‘La tragedia de Macbeth’ es también una oda al sonido

Redacción

El papel que juega el sonido en la obra de Shakespeare ha sido estudiado con mucho interés en el ámbito académico. Especialmente el sonido en La tragedia de Macbeth. Toda esa tinta, que ha sido impresa en revistas y diarios especializados, parece haber sido leída por Joel Coen, pues su interpretación de Macbeth (disponible en Apple TV) resulta tan atractiva precisamente por el papel que en esta película juega el sonido.

Ante todo, el elemento sonoro desencadena la ruina del protagonista por escuchar en el sentido de creer. Tomás de Aquino, en abierta discusión con la Metafísica de Aristóteles, sostiene que es el oído (y no la vista) el sentido más importante en el ser humano. Y es que, sostiene el filósofo medieval, por el oído viene la fe.

No se trata sólo de que, al escuchar a las brujas, Macbeth les dé fe, el noble escocés escucha también a su esposa y, sin embargo, resulta incapaz de atender a su propia conciencia. Esta contradicción resulta especialmente notoria en el arte que tiene Denzel Washington para recitar algunos de los monólogos más hermosos del idioma inglés. Lo hace con el aire meditabundo que exige Shakespeare, pero, además, consigue que con su voz sea evidente que, poco a poco, su virtud se está derrumbando. Hasta llegar al asesinato.

Lo sonoro en Macbeth incluye, claro, los susurros, los pasos y los golpes en el portón del castillo del noble que inspiraron a Beethoven para escribir su Quinta Sinfonía. Pero, además, el director Joel Coen introduce sonidos que seguramente hubiesen fascinado a Shakespeare: el goteo de la sangre de Duncan, por ejemplo, o el azote de una daga cuando emerge del antebrazo donde estaba oculta.

Llevar Macbeth a la pantalla implica medirse con Welles, Kurosawa y Polanski, pero además con una tradición que en el mundo anglosajón tiene años meditando en torno a la forma en que hay que poner en escena al poeta inglés. Porque ya es tradición permitirse toda clase de extravagancias cuando se trata de interpretar a Shakespeare.

La película Titus de 1999 termina por ser ridícula. El dramaturgo ha sido puesto en pantalla en toda clase de tonos y en los lugares más impensados. ¿Cómo olvidar, por ejemplo, el Romeo + Julieta de Baz Luhrmann que se filmó en Veracruz y en la Ciudad de México? No siempre estas rarezas quedan del todo mal. Cuando Orson Welles llevó Macbeth a la pantalla era consciente de esta larga tradición. Y, como para domar al público, decidió iniciar su película con un toque ciertamente teatral, una obertura de ocho minutos con una música exasperadamente mediocre. Porque también Welles era consciente de la importancia del sonido en Macbeth.

 

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