Ian Curtis, la vida pendiente de un hilo

Redacción

Un día antes de marcharse de gira a Estados Unidos, Ian Curtis se suicidó. Se ahorcó en la cocina de su casa. Se colgó de un tendedero mientras en su tocadiscos sonaba Iggy Pop. Puso fin a Joy Division y creó un mito romántico en torno a él. Murió la persona, nació la leyenda.

“Hay un cuerpo girando en la cocina”. Lo escribió Jota, de Los Planetas, quien utilizó esta frase en la canción “Desorden”, homenaje a la banda que desapareció hace cuarenta años, cuando Curtis, el epiléptico y depresivo cantante, terminó con su vida.

Que su figura haya servido de inspiración a miles de músicos no es casualidad. Curtis emergió de la miserable Macclesfield en la década de los 70 en el Reino Unido, una época pobre e industrial en la que el talento era enterrado por los largos turnos en trabajos de poca monta.

Vivió muy deprisa e hizo en unos pocos años lo que la gente normal no conseguiría en varias vidas. No solo se ganó el recuerdo eterno gracias a una banda de culto en la música inglesa. A los 23 años había sacado adelante un grupo, se había casado, había tenido una hija y le había sobrado tiempo para enamorarse de una periodista belga con la que desesperar a su esposa, Deborah.

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Joy División. Foto: Captura

Era obsesivo, manipulador con Deborah y sufría de un trastorno bipolar que le hizo pasar en unas horas de querer solucionar los problemas con su mujer a romperse el cuello con una cuerda.

Desde que Joy Division, por entonces con el nombre de Warsaw, se formó en un concierto de Sex Pistols en 1976, hasta la trágica mañana del 18 de mayo de 1980, todo fueron subidas y bajadas.

Curtis llegó a rozar la vida de sus ídolos David Bowie y Lou Reed, pero lo hizo atiborrado de medicamentos por los ataques de epilepsia que comenzaron en 1978. Apenas disfrutó de su éxito. Se fue debilitando poco a poco por los estragos de una carrera meteórica.

Cayó desplomado en medio de conciertos, sufrió terror a salir al escenario y miedo a la propia muerte que le acechaba. Se intentó suicidar solo unos meses antes de colgarse. Y nadie parecía darse cuenta.

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Ian Curtis, vocalista. Foto: Captura

“No comenzamos a escuchar y entender las letras de Ian hasta que murió. Ahí nos dimos cuenta de todo lo que estaba viviendo por dentro”, dijo Bernard Summer, guitarrista del grupo, al New York Times.

Cuando puso punto y final a su vida, se marchó un compositor excepcional que ayudó a que el post-punk naciera y a que grupos como The Cure encontrasen una vereda por la que moverse.

Sus letras depresivas surgían rápidamente de su turbulenta mente. Ian aparecía en las sesiones de grabación con una bolsa llena de anotaciones. Cuando sus compañeros comenzaban a tocar, sacaba alguno de esos papelitos y creaba la canción.

Love will tear us apart

El 18 de mayo de 1980, Curtis hizo prometer a su aún esposa que le dejaría dormir sólo y que no volvería hasta que se hubiese ido a reunirse con sus compañeros de grupo para partir de Estados Unidos.

Después de ver la película “Stroszek”, de Werner Herzog, y pinchar el “The Idiot” de Iggy Pop, escribió una carta de suicidio y todo terminó. “Puedo oír a los pájaros cantar”, dijo en la nota.

Sus cenizas reposan en el cementerio de Macclesfield, las de Joy Division se convirtieron en New Order. Su lápida es el último reducto que queda para los amantes de la banda. No es tan famosa ni tan atractiva como la de su ídolo Jim Morrison en el Pere-Lachaise de París, pero en ella quedó escrito el epitafio “Love Will Tear Us Apart”, probablemente la canción más famosa de la banda.

La piedra ha sido robada en varias ocasiones, de la misma manera que Ian robó a la música su propio talento cuando decidió irse hace ya cuatro décadas. 

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