El camino al silencio
Poco a poco, de manera imperceptible, oscura y sigilosa, la amenaza y el silencio nos vienen cercando. Las palabras se han convertido en algo peligroso. El periodismo también, y no sólo por la violencia criminal. También por la otra, la censura.
Hablar, y sobre todo escribir es cada vez más riesgoso. La previsible reacción montonera de las redes sociales, donde cualquier imbécil (lo dijo Eco), se convierte en sabio, empuja a la autocensura ampliada. No se puede decir nada, mucho menos analizar.
Si se opina sobre los sucesos de Gaza, por sensata como sea la idea, automáticamente el vómito de las redes dispersa el Sambenito del antisemitismo.
Cualquier señalamiento a la eficacia o lerdez de una autoridad femenina, no digamos de su vida pública, es imposible. Todo cuanto se diga de ellas y no alimente su amplísimo repertorio de “talentos”, engrandecido por recientes desatinos de paridad, se convierte automáticamente en “violencia política de género”. ¿Verdad Joaquín?
Las preferencias sexuales, por citar otro campo vedado a la palabra, excepto el credo dictado por los mandamientos de la comunidad LGTB, etc… y sus beneficiarios, se convierte en pasto de linchamiento. Quienes no practiquen el dictatorial lenguaje incluyente, gramaticalmente pueril y axiológicamente innecesario, inmediatamente serán vistos como homófobos rumbo a la hoguera.
Cada nuevo pecado tiene su denominación. Hasta gritar en un estadio. Eres homófobo, eres misógino. Misógine, misógina.
Hace unos días, en un edificio de oficinas, fui testigo de un caso grotesco. Una joven de entallados pantalones y prominentes formas esperaba el elevador. Un señor estaba junto a ella. Cuando se abrieron las puertas, el caballero le indicó a la mujer, pase usted. Ella se rehusó y le dijo, no.
—Usted lo que quiere es verme por detrás.
El hombre se metió al ascensor. La joven se contoneó.
Los impulsos de la censura llegaron hasta la UIA —como ya he relatado—, donde se clausuró una muestra fotográfica para quedar bien con quién sabe cuál tendencia, pero mal con la inteligencia.
La Femexfut ha sido descubierta en un conciliábulo para someter y emparejar la información deportiva a la acrítica necesidad de halagar matalotes; es decir, anular a los periodistas cuya voz molesta. Como el funesto quién es quién de los miércoles.
Hace cincuenta años Manuel Seyde les dijo ratoncitos verdes y hasta la fecha siguen jugando como roedores incompetentes. En vez de eso, deberían preparar jugadores. Hugo, diles cómo.
Javier Tejado ha puesto la luz de alerta en torno de los avances de la censura. En un reciente artículo dio a conocer la lista de los periodistas sobre quienes hay un procedimiento especial sancionador, por la inquisidora Unidad Técnica de lo Contencioso Electoral del INE. Además, se extiende contra dos legisladoras.
Y todo por contar hechos públicos de doña Andrea Chávez. Un caso paralelo al de la señora Dresser.
Escribir se vuelve tan complicado como peinar el cuello a la jirafa, dijo Renato. ¿Por qué a la jirafa? Ella sabrá.
Hace tiempo quisieron evaluar las opiniones y pesar y medir la información. Pronto la verdad oficial será la única. Pronto la corrección política nos achatará a todos en la misma tonada monocorde. Pronto nos quedaremos callados sin espacios ni para el error, ni para el acierto.
Las políticas de género (sexo), las cuotas políticas (minorías injustificadas), la dizque justicia plenaria. Todo tiene el insoportable tufo de la patraña, del aprovechamiento oportunista.
A lo mejor esa es la verdadera “Revolución de las conciencias”. Perder la conciencia, dejarse arrastrar por la marejada. Quien sabe.