La declaración del presidente de los Estados Unidos de América, Donald Trump sobre la reciente matanza en Texas, en la cual un asesino masivo acribilló a un grupo de fieles en una iglesia y mató a casi una treintena de ellos en un pueblo diminuto, resulta tan preocupante como el hecho mismo cuya repetición, con estas actitudes públicas, está garantizada.
“(La Crónica).- Tenemos un montón de problemas de salud mental en nuestro país, pero no es una situación imputable a las armas”, declaró desde Tokio (anteayer), al ser interrogado sobre las medidas que deberían ser adoptadas para evitar este tipo de tragedia, convertida ya en una epidemia, en este caso con 26 muertos, una decena de ellos menores de edad… hay que abordar de manera seria” es el tema de la “salud mental”.
“¿Quién podría pensar? Ha ido un ataque espeluznante en una iglesia de una zona preciosa; qué triste, quién podría pensar que algo así podría pasar”.
Sin embargo no basta el reconocimiento de gobernar un país habitado por dementes (si esto fuera falso él mismo no estaría en la Oficina Oval), cuando el armamentismo es visto, defectuosamente, como la solución al armamentismo. Y asesinar es la solución del asesinato.
En la lógica absurda de Donald Trump el problema se resolvió cuando Johnnie Lagendorff –un vecino convertido en vengador espontáneo– persiguió al asesino de la iglesia (Devin Kelley) y lo mató a tiros. O lo orilló al suicidio, como dicen las versiones oficiales por oficiales increíbles.
El argumento es sencillo y torpe:
–Las armas hacen mal si están en malas manos. En buenas manos los fusiles y pistolas ayudan al restablecimiento de la justicia y el orden. Si el asesino no se hubiera topado con un vecino armado (o dos) quien lo persiguió hasta la muerte, podría haber matado a más personas.
El verbo matar siempre está presente. Matar y matar.
Esta fue la segunda abominable declaración de Trump, ya en su llegada a Corea del Sur:
“Si ese hombre no hubiera tenido un arma y no le hubiera disparado (al tirador), las víctimas podrían haber sido cientos”, dijo Trump en referencia al residente de Sutherland Springs (Texas) que, armado con su propio fusil, se enfrentó al hombre que abrió fuego en una iglesia matando a 26 personas, tras lo que se quitó la vida.
“El actual inquilino de la Casa Blanca zanjó así las preguntas sobre una modificación de la ley a raíz de la peor matanza de la historia de Texas, en una rueda de prensa en Seúl, donde afirmó que “el estado con más controles de armas es Chicago y es un desastre”.
“Trump, que realiza una visita oficial a Corea del Sur, ofreció una rueda de prensa junto a su homólogo, Moon Jae-in, en la que volvió a defender su postura con respecto a las armas.
“El mandatario estadounidense ya afirmó el día anterior en Tokio que el tiroteo se debió a “un problema de salud mental de alto nivel” y no de armas, unas declaraciones que generaron gran polémica.
“Un total de 26 personas murieron y una veintena resultaron heridos el domingo cuando asistían a un servicio dominical en un templo baptista de la localidad de Sutherland Springs por los disparos que un hombre hizo en su interior con un rifle semiautomático.
“La matanza fue perpetrada por Devin Kelley, un exsoldado de 26 años que fue expulsado de la Fuerza Aérea por mala conducta y que se suicidó tras ser disparado por un (dos) vecino (s), Stephen Willeford (y Johnnie Langendorff).
“Pero la locura no termina ahí. Como si esto fuera un guion de película sangrienta hecho por Tarantino, aparece otro de los ingredientes del pensamiento americano. El hipócrita pensamiento americano, deberíamos decir:
“Algunos de los habitantes de Sutherland Springs, localidad de fuerte raigambre evangelista a 50 kilómetros de San Antonio, vieron en la tragedia la mano del diablo.
“Charlie Young, ex policía de 71 años, aseguraba lo siguiente en declaraciones recogidas por el diario El País: “Esto es cosa del diablo. Él sabe que cada vez falta menos para el día de la llegada de Jesús y está aprovechando el tiempo que le queda. Y está haciendo bien su trabajo”.
“En cuanto a la polémica sobre la epidemia de armas en el país, otro veterano residente repitió el mantra de los defensores de las armas:
“Ellas no matan. Matan las personas”.
Y mientras la violencia en Estados Unidos nos horroriza (la cantidad de armas en ese país supera al número de habitantes), los mexicanos no podemos poner orden ni siquiera en las prisiones en las cuales también se trafica con pistolas, drogas, prostitutas y demás y se entrega a los delincuentes el control de las prisiones, porque el gobierno ignora (a pesar de saberlo) cómo resolver el problema.
Dejarlo así le permite mucho dinero a quienes de este caos se benefician. Delincuentes y burócratas, en este caso sinónimos.