Trump: un año y no se ha despeinado

Este sábado 20 de enero el presidente Donald Trump cumplirá un año en el cargo. Han sido 365 días vividos con intensidad, hora a hora, con todo el establishment en contra, repudiado en el mundo y con una lista interminable de yerros, tropiezos, escándalos y traiciones…, y sigue como si nada. En México hay una frase popular: las acusaciones, “le hacen lo que el viento a Juárez”, refiriéndose a una estatua de bronce de Juárez a la que el viento no le hace absolutamente nada.

            Lo que los propios estadunidenses no se han percatado es que el problema no es Trump; más bien: Trump es la expresión de un problema social en los EE.UU. A más de un año de distancia, nadie ha podido explicar, con razonamientos, por qué Trump ganó la presidencia con el voto de los colegios electorales y la perdió en voto popular. El pueblo le dio la victoria a Hillary, pero las estructuras de poder de los colegios electorales le entregaron el poder.

Y la pregunta es pertinente porque hoy son las estructuras del establishment las que quiere derrocar a Trump. De hacer caso a las encuestas, el libro Fuego y furia, con todo y las develaciones que volvieron a poner en el tapete de debates la estabilidad intelectual del presidente, no movió ni un milímetro la aprobación de Trump. Lo peor de todo es que hasta ahora no hay ningún indicio de que Trump pudiera ser enjuiciado y destituido. Sólo la investigación de la injerencia rusa podría tambalearlo, pero la investigación va para mucho más tiempo.

Lo que podría explicar un poco –no todo– del fenómeno político llamado Donald Trump es el hecho de que el magnate representa la psicología del estadunidense medio, con sus pasiones, resentimientos y racismos. No debe olvidarse que el imperio estadunidense se dio sobre dos conquistas sangrientas: la matanza de 10 millones de indios y la ocupación de la mitad del territorio mexicano. Y que el dominio imperial estadunidense sobre el mundo se ha hecho a base de explotación, dominio militar y capitalismo salvaje. Esta construcción imperial ocurrió lo mismo con el carismático Kennedy –inicio la guerra de Vietnam, quiso invadir Cuba– que con el ídolo estadunidense Barack Obama. El imperio ha sido… un imperio; es decir, una estructura de dominio, exacción y fuerza militar.

Obama fue el primer presidente afroamericano de los EE.UU. no para revertir la historia, sino más bien para encontrar una coartada: luego de ocho años de gobierno de Obama, el racismo, la pobreza y la ocupación de otros países aumentó. Trump es el primer presidente no-político de los EE.UU. y el enfoque geopolítico y de seguridad nacional es el mismo de siempre. Al final de cuentas, Obama y Trump han salido del mismo venero histórico de una sociedad que nació para avasallar al mundo.

Lo que hay que analizar en el primer año de Trump es la situación sociológica de los EE.UU. Las expresiones estridentes de protestas han sido consecuencia de algunas decisiones de Trump: expulsión de migrantes, restricciones a la comunidad musulmana, organizaciones feministas. Sin embargo, Trump sacó con éxito y con pocas objeciones su reforma fiscal, sin duda la de mayor importante para el vapuleado capitalismo.

Hay un dato que los grupos anti Trump han sabido explicar: a Trump lo acusan de expresiones misóginas, violentas y de desprecio hacia las mujeres, pero esos mismos grupos siguen mirando hacia otro lado cuando de juzgar los acosos sexuales, las violaciones y el abuso sexual de Bill Clinton. Ahora mismo la comunidad artística sigue cimbrada por el escáldalo del cineasta Harvey Weinstein, pero se olvidan que durante tiempo fue el ídolo mimado del progresismo estadunidense: ahí está la foto sonriente con Oprah Winfrey, “she knows (ella sabía)”. Y la larga lista de actores masculinos progresistas que han sido revelados como agresores sexuales.

El otro dato importante ha sido soslayado por la crítica liberal, más agobiada con las acusaciones estridentes que con la investigación: el estadunidense medio anti Estado salió de sus condados porque fue seducido por el discurso anti burocracia de Trump. Y los datos indican que no han regresado a sus espacios de aislamiento. El único que ha entendido el valor político y electoral de este segmento social ha sido el ultraderechista Steve Bannon, y por eso sus quejas y diatribas contra Trump por el abandono del discurso racial puritano. Bannon salió primero de la Casa Blanca, se refugió en el sitio noticioso conservador Breitbart, acaba de ser echado de ahí por sus filtraciones al libro Furia y fuego y sigue construyendo una estrategia para apoderarse del Partido Republicano y regresarlo a su pasado ultraderechista interno. Ya hay datos de que Bannon ha reconstruido su comunicación con Trump.

Las críticas, las burlas, los medios liberales en contra nada han hecho a Trump por la ley de la física: todo lo que resiste, apoya. Y con Trump también como maniobra de distracción, en los EE.UU. se ha ido fortaleciendo un movimiento ultraconservador, racial y puritano que va por la reelección presidencial en el 2020, mientras los demócratas carecen de liderazgo y siguen apoyando a la desprestigiada Hillary Clinton y se han aferrado a Oprah como a un clavo ardiente. Ahí sigue ganando Trump: la incapacidad progresista para construir un frente de respuesta a Trump y para encontrar un liderazgo moral.

Trump ya cruzó la barrera del primer año y sigue en el poder. Para vencer a Trump primero hay que explicarlo. Pero nadie quiere hacerlo.

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