El virus, los recursos, la epidemia

Todos vivimos con el virus en la boca.

La esferita roja con puntas, cuya microscópica condición nos revela nuestra todavía más pequeña estatura en el universo, nos pone a temblar.

Podemos desbaratar el átomo, acabar con la corrupción, o llegar a la Luna y a Marte con satélites de investigación, pero un virus diminuto estremece y espanta al planeta entero.

La epidemia no mata en cantidades masivas, pero nos arruina la tranquilidad. Dos o tres mil difuntos —hasta ahora—, en un planeta con más de siete mil quinientos millones de habitantes no es nada. Una gota negra en el océano del mundo. Pero…

No tememos el contagio de un virus, nos da miedo incubar una mutación desconocida cuya ignota potencia nos podría matar por miles o millones. Nada de eso ha ocurrido, excepto en el campo de la más fácil pandemia: el temor.

En el año 1947, en la primera mitad del siglo pasado, la revista Chemical and Engineering News, publicó este pequeño texto del cual George Stewart extrajo la idea para una de las mejores obras de ficción científica de su tiempo: La tierra perdura. El epígrafe dice:

“…Si hoy apareciera por mutación un nuevo virus mortal, nuestros rápidos transportes podrían llevarlo a los más alejados rincones de la tierra y morirían millones de seres humanos…”

Obviamente los rápidos transportes de entonces, ni eran tantos ni tan veloces como ahora. No obstante eran lo suficientemente funcionales (vuelos trasatlánticos y transpacíficos frecuentes), como para sustentar los temores del científico W.M. Stanley, cuya premonición es ahora tan acertada como en otros casos recientes (v.gr. H1N1, SARS). La pandemia no es el virus Corona o covid-19; no, la pandemia es el miedo.

Si pudiéramos explicarlo de otro modo diríamos, no se transmite por contacto humano, se transmite por internet. Si el planeta fuera una gran computadora, le ha caído un virus de esos llamados “maliciosos” en el lenguaje de la ciencia informática.

Ésta es la epidemia dispersada por Facebook, Instagram o iPhone de la historia (y de la histeria). En México, a las pocas horas de la confirmación del “caso cero” en el mermado Instituto de Enfermedades Respiratorias de Huipulco, (viernes por la mañana), ya se habían agotado los cubrebocas en todas las farmacias, y mientras en China se instalan fábricas de protectores respiratorios, en México la arquidiócesis metropolitana nos pide rogativas a la virgen de Guadalupe para librarnos de todo mal y nos sugiere desearnos la paz al fin de la misa dominical, no con abrazos sino con gestos y a conveniente distancia.

Casi como cuando en el año 1737 la madre del Tepeyac fue consagrada reina nacional por su intervención contra la epidemia de matlazáhuatl, nombre con el cual los naturales llamaban a algo conocido en otras latitudes como peste.

Obviamente en el siglo XVIII no teníamos los avances científicos de ahora, no contábamos con un sistema sanitario llamado Insabi, ni nos anunciaba alguien las 8 mil camas del Instituto Mexicano del Seguro Social, sin importar cómo ya están ocupadas por pacientes de otros males, cosa sobre la cual pasa por alto el diligente y entusiasta director del IMSS, don Zoé Robledo.

Pero en estos días, para alivio del gobierno, agobiado por otras preocupaciones sobre las cuales disimula su alteración anímica, como la generalizada protesta femenina, la indeclinable violencia nacional, el ataque de los mercados contra el peso al que nadie defenderá con caninos afanes lopezportillescos, el gobierno duplica su capacidad de información y ya se anuncian conferencias cotidianas del (verdadero) secretario Hugo López Gatell, quien se ha sentado en la silla de la Secretaría de Salud ante la ausencia del ministro nominal, tan callado como la momia de Tutankamon, silente en grado tal como hasta para olvidar su nombre, pero amigo del Señor Presidente.

Y con eso basta y sobra.

No se habla de otra cosa, no se teme ningún otro mal.

No importa —por ejemplo—, si la empresa petrolera nacional, ésa en cuyo rescate el gobierno ha puesto su fe y su esperanza, Petróleos Mexicanos, se derrumba como un castillo de arena seca.

