Las heridas que el ex secretario de defensa de EU dejó en Irak

Redacción

Considerado como una figura inteligente, combativa y patriota por sus defensores, o como un belicista por sus detractores, Donald Rumsfeld, quien falleció hoy a los 88 años de edad, fue uno de los principales arquitectos de las guerras en Irak y Afganistán y jamás se arrepintió de haberlas emprendido.

Burócrata habilidoso y visionario de un ejército moderno en Estados Unidos será siempre recordado por haber defendido en 2003 la invasión que encabezó su país bajo el mando de George W. Bush, usando un argumento que después demostraría ser falso: que Irak poseía armas de destrucción masiva.

Rumsfeld fue, junto al entonces vicepresidente Dick Cheney, el núcleo duro de los llamados “halcones” de esa guerra, y ambos fueron ampliamente criticados por ello, sobre todo después de que se dieron a conocer los casos de torturas de prisioneros en los que participaron soldados británicos y estadounidenses.

“El mundo es un lugar sin Saddam Hussein”, alegó Rumsfeld hasta el final, aunque reconoció que los casos de torturas en Abu Ghraib fueron un “episodio oscuro”. Antes de esa guerra, supervisó también la invasión, por parte de las fuerzas estadounidenses, en Afganistán, tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, orquestados por Osama bin Laden, refugiado en suelo afgano.

“Rummy”, como era conocido, era una figura combativa, enérgica, carismática, pero su estilo confrontacional irritaba a muchos. Es la única persona que ha servido dos veces en Estados Unidos como jefe del Pentágono. La primera vez, entre 1975 y 1977; la segunda, entre 2001 y 2006.

En 1988 contendió por la nominación presidencial republicana, pero él mismo reconoció su fracaso, una extraña ocasión en la historia de un hombre acostumbrado a tener éxito en los niveles más altos de gobierno.

Congresista, embajador, Rumsfeld se caracterizaba por el sentido de urgencia que daba a cada cosa que hacía, y después de que se retiró, en 2008, encabezó la Fundación Rumsfeld para promover el servicio público y trabajar con organizaciones de caridad para ayudar a las familias de militares y a los veteranos heridos.

Sin embargo, es la guerra en Irak lo que más se recuerda y se recordará de él, un legado de claroscuros.

El 11 de septiembre de 2001, kamikazes atacaron las torres del World Trade Center en Nueva York y el Pentágono, lo que llevó a Estados Unidos a desatar la guerra contra el terrorismo. Rumsfeld supervisó la invasión de Estados Unidos en Afganistán y el derrocamiento del régimen talibán. Se convirtió en una imagen frecuente en televisión con sus resúmenes sobre cómo iba la guerra y se convirtió en una especie de estrella televisiva.

Para 2002, la atención de W. Bush se desvió a Irak, aunque este país no jugó papel alguno en los ataques del 11-S. La desatención a la guerra afgana permitió a los talibanes recuperar fuerzas.

La invasión de Irak fue lanzada en marzo de 2003. Bagdad cayó rápidamente, pero Estados Unidos y sus aliados pronto quedaron sumergidos en una batalla sin fin con una insurgencia violenta.

La polémica que desató una guerra bajo un argumento falso, las complicaciones en el terreno y el escándalo de torturas llevaron a Rumsfeld a ofrecer dos veces su renuncia a W. Bush.

Pero no fue sino hasta noviembre de 2006 cuando W. Bush finalmente decidió que Rumsfeld debía irse. En su lugar, asumió Robert Gates.

A Rumsfeld le sobreviven su esposa Joyce, tres hijos y siete nietos.

 

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