Redacción
En 2016, la ucraniana Jamala ganó el concurso de Eurovisión con “1944”, una canción sobre la represión sufrida por los tártaros de Crimea, su comunidad. Hoy, su situación es muy distinta: vive como refugiada en Estambul, algo que nunca se hubiera imaginado.
La joven se convirtió en una heroína nacional gracias a esa canción interpretada en lengua tártara, dos años después de que Rusia se anexara la península ucraniana de Crimea, en 2014.
Miles de tártaros de Crimea, una comunidad turcohablante de mayoría musulmana que vive desde el siglo XIII a orillas del mar Negro, fueron deportados por Stalin en 1944 a Asia central, acusados de colaborar con los nazis.
La letra de la canción, que recuerda ese trágico episodio, suscitó llamados al boicot de Rusia.
“Hablaba de mi abuela, de mi familia, de todos los tártaros de Crimea que fueron deportados por el ejército soviético”, explica Jamala, de 38 años, en Estambul, donde está refugiada desde principios de marzo tras haber huido de Kiev con sus dos hijos.
“Hoy estamos reviviendo eso. Pensaba que eso era cosa del pasado”, confía la cantante de ojos jade, visiblemente afectada, sin maquillar, aludiendo a la ofensiva lanzada por el presidente ruso Vladimir Putin.
Los tártaros de Crimea viven desde 2014 bajo la presión de las autoridades rusas, que niegan atacar a su comunidad, aunque han llevado a cabo numerosos arrestos de musulmanes pro-Ucrania acusados de “terrorismo”.
El viernes pasado, fue invitada a cantar “1944” durante un concurso de preselección de Alemania para Eurovisión, un certamen del que Rusia fue excluida. Allí debía representar la resistencia ucraniana a la invasión rusa.
“Honestamente, no sé ni cómo logré cantar… soy una persona pequeña en este vasto mundo, yo no soy nadie, pero si puedo hacer algo, lo haré”, comenta.
“Somos una nueva generación, pensamos en la paz, en cómo cooperar, unirse, pero ocurren cosas terribles. Está guerra está teniendo lugar ante los ojos del mundo”, afirma Jamala, cuyo verdadero nombre es Susana Jamaladinova.
A las 05H00 del 24 de febrero, su esposo la despertó: “La guerra ha empezado, Rusia ha atacado a Ucrania”.
Lo primero que hizo fue preguntarse qué hacer: preparar las maletas, los pasaportes, ocuparse de los niños… “Estaba conmocionada”, reconoce.
Ese día, se fue a un refugio con sus dos hijos y su esposo, pero luego decidió trasladarse a Ternopil, a 400 km al oeste. El viaje, en automóvil, duró dos días.
En cuanto llegaron, se vieron obligados a irse de allí. “Me desperté a las 06H00 con el ruido de las explosiones… dos días después, llegamos a la frontera rumana”.
Su marido la dejó allí con sus hijos y regresó a Kiev para unirse a los voluntarios que ayudan a evacuar mujeres y niños a regiones más seguras.
Con sus dos pequeños, Jamala cruzó la frontera a pie. Más tarde la recogió su hermana, que vive en Estambul.
Desde entonces, lee con ansiedad las noticias sobre Ucrania en su teléfono. “Es verdaderamente difícil cuando sabes que tu esposo está allí. No consigo dormir. Cada minuto que pasa me pregunto cómo estará”, dice.
Los músicos de su grupo están escondidos en refugios de Kiev. “Mi técnico de sonido me escribió ayer, diciéndome que no tenía agua… no puede salir, es peligroso”, cuenta. “Esta es una guerra muy cruel, en el corazón de Europa. Destroza los valores de Europa que construimos desde la Segunda Guerra Mundial”, agrega.
“Ucrania es un gran país, con su lengua, su cultura propia, su historia. No tiene nada que ver con Rusia”, insiste. “Yo no sé qué podemos hacer… Solo sé que debemos ganar”.