REDACCIÓN
Por rebeldía o por hartazgo, Radiohead casi no toca Creep en sus conciertos. Pocas son las ocasiones en las que Thom Yorke cambia de opinión y es entonces cuando sucede el milagro.
Eso fue lo que ocurrió la noche del lunes 3 de octubre de 2016 en el Palacio de los Deportes. Fernando Grediaga era uno de los 18 mil testigos de lo inaudito. Pero detrás del gozo había algo que lo inquietaba. Eran las miradas indiscretas de un hombre alto de cabellos canos que estaba a escasos metros de él. Un hombre que, estaba seguro, había visto antes en algún lado.
No tardó mucho en percatarse que el fisgón era Alfonso Cuarón.
Comprobó que era el multipremiado director cuando vio por ahí también a Carlos Cuarón, con quien años antes había trabajado en el soundtrack de la película Rudo y Cursi. Desde hacía casi dos décadas que sus empleos en la industria disquera le habían otorgado el privilegio de tratar con artistas de todo tipo. “Órale, con que Carlos trajo a su hermano famoso”, pensó.
Cuando el concierto terminó, Fernando y Carlos se dieron la mano e intercambiaron algunas palabras sin trascendencia. Fue en ese momento cuando Fernando reparó nuevamente en los ojos de Alfonso, que lo examinaban como si fuera una especie única entre la multitud.
Finalmente, todos se presentaron entre todos y cada quién se fue a su casa.
“Qué raro mira Alfonso”, pensó otra vez.
Días después, Fernando recibió una llamada. Era Cuarón, el famoso.
—¿Alfonso? ¿Alfonso Cuarón?
—Hola, sí, soy hermano de Carlos. Quiero pedirte un favor.
—Dime.
—Te quiero castear.
—¿Cómo?
—Sí, sí, que hagas un casting para una película en la que estoy trabajando.
—Pero es que yo no soy actor, yo no sé ni qué es eso de castear.
—Ya sé, no importa, tú confía en mí, no te voy a quitar mucho tiempo. Es para un papel muy relevante, pero con poca presencia.
Fernando no supo qué más decir. Su inexperiencia frente a las cámaras era tan grande como su pánico escénico. Motivos tenía para temer a la actuación. De niño participó en una obra de teatro en el ITAM, en la que él era parte de un trío, pero ese trío era tan malo que el director mejor les pidió que recitaran el bolero en lugar de cantarlo. Ya en la adolescencia, un amigo de la universidad le pidió que lo ayudara en una práctica que le habían pedido en el Centro de Capacitación Cinematográfica. Se trataba de recrear una secuencia de Goodfellas en la que Fernando interpretaría a un mecánico que sólo debía decir: “no me mates”. El corto se hizo, pero tiempo después su amigo le confesó que su diálogo había sido patético: “el peor no me mates de la historia del cine”.
Pero Cuarón insistió tanto que Fernando acabó por aceptar la propuesta. Pidió ver el guion, pero el director se negó. “No puedo, confía en mí”. Eso fue lo último que escuchó antes de dirigirse al casting.
Una vez ahí, le tomaron fotografías, lo hicieron caminar y le pidieron que se peleara con una actriz, a quien debía decirle que se tenían que divorciar.
Lo hizo.
Y se fue a casa.
Y se rió con su esposa.
Y le llamaron semanas después.
—El papel es tuyo.
¿Pero por qué Cuarón, el ganador de dos Premios Oscar y director de Children of Men, había decidido contratar los servicios de Fernando Grediaga cuando tres años antes había pagado millones a Sandra Bullock y George Clooney para hacer Gravity?
Lo supo enseguida: su parecido con el padre de Alfonso Cuarón era espeluznante.
O al menos eso era lo que decía el cineasta. Después se enteró que lo que Cuarón quería era hacer una película sobre su infancia en la colonia Roma, con actores que se parecieran a su familia de verdad. Comprendió entonces el porqué de las miradas extrañas de Alfonso aquella noche en el Palacio de los Deportes.
“En realidad nunca creí que me pareciera tanto”, dice el recién estrenado actor en entrevista con El Financiero. Dice que estaba acostumbrado al mundo del espectáculo, pero siempre tras bambalinas: desde las juntas corporativas, las giras de prensa y las direcciones artísticas.
Fernando sabía cómo tratar a una estrella, pero no sabía ser una. La primera vez que llegó al set -confiesa- sintió que iba a quedarse petrificado de los nervios.
“Creí que me iban a correr. Incluso en algún momento le dije: ‘Alfonso, un pendejo como yo no le va a cagar el proyecto a alguien tan chingón como tú’”. Cuarón sólo rio; Roma ya había comenzado.
Durante el rodaje, Fernando tuvo que dividirse entre su trabajo como director artístico en Universal Music, su familia y la película.
“Cuando nos asignaron los camerinos, la verdad creí que se trataba de una cosa de bajo presupuesto. Un proyecto muy personal de Alfonso, nada comercial, alejado de Hollywood. Los camerinos eran compartidos. En realidad no eran camerinos: eran los cuartos de una casa contigua a donde se filmó la película. Yo compartí camerino con Marina y Yalitza estuvo en otro con los niños. Después me di cuenta de que todo era una estrategia de Cuarón para que conviviéramos como una familia de verdad. Teníamos que tratar con los niños haciendo travesuras y nos teníamos que formar para entrar al único baño que había”, dice este nieto de inmigrantes españoles e integrantes de logias masónicas.
Fernando asegura que nunca había visto un jefe tan exigente con su equipo. Describe a Cuarón como un hombre obsesivo por los detalles. Recuerda que la escena en la que el señor Antonio —su personaje— pisa las heces del perro se filmó casi 60 veces en dos días.
Sin embargo, dice, ese perfeccionismo jamás se tradujo en malos tratos hacia el elenco. “Fue increíble la cercanía emocional que se generó entre Alfonso y los niños”, cuenta. “Se tiraba al piso con ellos y les respondía todas sus preguntas: que qué se había sentido filmar Harry Potter o por qué no había dirigidoStar Wars”.
— Sí tuve chance, pero al final no me latió —les contestó.
En Roma nadie -ni siquiera Yalitza- tuvo un guion en sus manos. Cuarón sólo daba pistas escuetas a sus actores. “Tú eres médico, eres papá, tienes problemas en el trabajo y mañana abandonarás a tu familia”. “A ver, tú y Marina, vayan al cuarto. Generen algo, lo que sea. Peléense o algo sexual, lo que sea”. Esa clase de instrucciones recibió Fernando, quien ante la falta de diálogos recurrió a textos de Luis Spota, Carlos Monsiváis, Jorge Ibargüengoitia y Carlos Fuentes para documentarse “aunque sea un poquito” sobre la época.
Hoy Fernando recuerda todo aquello como una aventura fantástica. No comprende del todo cómo es que acabó siendo actor de Roma, cómo es que esa noche, en que Radiohead decidió tocar Creep, conoció a Cuarón.
Lo que sí supo es que ese 3 de octubre de 2016, Alfonso Cuarón tocó a la puerta del backstage de sus amigos británicos y les dijo: “qué gran concierto, porque no sólo los vi tocar: también salí con actor nuevo”.