Todos conocemos aquella frase del teórico militar tantas veces citado como para no volverlo a nombrar (VK). La guerra es la política por otros medios.
Dicho de otra manera, cuando ya no se puede negociar, se recurre a las armas. La Guerra es el fin de la discusión. Y cuando la guerra acaba muchos de los vencidos ya no pueden discutir porque está muertos y los derrotados, así sea muy alto el precio, capitulan casi siempre sin condiciones, aun cuando deban negar el origen divino del Emperador, como los japoneses después de los estallidos atómicos.
Cuando la política fracasa entonces viene la guerra.
Sin embargo, fuera de los matices más violentos, la política es un ejercicio entre adversarios, rivales.
Muchos se resisten –como el presidente Peña en su V mensaje—a llamarlos enemigos. Pero en verdad son enemigos. Cuando no se practica la amistad, ni se busca la concordia, vienen el incordio y la enemistad. No se necesita llegar a la extrema condición de la violencia.
La palabra amistad es sumamente elástica. Su antagónica es mucho más clara. Los amigos pueden traicionar; los enemigos no.
Por eso más vale ser directos y sencillos, aunque se incurra en riesgos graves impropios para lo políticamente correcto, sobre todo cuando no se sabe sostener el amenazante discurso de la guerra.
Y una prueba de eso la tiene ahora el señor Ricardo Anaya quien ha llevado al extremo su aprovechamiento del cargo de jefe del Comité Ejecutivo Nacional del PAN, para lavarse la cara y desviar las revelaciones de una riqueza no explicada (nada más, dejémoslo en eso, sin explicación ni transparencia de origen) y un juego desleal hacia sus compañeros de partido a quienes les quiere arrebatar la candidatura presidencial.
Su declaración de guerra contra el PRI es, en parte, origen de esta accidentada fase legislativa de hoy. La negativa a soltar la presidencia de la mesa Directiva el día del inicio de las sesiones y aferrarse a ella como el avaro al pagaré, hasta el próximo día 5, no es sino una muestra de sabotaje. Nada iba a cambiar en estos días. Ni las posiciones ni las circunstancias reales.
Pero Anaya necesitaba una prueba de docilidad de sus compañeros diputados frente al boquetazo senatorial provocado por la presidencia de Ernesto Cordero a quien ahora sus correligionarios le llaman inamistosamente, traidor. Los amigos se pueden volver enemigos.
La Cámara de Diputados ha hecho uno más de sus ridículos históricos.
Ya no se trata de la aguerrida defensa (aguerrido viene de guerrero) frente a la caballada barzonista al galope entre pasillos y curules. Tampoco de una tendencia ideológica o un desacuerdo jurídico: ahora fue la rabieta por los constantes descalabros de una dirigencia azul a la cual se le mete el agua por todos los agujeros del casco y hasta la orilla de la borda, a babor y a estribor.
–¿Querías guerra?, le puede ahora decir Enrique Ochoa, presidente del PRI.
Por lo pronto los papeles se han cambiado: en San Lázaro el subsecretario Solís Acero sustituye al secretario Osorio Chong quien a su vez acude (acudía; dijo el otro) en el nombre del Presidente a entregar el Informe como ordena la Constitución.
Imposible no acordarse de aquel cartón de Abel Quezada en el cual un hombre mueve la cuerda de otro hombre más pequeño, quien a su vez (como juguetes de lata) gira la llave del siguiente y así, cada vez, uno le da cuerda a uno más chico.
Somos un país de representantes quienes actuamos en representación del vice, del delegado, del diputado, del encargado, del apoderado, etc., etc.
Y otra historia:
–Tienes que matar esa corrida.
–No, los toros no me gustan, están toreados, viejos, cornalones.
–La tienes que torear, te digo.
–¿Y por qué? preguntó el matador.
–Porque soy el apoderado y te lo digo yo, Ya la firmé.
–Pues tu eres el apoderado pero las cornadas me las llevo yo. No mato ni madres.
Y así el Presidente evita el coso de San Lázaro de cuya puerta echaron los facciosos a Vicente Fox. Y lo mismo hace Miguel Ángel Osorio y le dejan el encierro a Mauricio Farah, secretario de la Cámara, quien realiza el trámite administrativo, cuando no se puede hacer el acto político.
La personalización de la Constitución.
Donde dice, Presidente, leen Enrique Peña. Donde dice Presidente de la Mesa Directiva leen PRI. Donde dice Procurador General de la República, leen señor Cervantes.
Hasta en la guerra hay reglas.