Kiev, una escena de la guerrilla urbana

Redacción

Ya hay cuerpos tirados en la calle, cadáveres, charcos de sangre a tan sólo una cuadra del hotel de esta enviada, que queda a pocos metros de la orilla izquierda del río Dnipro, que atraviesa Kiev, ciudad cercada y aún bajo fuego, pero que resiste. Las calles siguen totalmente vacías, con todo el mundo escondido en los subsuelos. El silencio es el de los cementerios, roto ya no sólo por el ulular de las sirenas antiaéreas y las consecuentes explosiones —bombazos de la fuerza aérea rusa que rodea esta capital—, sino también por tiroteos.

Fiel reflejo de que fuerzas especiales rusas, y también chechenas según algunas versiones, ya se han infiltrado, hay escenas de guerrilla urbana en algunas partes de Kiev, donde ya nadie sabe quién es quién y donde la calle puede resultar una trampa mortal; por eso el toque de queda es absoluto.

Kiev parecía hundirse ayer cada vez más en el caos. Debido a un toque de queda absoluto decretado el sábado por el alcalde, por el cual quien es hallado por la calle es considerado “un infiltrado o un enemigo”, incluso los periodistas, era desaconsejable salir a ver sobre el terreno qué pasaba.

Pero igual fue posible tener un vívido vistazo del descontrol gracias a Jorge Said, colega chileno que poco antes del mediodía llegó al mismo hotel que el de esta enviada, casi por milagro. Said vivió una verdadera odisea para poder salir de la ciudad de Mariupol, en la región del Donbás, en el sureste, también bajo ataque ruso.

Al llegar a Kiev, narró, “se apagaron las luces del tren, que de repente avanzaba, luego se detenía, en medio de las explosiones. Nadie sabía si se podía entrar porque estaban bombardeando y el miedo era absoluto”, contó. En la estación central de Kiev, se encontró con una marea humana. Familias enteras, niños, mujeres y ancianos intentando subirse a algún tren con destino a Polonia.

Lo peor fue cuando Said, de la estación, quiso trasladarse hasta el hotel del barrio de Podina. No había taxis. “Y si había, pedían 200 dólares por 4 kilómetros”. Vassil, un miliciano, lo llevó gratis. “Al llegar cerca de acá, vimos bastantes cuerpos… Fue una visión horrorosa, ver la sangre que caía, cerca del puente”, contó. Dos veces los pararon personas que les preguntaron: “¿Dónde se entregan las armas? Queremos pelear por nuestro país”.

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