‘El Cuadro Invisible’. Leonora Carrington a través de Gabriel Weisz

REDACCIÓN

El ejercicio de memoria, recordar anécdotas, conversaciones y acciones, implica un riesgo emocional que, en ocasiones resulta difícil de librar, principalmente cuando a quien se evoca es a la madre. A eso se enfrentó Gabriel Weisz al escribir El Cuadro Invisible. Mi memoria de Leonora, libro en el que además de plasmar la voz, en primera persona, de Leonora Carrington, rememora su vida con ella.

Desde el principio, Gabriel Weisz veía con recelo involucrarse en este proyecto editorial —que forma parte de las actividades por el centenario del nacimiento de la artista surrealista—, pero accedió gracias al apoyo que le dieron su compañera Patricia y su hijo Daniel: “regresar a momentos que yo recordaba, era muy difícil”, explica en entrevista para El Financiero, “para mí, la muerte de Leonora fue muy difícil porque no solamente perdí a una amiga, sino también a una aliada en proyectos creativos distintos que hicimos ella y yo, que de alguna manera los cuento a lo largo de las memorias”.

El libro tomó forma durante algunas estancias que Gabriel realizó en San Diego, en donde encontró “un lugar medio aislado” para escribir la bitácora de recuerdos sobre su madre. “Tuve que hacer una combinación entre documentos que yo podía encontrar, algo de la correspondencia de Leonora, porque Leonora era tremendamente desordenada para eso y lo otro supongo que fue leer un poco en distintas fuentes —de aquellas que yo me podía asegurar que sí eran ciertas—, de lo que había sucedido y un poco otra vez, recordando lo que mi madre contaba”.

El Cuadro Invisible. Mis Memorias de Leonora, editado por Editorial Gráfica Borde, permite acercarnos a la intimidad de la artista surrealista, al de su proceso creativo e inquietudes intelectuales, su gusto —muy conocido— por los animales, el acercamiento al budismo tibetano, a la Cábala o a las enseñanzas de George Gurdjieff, maestro espiritual que desarrolló la doctrina llamada Cuarto Camino. “Ella tuvo primeramente un proceso de exploración con los grupos de Gurdjieff y ahí comenzó un poco la idea del trabajo interno”, comenta Gabriel y añade, “es decir, un trabajo que no tiene que ver precisamente con la pintura, con la actividad común, diurna que uno hace, sino que tiene que ver con algo muy enfocado en cómo puedo descubrir partes en mí mismo que yo quisiera entender mejor, que quisiera cambiar”.

Más adelante Leonora se acercó al entrenamiento zen “incluso conoció a una de las grandes figuras del budismo que era Teitaro Suzuki”, para posteriormente involucrarse en el budismo tibetano: “los budistas no eran una religión —comenta Gabriel Weisz—, entonces a ella le gustaba todo esto porque la alejaba mucho de toda su formación cristiana, con la cual estaba bastante peleada”.

Relatos de sus viajes en tren y barco con Leonora hacia Estados Unidos e Inglaterra, de sus caminatas por calles o parques de Nueva York, de sus largas conversaciones y reflexiones acompañadas con té, café o tequila, invaden gran parte del volumen escrito por Gabriel; sin olvidar el pasado inmigrante de su familia y las relaciones de amistad que se forjaron en suelo mexicano. El comedor, escribe Gabriel, se convirtió en el espacio para la convivencia y el intercambio de ideas: “no era la vida común y corriente, ni las amistades comunes que se podrían encontrar en otros lugares, supongo. Entonces en qué definía esto el ambiente, pues principalmente, en que eran refugiados o artistas o intelectuales que venían a la casa y que de pronto, considero, enriquecieron mi imaginario de una manera muy considerable”.

El libro, de igual manera, permite observar la formación, pensamiento y acciones de Gabriel. Como lo ocurrido hace 50 años, en 1968. En ese momento el cuarto oscuro de Emérico también era el taller en el que se fabricaba, con un mimeógrafo, propaganda antigubernamental. La situación se tornó compleja tras la denuncia que Elena Garro hizo contra Leonora; esto “no hubiera tenido ninguna consecuencia sino hubiera habido tanta propaganda en la casa… había esconder todo eso y luego irse lo más pronto del país”.

Además de diversas imágenes con las obras de Leonora, a lo largo del libro tenemos la oportunidad de acercarnos a documentos como una carta que Maureen Moorhead, madre de Leonora le escribió a su hija, a fragmentos de una entrevista que Leonora dio a la escritora británica Marina Warner, en 1987 y algunas cartas que la artista sostuvo con diversos personajes.

Más allá de las historias y anécdotas que Gabriel Weisz comparte, en El Cuadro Invisible. Mi Memoria de Leonora, nos da pistas para descifrar a la persona y el personaje que fue Leonora Carrington en sus palabras y en las de su querido Gaby: “Siempre he creído que el mundo que Leonora invocaba en su creación se estimulaba por sus investigaciones al interior de sí misma”.

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