se descubrió que en torno al año 2063 la órbita de uno de los centauros, llamado LD2, probablemente será afectada por Júpiter del modo descrito. Y a medida que los telescopios se vuelvan más potentes, los científicos podrían descubrir pronto muchos más de estos objetos. “Es muy posible que haya 10 objetivos adicionales en los próximos 40 años, cualquiera de los cuales sería alcanzable por una nave espacial estacionada en Júpiter”, aventura Seligman.

En la investigación también han participado W. Garrett Levine de la Universidad Yale, Kaitlin M. Kratter de la Universidad de Arizona y Robert Jedicke de la de Hawái, todas estas instituciones en Estados Unidos.

El estudio se ha publicado en la revista académica The Planetary Science Journal, con el título “A Sublime Opportunity: The Dynamics of Cometary Bodies Transitioning into the Inner Solar System and the Feasibility of In Situ Observations of The Evolution of Their Intense Activity”.