Sus pérdidas del año anterior, cuando ya las sucias manos del neoliberalismo corrupto no las podían generar fueron de 346 mil 135 millones de pesos en el 2019, sin posibilidades de recuperar esa fortuna evaporada con la rifa de más aviones o la cooperación forzosamente voluntaria de los Cresos nacionales.

La palabra de los especialistas es clara, como en este texto de Luis Miguel González:

“…Pemex es una máquina de destrucción masiva de riqueza. Tan sólo en el cuarto trimestre del año perdió 169 mil 800 millones de pesos, equivalentes a casi mil 850 millones de pesos diarios.

“El cuarto fue el peor trimestre de un año tan malo, que para ver los datos la esperanza necesita una sonrisa forzada: 346 mil 135 millones perdidos.

“Para poner esta cifra en perspectiva basta decir que es 70% superior a los ahorros de 200 mil millones de pesos que el equipo de AMLO logró por “evitar duplicidades, sobrecostos, acotar la corrupción y hacer más eficiente el gasto”, según Raquel Buenrostro.”

Total, un desastre en la misma dirección del neoliberalismo corruptor.

En la frialdad de un mecanismo contable una pérdida no depende ni del origen ni del destino del oro muerto. Se pierde por corrupción o por caridad. No importa si se lo embolsa Lozoya o se reparte entre ancianos. Pérdida es pérdida.

El dinero, como dijo Vespasiano, no tiene olor; lo mismo da si proviene del impuesto a las mefíticas letrinas o al gravamen del comercio de obras de arte. Pero hoy las cosas reales se pelean con las ideales. Todo se arregla con discursos y saturación discursiva.

El Señor Presidente se ha comprometido a proporcionar datos reales, cotidianos, constantes sobre la epidemia. Bien por eso.

Sin embargo la vida sigue en todos sus demás ámbitos.

La Cámara de Diputados se congratula por la instalación del Comité Técnico Evaluador de las personas inscritas (los 300 y algunos más, diría el Duque de Otranto), para ser consejeros electorales ahora cuando cuatro de los integrantes del actual Consejo General del INE ya se van.

La pureza de su selección, en quintetas calificadas por notables y notorios, es garantía de no se sabe qué. Pero es garantía.

Hemos cortado el cordón umbilical de los partidos y el reparto de posiciones por cuota y por cuate, dice ufano Mario Delgado, mientras el respetable silba el nombramiento de John Ackerman (tan independiente él, tan lejano de Morena él), emanado de la todavía más independiente CNDH.

En homenaje a las tradiciones nacionales, uno podría pasar por alto sus truculencias, pero ofenden más su cinismo y su chambonería de hacer las cosas tan mal, tan groseramente, de manera tan burda e indecorosa. Total, un desastre en la misma dirección del neoliberalismo corruptor.
Ahora se aguantan la democracia, dicen los defensores del proceso, como lo hicieron cuando Rosario Piedra llegó a la ya sabida comisión. Esta es la independencia, dice Ackerman tocado con peluca de Miguel Hidalgo.

Sin embargo, nadie impugna a los otros seis revisores. Se dirá, seis contra uno o seis frente a uno garantizan la limpieza del trabajo cuyas reglas aún están por definirse. Eso lo vamos a ver.

El comité no se ha manchado; se ha ensuciado a la CNDH, pero no le importan las manchas al leopardo. Una más… como hubiera dicho mi difunto amigo, Armando Chin Chin, “qué tanto es tantito…”

Mientras tanto la pugnacidad en contra de Jesús Murillo Karam sigue y sigue. El recurso es atribuirle a sus caprichos personales las adquisiciones revisadas y autorizados de acuerdo con manuales y protocolos administrativos, de aeronaves para uso oficial en la PGR. No importa si es un avión o un helicóptero.

Cualquier cosa sirve para golpearlo.

La verdad esta en otra parte: a como dé lugar quieren desbaratar, desde la subsecretaria de Gobernación, la “verdad histórica” en el caso Iguala. Eso es todo.

Noticias

Síguenos en redes