Con impresoras gigantes, dos veinteañeros quieren cambiar el espacio

Tim Ellis y Jordan Noone tienen veintitantos… y se nota. Estos ingenieros aeroespaciales son enérgicos, optimistas y tan ambiciosos que no pueden evitar sonar un poco locos.

En una pequeña fábrica cerca del aeropuerto de Los Ángeles, Ellis y Noone han pasado los últimos dos años trabajando para construir un cohete usando solo impresoras 3D. Su empresa, Relativity Space, apunta a eliminar a los humanos de la fabricación, lo que hará que los cohetes sean más baratos y más rápidos de producir.

Lanzar un cohete cuesta en promedio arriba de 100 millones de dólares; Relativity señala que en cuatro años serán 10 millones. “Esta es la dirección correcta”, dice Ellis, el director ejecutivo. “La impresión 3D y la automatización de los cohetes son inevitables”.

Aunque un par de compañías tienen motores de cohetes completamente impresos en 3D y otras partes para hacerlos más duraderos (el metal fundido en una sola pieza es menos vulnerable al desgaste que piezas ensambladas), la impresión 3D tiende a ser más lenta y cara que la soldadura. Relativity decidió que la solución era construir sus propias impresoras.

Sus máquinas constan de brazos robóticos de más de cinco metros de largo con láseres que pueden fundir una corriente constante de aluminio en metal líquido para darle forma.

Ellis y Noone dicen que un puñado de brazos puede trabajar en conjunto para crear todo el cuerpo del cohete como una sola pieza, guiados por un software que monitorea su velocidad y la integridad del metal. Todavía no han hecho eso, pero ya han fabricado un tanque de combustible de dos metros de ancho por cuatro de alto en unos días y un motor en semana y media.

La compañía asegura que se podrá construir un cohete completo en un mes; en comparación, los procesos de fabricación más eficientes en la actualidad requieren cientos de personas trabajando durante meses.

Ellis y Noone se conocieron en la Universidad del Sur de California. Tras graduarse, Ellis se fue a trabajar a Blue Origin, la empresa de cohetes del CEO de Amazon, Jeff Bezos, y presionó con éxito para aumentar el uso de partes impresas en 3D. Noone trabajó en SpaceX, firma de cohetes del CEO de Tesla, Elon Musk, donde estuvo principalmente en el diseño de motores.

Los dos comenzaron a soñar con su compañía durante llamadas telefónicas nocturnas. “Reunimos estas hojas de cálculo para descubrir por qué los cohetes eran tan caros”, dice Noone. “El hecho es que del 80 al 90 por ciento del costo es mano de obra”.

Los brazos de la impresora vierten ocho pulgadas de metal líquido por segundo en una plataforma giratoria que parece una rueda de alfarero futurista.

En la parte posterior de la fábrica, están trabajando con aleaciones para que sus metales sean más adecuados para la impresión 3D. “El transbordador espacial tenía 2.5 millones de piezas móviles”, dice Ellis. “Creemos que SpaceX y Blue Origin lo han reducido a tal vez 100 mil piezas móviles por cohete. Queremos llegar a mil partes móviles, menos que un automóvil”.

La empresa es austera: con sólo 14 empleados y 10 millones de dólares en fondos del propietario de Dallas Mavericks, Mark Cuban, la firma de capital de riesgo Social Capital y la aceleradora Y Combinator.

En junio, hicieron una prueba exitosa de su motor impreso en una instalación de la NASA en Mississippi. Para mediados de 2020, la compañía planea imprimir un cohete de 27 metros de altura y 2 de ancho que puede transportar 900 kilos a órbita; los fundadores dicen que volará en 2021. Con ese tamaño y el precio de lanzamiento de 10 millones de dólares, podría llevar satélites corporativos pequeños por mucho menos de lo que cobran las agencias espaciales administradas por gobiernos.

Pero cuatro años son mucho tiempo. Blue Origin y SpaceX son administrados por multimillonarios con una habilidad especial para hacer que las cosas sean más baratas; en la última década, el equipo de Musk ha usado los avances en electrónica de consumo, software y fabricación para reducir los costos de lanzamiento a 60 millones de dólares, desde el rango de 100 a 300 millones de dólares. Ambas empresas también perfeccionan los cohetes reutilizables y pueden llevar más carga a la órbita en sus naves mucho más grandes.

Relativity Space tampoco será la primera startup de cohetes delgados en el mercado. Rocket Lab de Nueva Zelanda planea comenzar lanzamientos comerciales en meses, cobrando cinco millones de dólares por vuelo, y un puñado de otras nuevas empresas seguirán en los próximos dos años. Un exceso de cohetes podría mitigar el interés en el enfoque no convencional de Relativity Space. “Cualquier cosa así necesitará una demanda significativa para justificar los costos iniciales”, dice Tim Farrar, consultor satelital y de telecomunicaciones de la analista TMF Associates. “Incluso si esto puede hacerse técnicamente, no está nada claro cómo obtienen un retorno de la inversión”.

Ellis dice que la ventaja de su empresa frente otros fabricantes es que ha repensado fundamentalmente toda la fabricación. Cuban señala que está a bordo para los usos de sus megaimpresoras 3D incluso más allá de los cohetes. “Creo que su tecnología tiene una gran posibilidad de éxito”, escribió en un correo electrónico. “Funcionaría no sólo para el espacio sino también en otras aplicaciones”.

El futuro más audaz de las máquinas de Relativity podría tener lugar en Marte. Ellis dice que la compañía planea refinar sus impresoras para que sean lo suficientemente duraderas y adaptables para ayudar a crear los edificios de una eventual colonia espacial. “Si crees que ese tipo de futuro es inevitable, entonces necesitaremos una fabricación ligera, inteligente y automatizada para construir cosas en otro planeta”, dice. “Nuestra misión a largo plazo es imprimir el primer cohete en Marte”.

Noticias

Síguenos en redes