por Rafael Cardona
Como sucede con todas las acciones políticas, las cosas nunca son como parecen. Las reuniones de medios de cada mañana en el Salón de la Tesorería de la Federación en el Palacio Nacional, no son espacios democráticos de comunicación social, sino recursos de implantación política y estrategias de gobierno tendientes a capturar la atención por encima de los demás agentes noticioso.
Es una forma de mantener cautiva a una enorme audiencia. Es el gran público sistemáticamente bombardeado con mensajes de conveniencia, frente a los cuales los ciudadanos están inermes, pues toda actitud crítica es despreciada o descalificada porque proviene de los conservadores, quienes tienen derecho a todo pero no pueden ejercerlo sin recibir empujones a la hoguera.
El afán informativo neutro del gobierno no existe.
Prevalece una estrategia defensiva, justificante, cómodamente instalada en el poder de la palabra, con el respaldo —en términos generales— , de medios sumisos y una manada de analfabetas funcionales con la metralleta de las redes sociales, apoyados por ejércitos de “bots”.
Muchas veces se ha usado la palabra púlpito para describir estos afanes cotidianos, los cuales fueron descritos en toda su real amplitud por el propio Señor Presidente en un arranque de sinceridad:
“…(febrero 2020).- Si así –vean la prensa hoy, ahí se los dejo de tarea, teniendo esta posibilidad de réplica–, imagínense que no comunicáramos, que no ejerciéramos nuestro derecho a informar–, nos quedaríamos en estado de indefensión, cuántas calumnias, se seguiría aplicando aquello de que la calumnia cuando no mancha tizna”.
En este párrafo tan breve pero tan significativo se encuentran muchos sentidos y contrasentidos. Para el Señor Presidente, el (su) derecho de informar está por encima de la (su) obligación de informar. El gobierno debería informar, no imponer er su “derecho de réplica” especialmente cuando no se esta replicando nada, sino se está divulgando cuanto se quiere, como se quiere, y siempre en un tono de pugnacidad.
Esa condición pugilística queda claramente descrita en su frase: (si no hubiera mañaneras) “nos quedaríamos en estado de indefensión”.
Esto quiere decir, toda critica, todo señalamiento, todo descubrimiento es de antemano una calumnia. La prensa es una fábrica de calumnias. Por eso se le debe atar con una correa corta.
Ante esta situación resulta muy sencillo entenderlo todo. No se trata de informarse porque la escena política ya no es un pulpito, es una arena.
Hace unas semanas, antes de los sucesivos sainetes de ayer y anteayer en el Palacio Nacional, cuya grotesca circunstancia exhibe otra distorsión de la cual hablaré más adelante, escribí esto aquí:
“Evoco eso hoy (el viejo estilo), cuando veo los “reality shows” de las conferencias mañaneras y siento ganas de reír, a veces, y en otras lamentar el papelón de reporteros y reporteras hinchados e hinchadas –algunos muy ufanos en la confirmación de su desprestigio — convertidos en peones de opinión, simulando un rigor del cual carecen, en el falso juego de un intercambio periodístico inexistente”.
El segundo punto derivado de los escándalos de los días pasados en los cuales la prensa y la sub-prensa se enfrentaron como rudos y técnicos en el nuevo coliseo, es una nueva confesión de parte de nuestro Ejecutivo. Los episodios fueron tan vergonzosos como para no repetir los detalles, pero esto es básico.
Después de un diálogo ríspido con una compañera a la cual un falso pirata le deseó la muerte, el presidente llamó a la conciliación, como si ésta fuera responsabilidad de la ofendida, no del ofensor. Y tras prometer el respeto a la libertad, recordó una vieja frase:
“–Nosotros no vamos a poder limitar la libertad de nadie.
“¿Pero es libertad?, le dijo. Y el insistió:
–“No, miren aquí sí les aplico la de los liberales: ‘…la prensa se regula con la prensa…”
“Si eso quiere decir mátense entre ustedes, resulta muy triste. Y en cuanto a los liberales, tan citados como incomprendidos, recordemos la verdadera frase de Lerdo de Tejada: “La prensa corrige a la prensa”.
“Cito a Pérez Gay: “… grandes periodistas de la época los refutaban. Francisco Cosmes, director de La Libertad (1874-1894) decía esto:
“Se publica un artículo en su contra. Usted es objeto de las risotadas de todos los ociosos de México, su honra queda por los suelos. ¿Qué hace usted para realizar el famoso aforismo de don Sebastián? ¿Cómo corrige usted la prensa por la prensa misma? ¿Fundará usted un periódico para desvanecer la calumnia?”.
No, señor Cosmes, contrata a la molécula… O algo peor.