EL CRISTALAZO

POR RAFAEL CARDONA

La hoguera simbólica

La muerte en la hoguera ha sido desde hace muchos años un ejemplo de la barbarie en nombre de la purificación.

Bajo la idea del absoluto poder purificador de la lumbre (también su capacidad destructiva), el fuego ha sido el acompañante de las venganzas políticas y de la limpieza religiosa o étnica.

A la pira fueron a dar Juana de Arco y Guillaume de Lampart, este en nuestras tierras; la inquisición en la Nueva España se cargó a decenas de personas en el quemadero cercano a la Alameda Central de los tiempos imperiales, cuando ya la hoguera había sido desplazada por el huerto del convento de San Diego, según nos cuenta don Artemio del Valle Arizpe.

La llama, como castigo final en los linchamientos, no terminó con la inquisición. Hoy hay nuevas formas del Santo Oficio, y los seguidores de Morena, por ejemplo, han recurrido en días recientes no a la purificación simbólica sino al exterminio virtual, y le han metido candela a una botarga de cartón con la efigie de la ministra Norma Piña quien no ha recibido hasta la fecha disculpa alguna por el amago a su integridad, como tampoco la tuvo cuando en las ponzoñosas redes sociales se le llamaba problema y la bala justiciera se presentaba como una solución.

La palabra solución, referida a los asuntos de divergencia política o ideológica, siempre nos evoca la solución final del nazismo. También los inquisidores buscaban solucionar con muerte y llamarada, el problema de la herejía; o sea, la falta de fe, la discusión del dogma; la libertad del pensamiento, como bien lo supieron en su muerte el gran Giordano Bruno o el genial Savonarola.

Si los haitianos de la magia vudú (Barón Samedi, la Maman Brigitte, Damballa), creen enfermar al enemigo con alfileres o fuego contra un monigote de trapo con su efigie, los devotos de la iglesia andresiana expresan su civilidad política y su profunda cultura, con una muñeca de cartón piñatero en contra de la ministra cuyas acciones le causan molestia al Papa AM y a sus obispos de mitra y corcholata.

Y si bien algunos cuatroteísta con voz de condena han aparecido contra la quema de la figura de la ministra (Arturo Zaldívar, su antecesor entre ellos; la señora esposa del señor presidente, y otro más de menor importancia), no basta la condena suelta en una declaración tuitera.

Las disculpas del partido organizador de la magna reunión celebratoria y adherente, serían mejores, aunque Mario Delgado se escurra aceitoso entre los dedos de la pregunta y finja no saber si se trataba de una representación de la presidenta de la Corte o una figura alegórica de la justicia pervertida. No es de extrañarse, Mario Delgado es devoto de San Alejo y sobrino del Tío Lolo.

Y en este sentido las palabras del señor presidente también son insuficientes:

“…No debe llevarse a cabo este tipo de actos, no es lo mejor, creo que hay formas de protestar sin llegar a esos extremos, es lo que yo opino… condeno esos actos, no hace falta… tenemos que vernos como adversarios no como enemigos…

“…Nosotros no somos iguales a los conservadores, ellos nos ven como enemigos a destruir no como adversarios a vencer y nosotros no podemos actuar de la misma manera.”

Más allá de la recurrencia inservible de una diferencia siempre invocada y una similitud con el pasado cada vez más visible, el presidente debió haberle ofrecido a la ministra una disculpa en nombre de sus devotos y turiferarios.

Eso habría sido de caballerosidad y cortesía sin perder la valentía, porque como todos sabemos, lo Cortés no quita lo valiente.
CCS

Como recurso tras el desplazamiento, Cuauhtémoc Cárdenas expresa su inconformidad con el rumbo de la industria petrolera nacionalizada por su padre.

Lástima, ya no hay ni siquiera un asesor con ilustre estirpe y apellido para decírselo al presidente.

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