Hace unos días la marea de la playa El Conchalito, en Baja California Sur, dejó al descubierto parte de un cráneo humano que antropólogos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) identificaron como prehispánico, de una antigüedad de entre 1100 d. C. a la época de contacto español y misional jesuita (1533 a 1768 años d.C.).
El INAH informó que el rescate lo realizó el antropólogo físico Alfonso Rosales-López, quien detalló que el cráneo fue avistado en la playa que se localiza frente a las instalaciones del Centro Interdisciplinario de Ciencias Marinas (CICIMAR-IPN), por científicos que realizaban estudios marinos.
Dicha zona pertenece a un sitio arqueológico conocido como El Conchalito, registrado por la arqueóloga Harumi Fujita en 1991, donde hasta el momento se han descubierto 61 entierros humanos pertenecientes a los antiguos californios, cuya práctica funeraria se distinguía por enterrar a los individuos dos veces: las llamadas dobles exequias.
Sobre el hallazgo, el antropólogo explicó que “se trata de un entierro humano compuesto por dos individuos adultos (uno femenino y el otro masculino) cuya edad al momento de la muerte era entre 20 y 25 años. Fueron sepultados de manera simultánea: el hombre abajo y la mujer arriba”.
Los cuerpos se depositaron dentro de una fosa no mayor de 50 centímetros de profundidad, boca abajo, con las piernas dobladas hacia atrás y los talones sobre la cadera. Habían sido amortajados con pieles y amarrados fuertemente con cordeles, de los cuales no quedó rastro. Sin embargo, la existencia de la mortaja se infirió por la posición “apretada” de ambos esqueletos.
Los esqueletos hallados tenían removida la cabeza de tal forma que los cráneos estaban en posición vertical.
Las dobles exequias, explicó Rosales-López, se realizaban de la siguiente forma: “al morir los sujetos se daba la primera exequia. Los cadáveres eran fuertemente amortajados en posición flexionada y sepultados en fosas poco profundas (entre 40 a 50 cm). Pasado un tiempo (entre 6 a 8 meses) se celebraba la segunda exequia: el cuerpo era destapado, como éste estaría en proceso de descomposición era frágil y con la ayuda posiblemente de pieles de animal procedían a modificar la anatomía corporal.
“Algunas veces solo movieron una parte anatómica y en otras ocasiones separaron partes enteras del cuerpo. Todo ello de forma manual y sin el uso de instrumentos líticos (de piedra), de hueso o concha. Con esta segunda exequia el fallecido dejaba de ‘sufrir’”.
De acuerdo con sus creencias, tras la segunda exequia, la existencia del individuo se fundía con el entorno que rodeaba al cuerpo. Eso revitalizaba la naturaleza, garantizando que la riqueza del entorno natural, siguiera disponible a sus descendientes, entre ellas las fuentes de alimento. En otras palabras, los inmóviles (difuntos) nutrían el hábitat.
Los 61 entierros que se han hallado en un área de kilómetro y medio coinciden con los mejores lugares para habitar dentro de la playa.