¡Otra vez España!

Mayté Noriega

El señor del palacio crea un conflicto internacional con un país al que, desde su llegada al poder, eligió como enemigo. No se sabe si debido a las influencias de alguien que dice saber historia y que está cerca de él, o por decisión personal, el presidente, de tanto en tanto, toma el estandarte del cura hidalgo y decide “ir a coger gachupines”.

Sin haber presentado jamás una evidencia, ni denuncia alguna, culpa a todos los empresarios españoles asentados en México de perpetrar los más atroces robos en contra de los mexicanos.

Les reclama también por la conquista, aunque él vive muy cómodamente en un palacio construido en 1522 para que en él habitara Hernán Cortés el conquistador de México. Otros de los personajes que han vivido en palacio nacional son Santa Anna y Porfirio Díaz, gobernantes muy cuestionados en la patria.

Como indica el manual del buen populista, que lo es, ni duda cabe, el señor del palacio vuelve a la carga cada día con el discurso de los despojos y los latrocinios no demostrados de los españoles que invierten en México y en México crean fuentes de empleo.

Ahora bien, si hay certeza sobre los latrocinios, ¿dónde están las denuncias?, ¿dónde los detenidos? ¿dónde la justicia?

Ofendido por la falta de respuesta a una carta enviada al rey de España para exigirle una disculpa por lo ocurrido hace 500 años, el señor del palacio busca nuevas formas de conflicto para distraer la atención por los más de 500 mil muertos por la pandemia, por los más de 100 mil asesinados y otros tantos desaparecidos, por la recesión económica, por el desastre en la educación, por la escasez de medicamentos, por la destrucción, sin sentido, del seguro popular.

Sí, hay que buscar distractores para olvidar las casas de Houston, los conflictos de interés, los actos delictivos de delfina, la entrega de billetes a sus familiares, los niños muertos de cáncer, los periodistas asesinados… Tantos agravios contra la sociedad empobrecida y despojada de todo bienestar, a la que hay que ofrecer uno o varios distractores.

Y así, a la pregunta de ¿dónde quedó la bolita? o ¿dónde están los corruptos? nadie puede contestar con certeza… Y entonces, el dueño del tinglado, con una enorme sonrisa en la boca, y las manos diestras, se apura a cobrar las apuestas.

El engaño se ha consumado.

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