Nadie sabe cómo acabará esta situación cuya incierta desembocadura nos promete tantas cosas, menos recobrar el paraíso porque difícilmente podríamos volver a la situación anterior y considerarla —con sus deficiencias y su pastosa demagogia— como el Edén perdido, excepto si se le compara con el pantano sanitario, social, laboral, económico, científico, donde nos hemos atascado sin horizonte ni perspectivas controlables.
Pero cuando termine todo esto, cuando se hayan secado las escasas flores en algunos sepulcros, cuando el polvo dicte sus decretos de olvido y abandono, cuando no se vean en las chimeneas de incineradores y crematorios ni siquiera las breves cenizas volátiles de cuerpos pulverizados y se pueble la casa del desmemoriado y se mire hacia atrás en el paisaje de las estatuas de sal, entonces sólo recordaremos un gobierno de virtudes aleatorias, de ocurrencias insostenibles, de improvisados e ignorantes cuya impreparación se demostraba en sus contradicciones, en sus dichos parciales y sus cálculos insuficientes.
Porque hoy no sabemos nada con exactitud y si no hay precisión o realidad en los cálculos de cómo, dónde y cuándo reanudar actividades suspendidas; de aperturas inminentes, absolutamente necesarias o no, entonces hablamos de cualquier cosa menos de respaldo científico, porque sin exactitud no hay ciencia y sin ella todo queda en el universo de las fáciles suposiciones o la especulación infructuosa.
Hoy no sabemos cómo se nos fue de las manos esta velocidad, pero si hace algunos meses no había un solo caso de contagio por coronavirus en este país, hoy ya sobrepasamos —hasta en la evidentemente incompleta contabilidad oficial— a los chinos, emisores de esta pandemia cuyos efectos planetarios sobrepasan la palabra catástrofe.
“…México reportó ayer (sábados) 4 mil 767 decesos por COVID-19, es decir, más que los registrados en China, donde se originó la pandemia, que con una población mayor, indicó tener 4 mil 637 muertes en la última actualización.
“En el país además se reportaron 45 mil 32 casos confirmados y 29 mil 28 personas con sospecha de coronavirus (sin llamar al “Centinela”).
“Es el segundo día que tenemos por arriba de los 2 mil 400 casos confirmados en las últimas 24 horas…”
Sólo como un guiño estadístico: si en un día se registran 300 muertes, como ocurrió —casualmente— cuando se anunció el aflojamiento de la reclusión, eso significa la muerte de 15 personas cada hora, en números redondos. A eso se le llama “aplanar la curva” o “domar la epidemia”.
Si los hombres de Babel fueron condenados a la incomprensión y el abandono de la única lengua para caer en la incomunicante pronunciación de las palabras sin traducción posible, hoy vivimos una oratoria babélica desde el deslenguado gobierno, cuya práctica de parloteo abundante choca con la necesidad de una comunicación certera, sin prédicas ni evangelios de ocasión. El gobierno excesivo y sobreexpuesto, con sus tres o cuatro conferencias diarias, ni comunica, ni informa; aturde.
Y el aturdimiento produce sordera y lleva a la incomprensión, porque no es posible entender algo claro en medio de los bandazos de una piragua cuyo rumbo varía de acuerdo con el horario y las conveniencias del talante presidencial o de sus voceros.
Se nos ha convocado a prepararnos para una “nueva normalidad”. Ha sido tan absurdo como para hablarnos del “regreso” a la nueva normalidad, sin atender a la lógica impuesta por la novedad.
¿Normalidad quiere decir ajuste a la norma o simplemente hábito o frecuencia de algo? Podrían ponerse de acuerdo, porque las normas no son tales sin obligatoriedad, aunque quizás estemos llegando al paraíso de la libre voluntad donde las cosas son como cada quien quiera, porque el pueblo es sabio, maduro, responsable, capaz, certero, asertivo e infalible. Si en verdad fuera todo eso, no necesitaría gobierno.
No sabremos en ese futuro lejano o cercano, quien va a pagar los platos rotos por la enfermedad y sus consecuencias o su mala gestión. Pero de seguro nadie desde el gobierno cubrirá los gastos del naufragio.
