El agosto atómico de Enrique Peña

por Rafael Cardona

Ignoro si en verdad el expresidente Enrique Peña Nieto está en España. Quizá distraiga sus ocios y sus preocupaciones en el “Green” de “La Moraleja”, pero si así fuera, la onda de calor del doble Little Boy estallado ayer por Emilio Lozoya —como nuevo comandante Tibbets— desde el “Enola Gay” de la IV-T, le debe haber derretido hasta el gel de su copete.

Si bien ya se sabía desde la semana pasada gracias a las muchas filtraciones inducidas por el gobierno, Lozoya pasó de acusado a denunciante y de beneficiado y obediente colaborador de Peña, a informante del fiscal Gertz Manero.

Serio y hasta solemne, como corresponde su cargo y su edad, el Fiscal dijo ayer:

“…En el caso de Odebrecht este individuo (Emilio “L”) está señalando que hubo una serie de sobornos por una cantidad que pasa de 100 millones de pesos, de los cuales fueron fundamentalmente utilizados para la campaña 2012 para la Presidencia de la República, y el que después fue presidente (Enrique Peña Nieto )y su secretario de Hacienda (Luis Videgaray), son las personas que este individuo que está presentando la denuncia, señala, que fueron los que le ordenaron, que ese dinero fuera entregado a varios asesores electorales extranjeros que colaboraron y trabajaron para la campaña de estas dos personas”.

Si bien los nombres entre paréntesis no fueron proporcionados de viva voz por el cuidadoso señor fiscal, la bomba atómica ya hizo explosión. Y como sucedió en Japón, las consecuencias tras el estallido nuclear, superaron en víctimas a las inmediatas.

El hongo atómico, en este caso no parece un altivo champiñón en el incendio del cielo, más bien tiene forma de urna electoral.

Hoy el Señor Presidente tiene un arsenal infinito para continuar con sus argumentos persuasivos de porqué él es el único camino de México.

Anteayer definió al periodo presidencial de Felipe Calderón como del narco gobierno, si no hasta del narco Estado, lo cual es una exageración propia de la bulla preelectoral, pero no importa.

Con García Luna preso, con los Duarte encerrados, con la gavilla de gobernadores en la picota y ahora con la delación directa de dinero podrido en la campaña presidencial y luego en la persuasión innoble a los legisladores para reformar la Constitución y abatir la herencia petrolera cardenista, el actual gobierno aprieta la tuerca de sus argumentos, mas allá de estos casos.

Hoy como nunca puede justificar cualquier cosa en el nombre de la erradicación de la inmoralidad pública. Divisa y conducta, dirá.

No hay manera de discutirle. Los hechos son su mejor argumento y en ellos —supuestamente—, ni las manos ha metido.

Los asuntos de García Luna (y sus segundos) y la seguridad pública comprometida en ese y en el siguiente sexenio —investigado en la piel de 19 mandos medios y superiores de la Policía Federal bajo la responsabilidad de Miguel Ángel Osorio— se dividen entre el gobierno de Estados Unidos y la Fiscalía autónoma.

No importa si en realidad es autónoma. Lo puede ser técnicamente, pero en materia de doctrina y actitud política, es par y parte del gobierno federal y su estrategia. Pero eso también es lo de menos.

El Señor Presidente ha trabajado con precisión quirúrgica. Lozoya se ha prestado —con el agua al cuello— al plan para salir medianamente ileso. Para el credo moralizante, sacrificar un alfil para dar el jaque mate, es una estrategia digna de Alhekine, Capablanca o Spasky.

Mientras tanto el círculo se cierra.

Peña Nieto escucha el tango y están secas las pilas de todos los timbres, como dijo Discépolo. Hasta el obituario mexiquense le es adverso. Videgaray, el otro blanco, se refugia en una especie de altiva superioridad académica y amistad gringa. Está aterrado.

“…Después viene otro tema —dijo Gertz— que es la compra de votos para las reformas estructurales en 2013 y 2014 . En ese caso específico, se habla también de 120 millones de pesos que fueron ordenados por las misma, para que fueran entregados a un diputado y cinco senadores de quienes él señala los nombres, y que por supuesto quedarán en reserva hasta que nosotros judicialicemos, en el caso de que encontremos las pruebas suficientes…”

El diputado y los cinco senadores también conocen sus nombres. Son suyos. También el pánico se extiende. Cuando los llamen a declarar no se va a acabar el mundo, nomás esa parte.

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