Muchos dirán, eso es una exageración.
Una “puntada” de reportero sin sentido, pero a mi me parece muy grave el espectáculo internacional de dos imbéciles jugando como aprendices de brujos con el destino de sus países y de buena parte del mundo.
Obviamente cada uno de ellos –Trump y Maduro–, tienen intereses distintos, pero hay cosas en las cuales se parecen enormidades, sobre todo en su monumental ignorancia, en su miopía.
Si uno ha sido un simple operador de camiones y trenes, el otro no ha sido sino un abusivo especulador de los bienes raíces. No se advierte en ninguno de los dos ni siquiera un ápice de interés por algo de relevancia intelectual, ya no digamos cultural. Son palurdos, nacos, pues, cada uno en el estilo de sus países.
Ambos tienen como mayor arma una elocuencia pueblerina y de evidente falsedad. Pero también públicos ingenuos, cuyo apetito inculto los ha hecho comulgar con esas ruedas de molino.
Cuando Trump junta sus deditos índice y pulgar o señala con el dedo a una parte de auditorio, como lo hacía Luis Miguel en sus conciertos para gritar “Buenas noches, México”, resulta hartante. “Luismi” también, pero ese siquiera canta.
Y Maduro, no se diga, con ese fervor por el ditirambo; la fallida grandilocuencia de poblacho, el gajo sin epopeya, la rotundidad de sus delirios, y el circunloquio y la prosopopeya y el retruécano y todo cuanto sirve para convertir cualquier discurso –sobre rodo cuando sólo hay palabras; no ideas–, en un tazón de macarrones rancios.
Personalmente nunca he estado en una presentación de Donald Trump. Me habría gustado verlo “en vivo”.
Sus ademanes y su desproporcionada corbata roja, como una enorme lengua de vaca en la pechera, su paso cansino como viejo con pies planos, sus pucheros como de floja dentadura postiza; su tendencia sentarse con la espalda vencida, los antebrazos en los muslos, las piernas separadas, la mirada al piso y las manos apretadas una contra otra; me dan la impresión de un viejo avaro, rencoroso y malhumorado, incapaz de un gesto generoso.
No sé cuál sea el diagnóstico de alguna de esas inteligentes personas cuya especialidad es leer el lenguaje no verbal. Si usted conoce a alguna pregúntele.
Pero si el cuerpo –su postura, su actitud, su colocación, su forma de mover brazos y piernas; de cruzarlas o abrirlas o cerrarlas, etc–, supera en elocuencia al verbo, el cuerpo de Trump no nos habla, nos grita, nos empuja, nos agrede.
Trump es grosero e inestable. Maduro es un barbaján de cuarta.
Hace muchos años había un chiste majadero.
Decían de algunos venezolanos acomplejados y ostentosos de su riqueza petrolera, quienes se paseaban por el mundo en el despilfarro de los petrodólares : esos se bajaron de la palmera para subirse al Cadillac. Hoy se diría para subirse al Ferrari de oro. Maduro no se ha bajado de la palmera y desde ella grita con su mal disimulado chaleco blindado bajo la chamarra de lona.
A este ditirámbico señor yo lo he visto hablar.
Y no sólo lo he visto, lo he escuchado.
Y pongo a Dios por testigo, si muchos han sido mis pecados esa noche, cuando ya me había zampado a Evo Morales, a Rafael Correa, a Ortega el “Nica” y a Raúl Castro, llegó Maduro a derramar una interminable catarata de cursilerías revolucionarias (aparentemente revolucionarias; con lo cual –cuarenta y cinco minutos más tarde), creí hallar el perdón de todas mis culpas. O casi todas.
Yo sí he probado un rato en el infierno por los oídos, doloroso como plomo líquido. Fue esa noche bajo el cielo de La Habana.
Uno cree a veces las viejas lecturas. La historia, esa corriente dialéctica interminable cuya finalidad es la dictadura del proletariado. La violencia como su partera, el magisterio de su construcción, su condición de tragedia y comedia cuando se repite.
Pero otras veces asume la evolución de la vida social como el agregado de la obra de los caudillos, líderes y hasta del largo de la nariz de Cleopatra como factor de un rumbo u otro destino para un pueblo.
–¿Y si a Benito Juárez no se le pierde el borreguito?, nos decían.
Por eso resulta desalentador ver cómo dos hombres al frente de sus pueblos, montados en discutibles resultados electorales (uno por sistema y el otro por degradación) tengan a millones de personas pendientes de un hilo por sus mamarrachadas; sus ideas sin sentido, sus caprichos, sus cambios de humor, su errática rotación de personal, sus pleitos constantes contra todos y por cualquier cosa.
Y o peor, su autoproclamada condición de mártires incomprendidos. Se parecen a quien usted ya sabe, víctima de todos los complots.
Millones de norteamericanos hoy se siente avergonzados por los desatinos y ridículos del hombre del peluquín de espantapájaros. Y millones de venezolanos, no tienen ni para limpiarse aquella oscura parte cuyo aseo depende del papel higiénico.
Frente a no parece tan grave el socavón. No los fallecidos, conste.