En 1985 los ensayistas Octavio Paz y Gabriel Zaid publicaron en la revista Vuelta sendos ensayos: el primero sobre la “Hora Cumplida” del PRI 1929-1985 y el segundo sobre los “Escenarios sobre el fin del PRI”. Un año antes el historiador Enrique Krauze, en la misma revista, había difundido su ensayo “Por una democracia sin adjetivos”. Los tres –de pensamiento liberal– eran los únicos que señalaban la necesidad de transitar política y electoralmente hacia un nuevo sistema político/régimen de gobierno/Estado constitucional no-priísta.
El México de 1985 mostraba perfiles diferentes al México de dominación absolutista del PRI: una élite tecnocrática había sustituido a la vieja dirigencia política, el modelo de desarrollo estatista se había colapsado, los rezagos de pobreza mostraban al mundo a un México herido por la desigualdad social, la apertura comercial había comenzaba a revelar al verdadero México y, sobre todo, el PRI estaba perdiendo espacios electorales.
Era paradójico que el México que estalló una revolución en 1910 al grito de democracia hubiera tenido un régimen autoritario de bienestar social. Y ahí se localizaba justamente la clave: los mexicanos a lo largo de su vida independiente han preferido el bienestar a la democracia. El PRI comenzó a perder legitimidad electoral y consenso político no por la corrupción ni la ineficacia gubernamental, sino por la incapacidad del modelo de desarrollo de atener las necesidades de la mayoría de los mexicanos. Las crisis económicas de los gobiernos de Echeverría y López Portillo comenzaron a disminuirle votos al PRI.
El mismo sistema/régimen había entendido la lógica social: cuando el Estado priísta no pudo aportarles bienestar a los mexicanos, fue abriendo las esclusas de la democracia. Y entonces se inició la pérdida de territorio político-electoral. El neoliberalismo de mercado de Salinas de Gortari (1988-1994), la crisis devaluatoria y de tasas de interés de Zedillo (1994-2000) y la pérdida de liderazgo de la relación simbiótica PRI-gobierno llevaron a la derrota del PRI en las elecciones presidenciales del 2000 y del 2006. La ineficacia del PAN durante doce años y el miedo al populismo de López Obrador regresaron la presidencia al PRI en el 2012.
Y aquí nos encontramos.
Los priístas se negaron a atender los planteamientos de Paz, Zaid y Krauze con el argumento de que la democracia implicaba terminar con el régimen de la Revolución Mexicana, a pesar de que ese régimen no existía más que en el discurso demagógico y en la estructura autoritaria de dominación ideológica. El PRI aguantó el giro a la derecha económica con el neoliberalismo del largo periodo 1983-2018, inclusive cuando los dos gobiernos panistas le entregaron el diseño y administración de la política económica a funcionarios del grupo salinista.
Toda esta larga introducción lleva a la siguiente afirmación: la derrota del PRI en las elecciones del próximo primero de julio y la tendencia electoral en encuestas de Andrés Manuel López Obrador adelantan el fin del sistema político priísta, la pieza fundamental del triángulo del poder sistema/régimen/Estado. Lo malo, sin embargo, es que López Obrador creó su partido Morena, pero esta organización de bases lumpen carece de dominación nacional. Asimismo, López Obrador no querrá co-gobernar con el PRI, como lo hizo el PAN en 2000-2012.
El PRD y su desprendimiento Morena nacieron del grupo priísta comandado en 1987 por Cuauhtémoc Cárdenas, hijo del presidente Lázaro Cárdenas (1934-1940) que transformó en 1938 el Partido Nacional Revolucionario en Partido de la Revolución Mexicana y lo dotó de una estructura corporativa con las clases sociales productivas: obreros, campesinos y clases populares, con el ejército como cuarto pilar garante del dominio partidista. Luego de perder las elecciones de 1988 como candidato independiente, Cárdenas creó el PRD con dos activos: los comunistas del Partido Comunista Mexicano y los priístas poscardenistas. En el 2014 López Obrador, que se salió del PRI con Cárdenas, hizo su propio partido. Es decir, el PRD y Morena son hijos del PRI, de su ideología y de sus prácticas de poder.
Si gana López Obrador, Morena no podrá sustituir al PRI. La clave del dominio del PRI fue organizar en su seno a las clases del modo de producción y controlar dentro del partido la lucha de clases. El PRI fue esa caja negra del modelo de sistema político definido por David Easton en 1963. Al controlar la lucha de clases del modo de producción, el PRI asumió el dominio de la estabilidad política y social.
Las bases lumpen de Morena son las mismas enumeradas por Marx en el capítulo VII de El dieciocho brumario de Luis Bonaparte. Y al no ser clases productivas, no van a determinar la correlación de fuerzas sociales y políticas. Los conflictos de López Obrador con empresarios adelantan la inestabilidad de régimen en la próxima administración. Y la clase obrera fue lobotomizada por el PRI y perdió su potencial revolucionario o equilibrador de la lucha de clases. Sin el control de la lucha de clases, el gobierno de López Obrador estará acotado por la disputa productiva, y más cuando ha alentado un aumento artificial de bienestar sin atender los equilibrios macroeconómicos.
A pesar de tener mentalidad priísta y buscar que Morena suplante al PRI, López Obrador enterrará al sistema/régimen/Estado priísta sin tener un régimen de recambio porque en realidad carece de pensamiento político transicionista. Va a querer maneja al país como si fuera república priísta, pero sin que Morena pueda sustituir al PRI en el manejo de la estructura de poder derivada del modo de producción capitalista. Cárdenas pudo imponerse a los empresarios porque organizó a los obreros y los sacó a luchar a las calles.
Así que la victoria de López Obrador será el fin –ahora sí– del régimen priísta, pero sin tener un régimen de recambio.