Era Mugabe en Zimbabue llega a su fin

El presidente Robert Mugabe parecía intocable al aplastar o marginar disidentes durante casi cuatro décadas en el gobierno. Astuto e implacable, conservó el poder a pesar del envejecimiento, la oposición creciente, las sanciones internacionales y la disolución de la economía de una nación otrora próspera. Ahora, el brusco final de la era Mugabe parece precipitar al país a territorio desconocido.

Mugabe, que a sus 93 años es el jefe de estado más anciano del mundo, ha sido confinado a su domicilio por las fuerzas armadas. Fue el hecho más espectacular en una batalla fraccional dentro del partido gobernante ZANU-PF en la cual la primera dama Grace Mugabe, con ayuda de su esposo, buscaba asumir la presidencia en una sucesión dinástica.

Aunque los generales le permitan conservar su puesto, probablemente será una figura decorativa de transición, ya no la autoridad indiscutible en este país del sur de África.

Es el final humillante de la carrera de un hombre que aplastó o marginó la disidencia desde que condujo a Zimbabue a la independencia y puso fin al régimen de minoría blanca en 1980.

Político habilísimo, Mugabe superó los cuestionamientos a su conducción desde el interior del ZANU-PF durante la guerra contra el régimen rhodesiano.

Después de la independencia, desplazó implacablemente a su rival Joshua Nkomo, aislándolo y enviando al ejército a su baluarte de Matabeleland en el sur del país. Se atribuye al ejército desenfrenado la muerte de 10 mil a 20 mil personas entre 1983 y 1987, una de las manchas más negras del régimen de Mugabe.

Al tiempo que crecían las denuncias de violaciones de los derechos humanos y el deterioro de la economía, Mugabe se presentaba como una voz de orgullo y rebeldía en el África moderna, un mensaje que repercutía en los países donde los movimientos de liberación se aferraban al poder durante décadas tras el fin del colonialismo occidental.

“Ellos dicen que dieron el cristianismo a África”, dijo Mugabe durante una visita a Sudáfrica en 2015. “Nosotros decimos: ‘Vinimos, vimos y fuimos conquistados'”.

Activo, impecablemente trajeado, Mugabe mantenía una agenda ajetreada de actos de gobierno y viajes internacionales a pesar de su edad, pero el despido del vicepresidente Emmerson Mnangagwa semanas atrás, en un aparente intento de allanar el camino para la sucesión de Grace Mugabe, parece haber sido un grave error de cálculo.

Mnangagwa tenía el respaldo de gran parte del ejército. Después de su destitución, el comandante del ejército criticó la inestabilidad en el partido gobernante y dijo que los “contrarrevolucionarios” planeaban su destrucción.

Un país antes tan prometedor se encuentra lastrado por instituciones débiles, industrias derrumbadas, una oposición dividida y unas fuerzas armadas que al lanzar sus tanques y soldados a las calles ponen en duda sus promesas de defender la democracia. En su aparente respaldo a la fracción de Mnangagwa, los militares ocupan una posición política de la cual difícilmente se retirarán antes de las elecciones previstas para 2018.

El partido gobernante tiene previsto un congreso crucial en diciembre, en el cual se anticipaba la elección de Grace Mugabe como vicepresidenta tras la destitución de Mnangagwa. Ese evento, si se realiza, podría ser la oportunidad para que Mnangagwa y sus aliados consoliden su autoridad en el partido.

Si Mnangagwa pasa a encabezar la transición política, tendrá que enfrentar su propio pasado, al estar implicado en la masacre de miles de opositores en la década de 1980 por una brigada entrenada en Corea del Norte.

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