Cada vez que tiembla la tierra en México –y suele pasar con relativa frecuencia– la primera reacción es la de rezar, encomendar el alma a Dios y pedir al cielo que deje de enviar pruebas. La segunda reacción suele ser de ira, de enojo terrenal: todas las catástrofes naturales revelan las entrañas de la descomposición social, política y de gobierno en una sociedad.
El terremoto del pasado martes 19 de septiembre, treinta y dos años exactos del ocurrido el 19 de septiembre de 1985, tuvo causas naturales en un país cruzado por cadenas montañosas. Pero, como el primero, mostró lo peor de México: las consecuencias de la corrupción, la incompetencia de gobierno y el descuido del Estado, aunque también lo muy bueno: la solidaridad social de millones de ciudadanos anónimos que salieron a remover escombros.
El gran reclamo social fue más que evidente: qué hizo México como país, como gobierno, como sociedad a partir de 1985; parece que nada: la ira de la naturaleza, reclamarle a Dios por pruebas tan crueles y tratar de olvidar. El terremoto del martes 19 de este año vimos a gobierno, sociedad y pueblo sin haber aprendido de sus propias tragedias.
¿A quién reclamarle? A Dios, no, claro, porque los caminos de Dios son inescrutables. A los demás sí, claro que sí: al Estado como institución, al gobierno federal, a los gobiernos estatales, a los gobiernos municipales, a los partidos políticos, a los legisladores, a los empresarios constructores, a la corrupción de los gobiernos estatales por permitir nuevas construcciones o por no supervisar las afectadas.
Los responsables están a la vista: PRI, PAN, PRD y ahora Morena. La capital de la república, Ciudad de México, Distrito Federal, Valle de México ha sido un botín político… de la izquierda y un olvido del PRI y de la derecha del PAN.
La historia política de Ciudad de México refiere indicios de responsabilidades:
El terremoto de 1985 provocó mayores daños que el del pasado martes 19. Ante la solidaridad del pueblo por la falta de presencia gubernamental, el estratega político del gobierno del presidente Miguel de la Madrid, el politólogo Manuel Camacho Solís, escribió un artículo para explicar el modelo de atención del Estado: atender afectados, organizar al gobierno y sobre todo quitarle la iniciativa al pueblo.
Para ello formó muchas comisiones entre ellas una: la de reconstrucción de la zona afectada. Y ahí, puede decirse, nació el poder político-social de la izquierda que después sería perredista. Camacho trabajo con dos personajes que controlaban grupos sociales afectados –René Bejarano y Dolores Padierna, los dos después en el PRD y ahora en Morena– y le entregó el reparto de viviendas. En 1985 aún el PRI controlaba la capital. Y la entrega de viviendas desactivó la protesta social.
Como candidato de coalición en 1988, Cuauhtémoc Cárdenas tomó el control político del entonces DF en 1988. En 1989 ese grupo se convirtió en PRD, y desde entonces controla mayoritariamente la capital de la república: jefe de gobierno, jefes municipales –delegaciones políticas–, diputados locales y senadores desde 1997. La reforma política de 1996 le otorgó autonomía casi de entidad federativa al DF y alejó el gobierno de la ciudad de controles federales.
Desde 1985 la izquierda ha dominado Ciudad de México, para bien o para mal. Por ello es que la política inmobiliaria, de supervisión de construcciones, de otorgamiento de permisos y la oficina de protección civil ha estado manejada por perredistas. Y lo menos que se puede decir es que el PRD en Ciudad de México tiene el gobierno pero no sabe gobernar para la sociedad. El dato más revelador ha salido ahora con el terremoto: edificios que se construyeron, se ampliaron y funcionaron con permisos oficiales pero sin contar con las normas de seguridad.
El caso simbólico del Colegio Enrique Rébsamen ilustra la dimensión del conflicto: autoridades delegacionales –municipales– descuidaron la supervisión y los dueños construyeron viviendas sobre la nave de salones; y hoy se supo que carecía de estructura de sostenimiento del peso adicional. Por eso se derrumbó estrepitosamente. El jefe político de la zona es hoy –desde 2015– la precandidata de Morena de López Obrador a la jefatura de gobierno de Ciudad de México, Claudia Sheinbaum. Y el jefe político de la zona centro donde hubo muchos edificios derrumbados por falta de control, Ricardo Monreal Ávila, milita en Morena y quiere ser candidato a jefe de gobierno de Ciudad de México.
Y el actual jefe de gobierno de Ciudad de México, Miguel Ángel Mancera, en el cargo desde diciembre de 2012 como candidato del PRD, dijo que aplazará unos días su anunció de que renunciará al cargo para presentarse como candidato a la presidencia de la república. Y el jefe de gobierno capitalino 2000-2005 –otra época de auge inmobiliario sin control–, López Obrador, ya es candidato a presidente por su partido Morena.
Simbólicamente, la izquierda perredista y morenista quedó debajo de los escombros del terremoto del pasado martes 19 de septiembre. Pero poco les importa: en otro sistema las responsabilidades gubernamentales y políticas hubieran llevado a frustraciones de candidaturas electorales, pero en México podremos ver a responsables del daño social del terremoto en nuevos cargos de poder.
Sí, está bien, en oraciones hay que reclamarle a Dios la furia de la naturaleza. Pero la exigencia más fuerte debería ser contra los funcionarios responsables de haber previsto tragedias en una zona sísmica que en 1985 derrumbó parte de la ciudad. Los políticos apuestan, lamentablemente, a la falta de memoria social.