“Me formé viviendo en dictadura”: Diego Trelles Paz

Redacción

La literatura de la memoria en Argentina tuvo una enorme polémica en torno a lo que la crítica definió como los “escritores mutantes”, quienes habían sido hijos de la violencia y abordaban el tema —de acuerdo con cierta parte de la sociedad — de una forma extravagante. Pero “la memoria no es patrimonio sólo de los movimientos de derechos humanos, debe ser un patrimonio nacional”, en palabras del escritor peruano Diego Trelles Paz.

“Hay que recordar, pero tampoco se trata de decirle a alguien cómo va a recordar: no soy una víctima de la guerra, ni tengo familiares que hayan muerto, entonces, ¿quién soy para decirle a alguien que debe recordar? Todo este trabajo de la memoria no es fácil, pero sí necesario”.

Profesor de literatura, cine, comunicaciones y estética en la Binghamton University (Nueva York), la Pontificia Universidad Católica del Perú y la Universidad de Lima, el narrador peruano ha construido una narrativa que apuesta por remontarse al pasado, pero como una herramienta para situarse en un presente que, desde su perspectiva, no ha cambiado demasiado.

“Como muchos de mis colegas escritores, me formé viviendo en dictadura y, como muchos de mi generación, vivimos la guerra interna un poco lejos de donde estaba la parte más terrible, pero igual dentro de ese estado de conmoción. Desde mis primeros libros me quedó muy claro que la violencia política estaba presente en los diálogos, en los detalles, en los pies de página: era un asunto que tenía presente, pero que no había sabido cómo darle un camino de proyecto narrativo”.

Nace una trilogía

Esa búsqueda se aparece en libros como Hudson el redentor, El círculo de los escritores asesinos, Bioy y La procesión infinita (Anagrama), cuyo título alude la idea de un trauma no cerrado: una estructura policial, sin detectives, donde se generan enigmas, siempre a la caza de un lector activo, de acuerdo con Trelles Paz (Lima, 1977).

“Cuando me embarco a escribir Bioy, quería hacer una suerte de nouvelle, pero me salió una suerte de manicomio sin puertas de salida. La idea inicial, hacer la historia de un policía corrupto, completamente perdido en el Perú y que reflejaba la corrupción de un país en el que, muchas veces, los policías tienen que comprarse sus balas o sus chalecos antibalas, se tuvo que transformar y me vi inmerso en un proyecto que empieza con Bioy, sigue con La procesión infinita y culmina con la novela que estoy terminando”.

Si bien está consciente del papel que le tocar jugar como un personaje público, que puede hablar de política sin problema, sobre todo si le gusta y desea opinar con plena libertad, al mismo tiempo no pretende verse como un escritor comprometido, al grado de que en sus novelas se interesa porque el lector “tome una distancia para ver este pasado, un pasado que sugiere también un presente”.

“Soy parte de una generación que creció en violencia. Hijo de la violencia no soy, porque no he tenido víctimas, no mataron a ningún familiar, y Lima, dentro de todo, fue la menos afectada: la mayor parte de los 70 mil muertos estuvieron en la Sierra o en pueblos alejados”, reconoce el narrador peruano, no por ello menos consciente de la realidad no sólo del Perú, sino de todo un continente.

En ese sentido, a Trelles Paz le importa la vida literaria y, al mismo tiempo, la idea de acercarse al pasado tenebroso que nos persigue, a través de la memoria. Y recuerda unas palabras de Almudena Grandes: “sin memoria no hay democracia”.

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