Voluntarios trabajan para conservar como legado didáctico los búnkeres, túneles, habitaciones y hasta saunas subterráneas construidos en la zona de pescadores de La Haya por holandeses esclavos bajo órdenes de los nazis.
“La guerra siempre deja sus huellas. Las generaciones futuras pueden aprender de estos restos históricos que la guerra no está siempre en un país lejano, que podemos tenerla aquí”, explicó hoy a Efe Deirdre Schoemaker, portavoz de la Fundación Europea de la Herencia del Muro Atlántico, en La Haya.
Esta red de fortificaciones fue construida por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial para defender la costa atlántica de los ataques de los aliados.
Algunos de estos búnkeres son utilizados ahora por los murciélagos y otros están abiertos al público gracias a instituciones locales, que exigen nuevas políticas al Gobierno para la protección de estos lugares como patrimonio nacional.
No existe una fundación nacional que se haga cargo de estas instalaciones, algunas de las cuales están en manos privadas.
Sólo hay pequeñas organizaciones que trabajan con voluntarios para el mantenimiento de búnkeres y túneles.
A pesar de las labores de mantenimiento y los cuidados de los voluntarios, el interior de estos túneles huele a humedad.
En las paredes, aún permanece pintada la simbología nazi, esvástica y águilas del Ejército de Alemania, así como instrucciones y anotaciones en alemán.
Además de las escaleras empinadas y los pasillos que forman un laberinto subterráneo, el trabajo forzoso de los holandeses permitió la construcción de baños y cientos de habitaciones en las que convivieron unos 3 mil 300 soldados alemanes.
La ciudad de La Haya estaba considerada por el dictador nazi, Adolf Hitler, como punto clave por su cercanía a Inglaterra y también uno de los más vulnerables por su apertura al mar.
Por ello, en 1942, las fuerzas nazis obligaron a los holandeses a construir las defensas del llamado Muro Atlántico, que en Holanda consistieron en 870 búnkeres y túneles, de diferentes tamaños, escondidos entre las dunas de Scheveningen, dijo la portavoz.
Este sistema de defensa del frente occidental se extiende más de 5 mil kilómetros, desde Noruega hasta casi la frontera con España, y muchos de sus restos aún permanecen intactos en la línea costera de Holanda y Bélgica.
En los últimos años, fueron localizadas unas 500 instalaciones subterráneas, de lo que los expertos definen como “la fortaleza nazi” oculta bajo la arena de Scheveningen, un pequeño pueblo de pescadores de La Haya.
El interés por estos búnkeres es cada vez mayor: hay quienes los desentierran, los limpian y los convierten en museos privados de la Segunda Guerra Mundial.
Uno de los más conocidos y visitados es el de Guido Blaauw, un empresario holandés que compró un búnker en la finca Clingendael de La Haya que fue el refugio subterráneo del nazi austríaco Arthur Seyss-Inquart.
“No sé cuántos quedan por descubrir. Hay cientos de búnkeres aún ocultos a lo largo de la costa, aunque algunos han desaparecido por movimientos de la tierra”, dijo Schoemaker.
Las fuerzas de Hitler invadieron Holanda en mayo 1940 y el país cayó en sus manos en tan solo cinco días.
Unos 135 mil holandeses tuvieron que abandonar sus casas en Scheveningen después de que los nazis declararon “área restringida” todo este pueblo de pescadores, donde levantaron sus fortificaciones.
La Haya fue liberada en mayo de 1945 y los residentes de la ciudad enterraron los búnkeres para pasar página y olvidarse de la guerra, hasta que en 2008 varias instituciones empezaron a intentar recuperarlos para la Historia.
“Los búnkeres representan la ocupación de nuestro país y la libertad que nos fue quitada. Muchas personas perdieron sus hogares debido al Muro Atlántico. Después de la guerra, nadie quería recordar el pasado y los búnkeres acabaron cubiertos de arena. Es momento de enfrentarse a la Historia”, añadió Schoemaker.