El mensaje de José Luis Higuera defendiendo y respaldando la gestión de José Saturnino Cardozo resulta innecesario (como muchos de los que publica), además de estéril.
En Guadalajara no hay nada nuevo más allá de los cambios en el organigrama que, a ciencia cierta, no tendrán impacto alguno en el futuro cercano, al menos en lo deportivo.
La crisis de Chivas es seria, esa que inició 38 partidos atrás, mismos que ha jugado en Liga desde que se coronó campeón.
Sus números son contundentes: de esos 38 ha perdido 22 y ganado apenas 6. Esto representa un 15 por ciento de victorias por 60 de derrotas. ¡Terrorífico!
El reparto de culpas en el Guadalajara ha sido siempre desproporcionado, y señalar con la punta del dedo antes del análisis es una práctica común. Por ejemplo, dicen que fue un error haberle dado la gerencia deportiva y el primer equipo a Matías Almeyda, que debieron separar los cargos para que cada quien se ocupara de lo suyo, pero habría que revisar el larguísimo historial en el organigrama de Chivas para darnos cuenta que esto no es cierto; que independientemente de que exista un director o presidente deportivo, las decisiones tienen siempre el mismo filtro (cosa que no resultaría extraña ya que en cualquier corporativo las decisiones pasan por varias etapas de aprobación), pero cuando el filtro es siempre el mismo y el resultado no varía, entonces el cuestionamiento debe pasar por otro lado.
Por lo mismo decir que Cardozo tiene todo el respaldo resulta ridículo, más aún cuando apenas han transcurrido cuatro fechas. ¿Es responsable de lo que vive Chivas? ¡Claro! Pero todo en su justa dimensión.
Está claro que en el futbol mexicano ratificar es mala señal, y si las intenciones de Higuera son distintas, el mensaje no abona: más que paz, genera nerviosismo e incertidumbre.