Por Carlos Ramírez
Las explicaciones del presidente Joseph Biden sobre el retiro –huida– de tropas estadounidenses de Afganistán y el abandono de esa posición geoestratégica en Oriente y la argumentación de que los afganos en realidad no querían una democracia se cruzó en tiempo político clave con la convocatoria de la Casa Blanca el próximo verano a una cumbre mundial sobre… democracia.
El mensaje de Biden de entrega de Afganistán ha comenzado a ser procesado en las estructuras de poder de Iberoamérica, en donde prácticamente todos los países han llegado ya a una situación de repudio al modelo político estadounidense y al paternalismo de la Casa Blanca que ha impuesto su dominación a través de golpes de Estado inducidos en republicas al sur del río Bravo.
El eje de la función imperial de Estados Unidos en el mundo –y en particular, en Iberoamérica– ha sido el de imponer y mantener el modelo político de democracia estadounidense, centrada sólo en el aspecto procedimental shumpeteriano de utilizar las elecciones libres para relevar gobiernos, aunque desdeñando la relación directa que existe, en sentido negativo, entre la democracia como interés social mayoritario y el capitalismo estadounidense como mecanismo de acumulación privada de la riqueza social,
El desdén de Biden al señalar que los afganos no hicieron nada por la democracia y por lo tanto Estados Unidos levantó su tiradero militar y se regresó a su territorio podría ser el mismo que pueden invocar países como Cuba, Nicaragua y Venezuela para asumir por sí mismos el régimen político que deseen, aún cuando, como en estos tres países, solo haya producido pobreza, represión y subdesarrollo.
El modelo imperial de Estados Unidos se ha basado en dos pilares: de un lado, la propuesta Smith del mercado como factor de acumulación privada que potencie la inversión, la acumulación y el empleo; y en el aspecto geopolítico ha funcionado el simbolismo del Peloponeso narrado por Tucídides al establecer que Esparta declaró la guerra a Grecia para evitar tener un vecino más poderoso que el Estado espartano.
Las guerras de intervención de EU en el extranjero después de la Segunda Guerra han sido vistas como derrotas: Corea, Vietnam, Irak y Afganistán, donde todo el poderío militar estadounidense y sus juguetes de guerra no pudieron derrotar a sectores ideologizados de los pueblos locales que se negaron a aceptar la tutela estadounidense, aunque hoy Vietnam sea un país que provee de productos capitalistas a los consumidores estadounidenses que son hechos por mano de obra capitalista explotada por el gobierno vietnamita.
Aunque Afganistán fue visto siempre muy lejano los intereses urgentes de Iberoamérica, de todos modos, hay cuando menos tres elementos que están vinculados a la crisis en el Medio Oriente: el terrorismo, los gobiernos religiosos y la disputa de la región en la guerra fría de posiciones entre los sistemas capitalista y comunista.
Libia, Irán e Irak llegaron a tener una presencia interesante –aunque no importante– en Iberoamérica, aunque más por los intentos de acercamiento de los grupos revolucionarios rupturistas iberoamericanos para conseguir fondos económicos y armas de aquellos tres países. La Libia del coronel Gadafi hizo intentos por construir en los ochenta una especie de internacional revolucionaria y logró reunir en Trípoli a prácticamente todos los movimientos revolucionarios armados iberoamericanos, aunque sin conseguir alguna continuidad estratégica que preocupara a la geopolítica de seguridad nacional de la Casa Blanca.
El principal efecto de la derrota de Biden en Afganistán se localizará en el razonamiento político de que los países invadidos por EU a fin de imponerles el sistema democrático estadounidense y el american way of Life –modo de vida americano– para utilizar la guerra interna de respuesta ante la presencia estadounidense. Desde siempre se ha sabido que será imposible por razones de Cultura religiosa que Estados Unidos imponga su democracia a países musulmanes, así como sea considerado difícil de conseguir que la democracia de apropiación capitalista de Washington puede tener éxito en sociedades de pobreza mayoritaria en Iberoamérica.
En este sentido, la Cumbre por la Democracia que prepara la Casa Blanca de Biden para el año próximo quedó herida de muerte por el reconocimiento estadounidense a la imposibilidad de su democracia en Afganistán. Al justificar su retiro por la falta de colaboración afgana, el presidente Biden encontró los argumentos para que su llamado a la Cumbre por la Democracia tuviera siquiera una mínima viabilidad en países iberoamericanos con democracias nacionalistas, populista, autoritarias y socialistas definida vis a vis de la democracia de EU.
La política exterior de Estados Unidos basada en la seguridad nacional estadounidense y no en la democracia como forma de vida y de equilibrio social fue de nueva cuenta derrotada en un pequeño país de nivel educativo y cultural más local que internacionalizado y en el atrincheramiento de una parte de los pueblos en sus nacionalismos religiosos.
Estados Unidos pudo superar la derrota en Vietnam en 1973 con la presidencia expansionista ideológica de Ronald Reagan 1981-1989 y derrotó a la Unión Soviética en 1989-1991, aunque ahora la Rusia postsoviética colaboró con Afganistán con una severa derrota al imperialismo expansionista de la Casa Blanca.
La derrota estadounidense en Afganistán afectara los deseos de dominación imperial de Estados Unidos en Iberoamérica.