Esto recuerda a Stefan Zweig —a quien todos hemos leído, como es obvio—, en aquel importante libro llamado El mundo de ayer y su referencia al cataclismo económico alemán posterior a la primera gran guerra del siglo XX y sus consecuencias:
“…La mayoría, la masa enorme, había perdido. Pero no se echó la culpa a quienes habían provocado la guerra, sino a los que dispuestos al sacrificio —sin esperar recompensa— habían tomado sobre sí la carga de la reorganización… sólo cuando decenios después, los techos y las paredes se desplomaban sobre nuestras cabezas, reconocimos que desde mucho tiempo atrás los fundamentos estaban ya socavados…”
Si en otras latitudes se estimula a los científicos para buscar vacunas y medicamentos (aquí la UNAM dice empeñarse en tan complicado proyecto), en México es mejor meterles mano a las alforjas de los científicos y exprimirlos (o extorsionarlos), para la “voluntaria” entrega de sus haberes y subsidios legítimos.
Y es lógico. Si en el Palacio Nacional se pone una báscula y por ahí pasan los magnates de la empresa privada a quienes se les sisa el producto de sus rapacerías de élite privilegiada, en el Consejo de Ciencia y Tecnología (¿por qué no?) se sigue el ejemplo y se les quieren tajar a los investigadores sus —de por sí— exiguos haberes. No lo olvidemos, desde el comienzo de la IV-T se les acusó de ser una pandilla científica al servicio de la ciencia neoliberal.
“(La Jornada). – Investigadores de distintas universidades del país que forman parte del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) califican de chantaje y extorsión el llamado del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) para que donen uno, dos o tres meses del estímulo que reciben para recabar entre 550 y mil 650 millones de pesos para atender las necesidades más urgentes del sistema de salud derivadas de la epidemia de COVID-19.
“Consultados por La Jornada, integrantes del SNI confirmaron que el jueves recibieron por correo electrónico un documento en PDF firmado por la directora adjunta de Desarrollo Científico del Conacyt, María del Carmen de la Peza, en el que se les hace un llamado urgente a solidarizarse con el pueblo de México a través de la donación voluntaria de sus estímulos.
“En el caso de que todos los miembros del SNI decidiéramos aportar el monto propuesto, representaría aproximadamente 550 millones de pesos mensuales, y por tres meses sumaría un total de mil 650 millones, se lee en el texto, cuya copia tiene La Jornada”.
La pregunta más simple en torno de este intento abusivo es la siguiente: ¿si el Señor Presidente dispone de 400 mil millones de pesos recabados por el austero ahorro republicano, por qué entonces requeriría este tipo de donativos ovíparos; es decir, a huevo?
“(La Jornada. 25 de marzo). – El gobierno federal cuenta con 400 mil millones de pesos de (un) fondo extraordinario para hacer frente a las consecuencias económicas de la epidemia del COVID-19, anunció ayer el presidente Andrés Manuel López Obrador.
“Esto nos permite mantener todos los programas del bienestar; tener recursos para enfrentar la caída de los precios del petróleo, al mismo tiempo que tomamos la decisión de bajar el precio de las gasolinas…”
Así pues, todo esto resulta incomprensible, excepto si los 400 mil millones de pesos de reserva ahorrativa no son sino otra mentira más en el país de los embustes.
César Hernández, presidente de la Comisión de Mejora Regulatoria renunció en medio del vendaval por el acuerdo de la Secretaría de Energía para frenar las inversiones y las reglas de funcionamiento —eso es regular, poner reglas— de la industria eléctrica, en perjuicio de las nuevas tecnologías y la inversión privada.
Otro paso al precipicio.
¿Cuándo ya no se mida el Producto Interno Bruto, ni el Ingreso Per Cápita; ni las monedas tenga convertibilidad, ni haya Euros, Dólares o Pesos y todo sea dicha en el paraíso, ¿cómo tasaremos la Felicidad Interna Bruta o el Bienestar Por Cabeza?