por Rafael Cardona
La verdad yo ignoro si Mijaíl Gorbachov —cuyas memorias son paliativo del hastío—, haya conocido México más allá del ralo barniz de sus fugaces visitas. No creo.
Sin embargo, quien le escribió el prólogo de libro para la edición aquí distribuida hace ya años, señaló algo quizá premonitorio: el peligro de la división interna.
“…México ha recorrido un espinoso camino desde el régimen totalitario a la democracia (la edición es de 1993, cuando ni siquiera había todavía una alternancia del poder, pero en fin. De un comunista se esperan siempre lugares comunes).
“Pero a fin de cuentas los mexicanos pudieron conseguir un éxito de escala histórica porque están de acuerdo en lo sustancial, en lo que necesitaba todo el país.
“México se enfrenta ahora —lo se con seguridad—, a nuevos y complicados problemas. pero creo que los mexicanos podrán responder a los nuevos retos, si se apoyan otra vez en lo más importante: la concordia social que les aseguró éxito en el pasado.”
Aquí valdría la pena hacer una pausa. Decía el señor Gorbachov sobre el tránsito de México del totalitarismo a la democracia. ¿En verdad México ha vivido alguna vez, por decir, del siglo XX a la fecha en un régimen totalitario?
Si por totalitario se entiende un dominio unipartidista, así fue. Pero si por el contrario se habla de economía centralizada y supresión absoluta de libertades de asociación, educación religión, movilidad, tránsito, comercio, opinión y demás valores fundamentales, pues no fue tanto. Ni Pinochet, ni Franco.
No al menos si alguien, como don Mijaíl, ha vivido en el poderío total del estalinismo, del cual él mismo dice:
“…Stalin no era capaz —ni como teórico, ni como político, ni como intelectual—, de proseguir el rumbo marcado por el partido banjo la dirección de Lenin. Bastante inteligente para comprenderlo y profundamente dolido por su complejo de inferioridad, utilizó todo su talento de intrigante, realmente excepcional, para echar de la política, discriminar y liquidar después a los dirigentes de la escuela leninista; para hacerlo contaba con la ayuda de hombres previamente adiestrados en el aparato del partido.
“Las dificultades existentes y los problemas de excepcional complejidad que planteaba el desarrollo del país, nada fáciles de manejar, creaban un ambiente que facilitó a Stalin la victoria sobre todos sus antiguos colegas y consolidó su poder absoluto.
“Lo ayudó a conseguirlo una cohorte de personas agrupadas en torno suyo muchos de los cuales se guiaban por sus ambiciones personales únicamente; otros, sin embargo, siguieron engañados durante largo tiempo por las razones objetivas antes expuestas…”
Quizá esas definiciones se ajusten más a las circunstancias actuales y no tanto a las del nacionalismo revolucionario o priista
Por otra parte, hablar de “pasados éxitos” en un país tan atrasado como éste parece más una fórmula diplomática y poco un diagnóstico certero. Lo notable es el otro lugar común: la “concordia social”.
La sociedad mexicana nunca ha vivido en la plena concordia. El periodo colonial fue de castas.
Todavía en el siglo XX los mexicanos no superaban las guerras por fanatismo. La “Cristiada”, con su miles de muertos, es el único caso en la historia de una guerra entre fieles del mismo credo. No eran los hugonotes contra los católicos. Un país cuya matanza de San Bartolomé llegó cuatro siglos tarde.
Las otras disputas entre centralistas y federalistas; aparicionistas y no aparicionistas; liberales y conservadores, socialistas y reaccionarios; ateos y creyentes y todas las variables de la polarización permanente, nos hacen dudar un poco de ese viejo truco por el cual en el pasado hemos sido distintos y mejores.
No es verdad, ahora, con la luz de la ciencia y la tecnología, deberíamos olvidar nuestros atavismos y lastres (algunos le llaman cultura popular).
Hoy, a la vista de cómo se ha polarizado la vida política y cómo desde el poder se lanzan anatemas, condenas y estigmatizaciones en contra de quienes se llama adversarios, conservadores; fifís, neoliberales o simplemente marginales, muchos quedan al margen de la transformación.
La división nacional no es una consecuencia de distintas posiciones políticas o ideológicas en una nación sin ideología verdadera, como no sea el oportunismo. La división es estrategia electoral, herramienta y recurso permanente.
Pero en algo tiene razón Gorbachov: no hay renovador feliz.
En tiempos de cambios bruscos, “sólo se escuchan imprecaciones, conjuros, maldiciones, llamamientos a la destrucción, al derribo, a la disolución; se reniega de todo aquello que todavía ayer parecía defender eficazmente tanto al individuo como a la sociedad…”