Quizás el juicio de Margarita Zavala de Calderón no tenga el mérito de la objetividad. Ni siquiera el de la originalidad, pero en un tuit reciente la señora aspirante (“aspirante” dirán las pedantescas de la igualdad gramatical), ella presenta la misma pregunta en la cabeza de muchos: ¿Y cómo le hace un hombre de 30 años (de entonces) para hacerse súbitamente de una pequeña fortuna de casi 60 millones de pesos?
México, y eso no es un descubrimiento, es un país pobre. Muy pobre cuando más de la mitad de sus habitantes apenas sobrevive en los límites de la desnutrición y la falta de casi todo. Comparado con los esclavos del salario mínimo, así sea de a doble diario, Anaya es un Creso.
Pero la doble moralidad de sus defensores, insiste en compararlo, con los Duarte o con otros pillos de similares dimensiones, lo cual nos coloca a todos en la triste condición de siempre, ya casi una tradición: justificar algo por la simple comparación no con lo mejor, sino con lo peor.
Por esa tradición mexicana de vivir siempre comparándolo todo y mereciéndolo todo por el espejo de los demás, nos ha llevado en esta competencia electoral, cuyo desaseo ya raya en lo obsceno a buscar —como nunca— al menos corrupto, en lugar de al justo y honesto.
La honorabilidad dejó de ser un concepto inmanente para convertirse en resultado relativo en una competencia de méritos en descenso. Y la lucha contra la corrupción, con la profundidad casi mística de un cruzado, en un recurso mercadológico, en un producto ajeno al estante de los otros, en una especie de exhibición de los males ajenos, no en una convicción real.
Por eso la vida personal de Anaya —dicen sus exhibidores— choca contra su discurso. Su costoso tren de vida, su creencia en las cualidades del sistema de educación y por tanto de transmisión de valores como los estadunidenses, a cuyas escuelas y ciudades ha llevado a sus hijos (quienes son ahora elementos decorativos en la propaganda política de cada semana), choca contra sus declaradas convicciones nacionalistas y su profundo y verbal amor por este país.
Obviamente eso no es delito, pero muchas cosas en la vida son indebidas aun cuando no pasen por el Código Penal.
La hipocresía, el doblez, la traición a la palabra, el aprovechamiento aleve, la zancadilla y en general todo cuanto en la vida se necesita para avanzar en política, no hacen de nadie un delincuente, pero sí lo hacen una persona poco fiable, con la cual uno no querría hacer negocios. Y en eso, cada quien escoge a sus amigos, a sus enemigos y a sus gobernantes.
A los amigos se les da la mano; a los enemigos, la confianza (de tenerlos lejos) y a los gobernantes el voto. Cada quien sabrá cuando llegue la hora de las urnas.
Por eso estamos viendo los primeros episodios de estas batallas, los cuales me atrevo a calificar apenas de rounds de sombra. Esto es apenas el calentamiento de la guerra. Y me rehúso a llamarla “guerra sucia”, como dicen los chillones.
No hay guerras limpias. Toda guerra está manchada de sangre. Y cuando se trata de metáforas —como éstas— de lodo.
De mugre y a veces de mierda.
Y si en la guerra en el amor, sobre todo el mal amor, todo se vale, en estos episodios de lucha sin carne por el poder sin pudor, sería muy deseable ver contendientes menos llorones, cuya queja siempre es la misma: me atacan, me quieren frenar, utilizan todos los recursos posibles, sin reparar en cómo todos usan los recursos a la mano, los propios y los prestados.
Unos mueven a la Auditoría Superior y otros empujan al SAT, unos quieren sorprender a la PGR y otros sabotean el Congreso para distraer con fiscales “que sirvan” (o que les sirvan). Cada quien sus armas, cada quien su lucha, cada quien su victoria o su derrota.
Pero, por favor: sin chillidos.
AUTONOMÍA QUE SIRVA
“(R).- El Ombudsman Luis Raúl González Pérez (exabogado General de la UNAM) recomendó no usar la autonomía universitaria como pretexto para que autoridades federales y estatales no atiendan el problema de narcomenudeo en la UNAM.
“(La Procuraduría General de la República y a la Procuraduría Capitalina) deben establecer una estrategia inteligente para ver en dónde está el crimen organizado y a dónde van a surtirse (de la droga) que después llevan a los chavos”, señaló ayer.
“Esta labor, dijo el exabogado general de la máxima casa de estudios, es totalmente compatible con la autonomía universitaria.
“Autonomía no es aislamiento; autonomía no es impunidad; autonomía no es una barrera para que las autoridades competentes puedan perseguir el delito y prevenirlo; autonomía se refiere a precisamente la capacidad que tiene la Universidad para darse sus planes y programas de estudios”, explicó.
Pues sí, pero no, como dijo aquella.