La rebelión chiapaneca en el Partido Verde, un aliado cuya condición se ha vuelto particularmente incómoda para el precandidato Meade, ahora ya tiene una nueva expresión: los diputados de San Lázaro se inconforman por el método —o la real carencia de éste— para seleccionar a los futuros beneficiarios de la militancia.
En esas condiciones la incomodidad crónica de los aspirantes (pocos son los llamados y muchos quienes se creen con derechos), se agrava frente a las características de extranjería del candidato José Antonio y hasta del presidente del partido, quien a pesar de una credencial tan falsa como su sentido del humor, quiso hacerle creer a los párvulos (nadie sino ellos le podrían creer), una añeja militancia de la cual había renegado ante los consejeros del instituto electoral.
Como sea, José Antonio Meade tiene dos frentes por conquistar: uno interno y otro fuera del partido. Y lo extraño, el primero era más fácil hace algunas semanas y el segundo se dificulta si no se logra el apoyo decidido de “la militancia”, cuyos derechos parecen haber sido ignorados y ante lo cual no todos tienen la docilidad como respuesta.
Esas inconformidades, justo es decirlo, no son privativas del Revolucionario Institucional; se dan en todas partes, especialmente en Acción Nacional, en el que uno de sus más inteligentes senadores acaba de tirar el arpa con un gesto entre la displicencia y el desperdicio, porque la manera como se ha ido Roberto Gil quizá sea provechosa para alguien, menos para él.
Pero en el PRI las cosas se han complicado. El equipo cercano no puede desarrollar un rostro propio, si no se es priista, ni se ofrece otra identidad, otra ideología, otro contenido; si no se tiene un mensaje claro para comunicar y convencer al electorado; si la simple condición de ciudadano no alcanza para conmover a nadie, ni la trayectoria del servicio público se convierte en atractivo personal; si no hay un deslinde –sin llegar a la ruptura– con el gobierno y sus males. Si, en fin, no hay ninguna mercancía en el aparador, la tienda no vende. Y si no vende, quiebra.
Por otra parte los demás candidatos aprovechan toda coyuntura para golpear al gobierno, lo cual por efecto de bola de billar, termina golpeando al candidato oficial y a su partido.
Hace unos días, cuando el poder tras los cortinajes de Morena le fue adjudicado a sus hijos, Andrés Manuel montó en cólera y acusó esas revelaciones (fue una columna de Riva Palacio), como producto de las filtraciones del Cisen, perversa institución cuya muerte, como muchas otras, anunció para cuando él llegue a la silla presidencial.
Ahora, en seguimiento e imitación de los pasos de López (como la novela de Ibargüengoitia), Ricardo Anaya se queja del seguimiento de un rústico agente del CISEN, cuyos veintitantos años de servicio en una agencia estatal de inteligencia, no le han dado ni para adquirir un adarme de ella, sino para ser sorprendido en una misión tan simple, fácil hasta para un repartidor de pizzas.
El video de Anaya con el descubrimiento del espía visible, es hilarante. Tanto como la seriedad con la cual el precandidato frentista confronta al agente, a quien increpa por seguirlo.
—¿Me puede dar su nombre?
Sólo faltó (como en la novela de Ibargüengoitia) identificarse como Periñón. Lo demás es tan involuntariamente jocoso como una ópera bufa si la quisiéramos tomar en serio.
Las cosas en este momento están así. La candidatura de López se mantiene arriba; la de Meade no sube y la de Anaya tampoco.
—¿Cómo podrán remontar quienes están abajo y sostenerse quien está arriba?
En el último caso, haciendo lo mismo. Jugando como el gato y el ratón con la realidad política y los adversarios. Y éstos, hurgando por nuevas estrategias, para lo cual van a necesitar nuevas ideas y nuevas personas cuyo cerebro les aporte esas novedades.
Si se quedan (especialmente el PRI), con los mismos, cosecharán lo mismo.
Ya lo sabemos: no se logran resultados distintos con los mismos procedimientos. Eso lo sabía hasta Albert Einstein.
PLACAS
La idea del gobierno de la Ciudad, respaldada por el libro de los escritores Héctor de Mauleón y Rafael Pérez Gay sobre los 200 sitios imprescindibles de la capital, no es nueva ni original, pero es altamente educativa. Estimula el aprecio por la historia urbana en una ciudad tan desolada y en vías de pérdida de identidad.
Ya muchas viejas casas de la ciudad tienen los nombres de quienes en ellas moraron en tiempos idos, y la actualización de ese viacrucis festivo de los sitios maravillosos o significativos de la ciudad se aprecia como interesante.
Eduardo Matos, cuando halló el cogollo de nuestra historia antigua y le quitó la tierra de los siglos al Templo Mayor, sugirió una idea similar con los hallazgos arqueológicos. Hoy esa sugerencia se extiende a otros puntos de interés.
Otras ciudades hacen lo mismo: París, por ejemplo, está llena de placas en memoria de los resistentes quienes perdieron la vida combatiendo a los alemanes en la II Guerra Mundial.